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Recuerdos.

12 Sep

Recuerdos.

Estaba leyendo el periódico y vi algo que me trajo a la memoria la época en que yo estaba viviendo en Estambul. La noticia decía: “La ciudad que permaneció 500 años aislada”. Me llamó la atención esta noticia y busque el link que me permitía ampliarla, el mismo que transcribo (http://www.abc.es/tecnologia/redes/20140908/abci-ciudad-quinientos-aislada-201409080943.html).

 

El artículo en parte decía: “San Agustín de Hipona afirmaba que “El mundo es un libro, y aquellos que no viajan sólo leen una página”. Efectivamente, no hay más que desplazarnos a lo largo y ancho de este planeta para descubrir nuevas culturas o sorpresas inusuales. Como la ciudad marroquí de Chefchaouen cuya singular historia encontramos hoy a través de al bitácora Páginas Árabes. Chefchaouen o Chaouen es un municipio ubicado al noroeste de Marruecos, muy cerca de las montañas del Rif”.

 

Cuando leí lo que les transcribo, se me amontonaron los recuerdos. De mi vida en Estambul y de un viaje que hice a Marruecos, donde después de concluido el tours se presentó la posibilidad de conocer la ciudad nombrada en el artículo. Para poder hacer ese viaje,  tuvimos que contratar un servicio especial y todo recomendado por el dueño del hotel donde nos alojamos y pasamos tan bellos momentos. Esa persona, nos facilitó todo para poder visitar Chaouen. Algo que nos llamó la atención es que nos pidió que durante el viaje utilicemos la vestimenta que usan los berebere. Las mujeres tradicionales usan chilabas de manga larga estilo caftán. La chilaba llega hasta los tobillos y tiene un capirote. Se asegura con botones o cremalleras en la parte delantera. Los hombres usan la túnica típica de los árabes, con un turbante un poco más abultado, que permite cubrir la cara. Compramos la ropa para mi amiga y para mí y en un bolso pequeño pusimos dos mudadas de ropa interior, para cada uno y, nuestros artículos de aseo personal.

 

Emprendimos el viaje en un vehículo contratado por el dueño del hotel, con un chofer que el también puso a nuestra disposición. Cuando nos bajamos del auto, lo primero que sentimos fue el cambio de temperatura. A través de calles estrechas y tortuosas salpicadas de tiendas pequeñitas, llegamos a la plaza Uta el-Hammam, dominada por la Kasbah, sombreada por viejos árboles y rodeada de cafés.


Fue al atravesar una de las entradas a la Medina que todo cambió. Al principio imaginé que el azul de los muros duraría una cuadra, dos, o tal vez tres. Pero continuó, y como una ola se expandió por callejones y escaleras. Y no me refiero a paredes o zócalos, sino al suelo de callejones y escaleras. En la mágica Xaouen, uno camina y pisa color azul, da pasos sobre el azul.


Las calles continuaron, nos llevaron siempre azules hasta la parte más vieja y alta de la medina, ensombrecida por la enorme mole gris del Rif. Allí, una puerta gruesa nos dio paso a
Dar Terrae, la posada donde nos hospedaríamos.


¿Cómo es que existe en el mundo un pueblo azul? En 1494, refugiados judíos y musulmanes que escapaban de Granada se instalaron en Xaouen. Junto con la tristeza que traían, acarreaban tradiciones y costumbres. Por eso Xaouen creció similar a un pueblo andaluz. Casas con muros gruesos, pequeños balcones de forja, tejas de barro, patios con limoneros. Todo blanco, menos puertas y ventanas, pintadas de verde, el color musulmán. Protegida por las cumbres de El Rif, Xaouen permaneció aislada durante siglos. Sin poder olvidar que habían sido expulsados de Granada, sus habitantes prohibieron la entrada de cualquier cristiano, bajo pena de muerte hasta 1920, en que Marruecos fue ocupado por los españoles. Los recién llegados encontraron un pueblo donde los judíos todavía hablaban una variante del castellano medieval. En 1930 llegaron a Xaouen más refugiados judíos. Con ellos se renovaron costumbres, entre ellas la de pintar sus casas de azul, color simbólico judío.


Las infinitas variaciones del añil hoy son el emblema de la mágica Xaouen, más allá de culturas y religiones. Contra el turquesa, azul marino, cobalto o celeste, cualquier objeto resalta y se convierte en un tesoro. El sol le da a todo un extraño tono pastel; la lluvia corre por las escaleras formando cascadas iridiscentes, y los charcos parecen diminutos pozones de mar.

 

El día estaba nublado y estos estallidos de color nos cegaban los ojos al ver tantas obras de arte juntas. Los utensilios han evolucionado de acorde con sus necesidades, Chaoeun es un pueblecito de montaña, Fés una gran ciudad y una antigua capital. Aquí las artesanías están impregnadas de historia, con paciencia y una sonrisa los tenderos te la cuentan, algunas son más creíbles que otras, pero eso que más da. Disfrutar de una historieta al tiempo que de unas humildes obras de arte siempre es un buen plan en Chaouen…


Lo bueno de todos estos productos artesanos es que los materiales que utilizan para confeccionarlos lo sacan en su gran mayoría del monte que rodea Chef-Chaouen. Cada día es más difícil para estas gentes conseguirlos pero…Ahí están.

 

Mi amiga y yo dimos el paso que trata de un lugar encaramado en la ladera de una montaña de forma estratégica de ahí su valor histórico y militar. El color añil cubre paredes, suelos, ¡en fin todo…! Un paseo por el barrio andalusí me hace reconocer lugares tan familiares para mí como el barrio Santa Cruz en Sevilla. El canto de una lugareña oído desde el silencio de la calle termina de hacerme comprender que no estamos tan lejos de casa. Además que nos entienden y entendemos lo que nos hablan.

 

De tanto azul que nos rodeaba me recordé de la canción de Domenico Modugno que en italiano que dice: “Penso che un sogno cosí non ritorni mai piú: mi dipingevo le mani e la faccia di blu, poi d’improvviso venivo dal vento rapito e incominciavo a volare nel cielo infinito… Volare… oh, oh!… cantare… oh, oh, oh, oh! nel blu, dipinto di blu, felice di stare lassù…”.

 

Que en castellano dice así: “Creo que ese sueño nunca devuelve: Pinté las manos y la cara de azul, Entonces de repente estaba cautivado por el viento y comencé a volar en el cielo infinito… Volaree… oh, oh!… cantareee… oh, oh, oh, oh! nel blu, dipinto di blu, feliz de estar allí. Y feliz de que poder volar, volar más alto que el sol y aún más, Mientras el mundo desapareció lentamente lejos de allí, una dulce música sólo para mí… Volar… oh, oh!… cantar… oh, oh, oh, oh! nel blu, dipinto di blu, feliz de estar allí. Pero todos los sueños en svaniscon de alba porque, Cuando se establece, la luna trae consigo, Pero todavía sueño con tus bellos ojos, son azules como el cielo de estrellas acolchar. Volar… oh, oh!… cantar… oh, oh, oh, oh! en tus ojos azules, azules, feliz de estar aquí. Y sigo a volar más alto que el sol felices y aún más, Mientras el mundo desaparece lentamente en sus ojos azules, tu voz es dulce música que a mí me suena… Volar… oh, oh!… cantar… oh, oh, oh, oh! en tus ojos azules, azules, feliz de estar aquí. En tus ojos azules, azules, feliz de estar aquí, contigo!”.

 

Casi al anochecer retornamos a Dar Terrae, la posada donde nos hospedamos, allí nos encontramos con la persona que nos había llevado, nos saludamos y le contamos que estábamos felices de haber conocido ese primor de pueblo, lo invitamos a comer con nosotros y no acepto, por lo tanto, entramos a un pequeño comedor y comimos un cuz cuz de cordero marroquí con verduras. Algo delicioso por tanto condimento que ni siquiera pudimos adivinar. Tomamos refresco de granada y después de una larga sobremesa nos fuimos a la habitación, nos quitamos la ropa y después de un agradable baño de inmersión nos secamos y recién nos dimos cuenta que no traimos pijamas, por lo tanto nos acomodamos con ropa interior, por suerte yo llevaba dos camisetas de media manga, que nos pusimos ambos.

 

El sueño nos venció en muy corto tiempo y después de haber visto tantas cosas raras y extrañas y haber estado inmersos en el azul profundo con tantas tonalidades, que el sueño nos transportó muy fácilmente hasta que despertamos sobresaltados con el anuncio de que nos traían el desayuno.

 

 

Miguel Aramayo.

SCZ. 12-09-2014