Hace muchos, pero muchos años atrás, tantos que es difícil poder establecer si fue antes de la era cristiana. Junto con los libros religiosos, el antiguo y el nuevo testamento, también se encontraron otros escritos que los arqueólogos, los buscadores de tesoros antiguos, algunos estudiosos y quizá algunos simples curiosos se encontraron con desechos o desperdicios eliminados por los sabios, sin llevar el apunte a documentos que siendo del cotidiano vivir de esos pueblos antiguos fueron desechados. Puede ser que esos escritos no fueron encontrados por los eruditos y es por eso que permanecieron donde estaban.
Me puse a clasificar eso que los científicos consideraban basura y por pura casualidad descubrí algo escrito por gente común y corriente de esa época, (recopilado por Patricia Rodón) sí, de esa época que no se puede decir a que era pertenecía y cuya escritura era mucho más simple de entender, porque no correspondía a tablillas con escritura cuneiforme, ni tampoco a papiros con jeroglíficos egipcios, hebreos o arameos. Los textos cuneiformes estaban escritos en acadio, elamita, hitita, luvita, persa antiguo y ugaritico.
No tenían ningún interés religioso en lo que encontré para leer, estaba interesado en las trivialidades que podrían escribir la poquita gente que tenía ese privilegio y que no pertenecían al grupo de la gente que escribía sobre temas religiosos, de todas maneras, sabía que era fácil perderse en el maremágnum de los libros tales como: El Pentateuco, el Tanaj, la Torá, el Nevilim y el Ketuvim, era cosa complicada y en eso estaban mucha gente.
Yo querían saber que escribía la gente común sobre política, amor, temas científicos, e incluso recetas de cocina o manuales de como fundir los metales, y como utilizar la fragua, para hacer utensilios de labranza o armas para la guerra, o simplemente platos y cubiertos. Encontré que hombres y mujeres célebres abrieron su corazón en cartas confesando amores a primera vista, pasiones no correspondidas, ansias secretas y deseos imposibles. Leí un puñado de esos ardientes textos privados. Grandes personajes como Enrique VIII que enloquecido por Ana Bolena, Napoleón por Josefina, Perón por Evita, o Bolívar por Manuelita, Sigmund Freud por Martha Bernays, Gabriela Mistral por Manuel Magallanes Moure o Pablo Neruda por Matilde.
Encontré el libro más antiguo sobre cartas de amor, un códice del siglo XII escrito por un clérigo llamado Guido. El texto, llamado Modi dictaminum, está escrito en latín y sobre pergamino, y contiene consejos para todo tipo de cartas, entre ellas las de amor, que ocupan todo el cuarto capítulo. Sus recomendaciones van desde alabar la belleza de la amada, comparándola con piedras preciosas, hasta hacer referencia a versiones mitológicas de la pareja de enamorados, como Paris y Helena de Troya. Ese libro enseña la manera en que la mujer debe escribir al marido, como el modo en que deben hacerlo los amantes, cómo presentarse a la amada y cómo despedirse.
El autor aconseja también figuras retóricas que indiquen la incapacidad para expresar lo que se siente, como: «Cuán profundamente te amo no podría expresarlo con palabras ni, aunque todos los miembros de mi cuerpo pudieran hablar».
Despedirse con «tantos saludos como peces hay en el mar» o «como flores trae el verano», referirse a la amada diciendo que «vuestra belleza sabe», «vuestra dulzura conoce» y «ya es conocido a vuestra nobleza» o hablar de los momentos felices con expresiones como «el ánimo no soporta tanta felicidad» son otros de los consejos del manual.
También alude al amor físico: besos, abrazos y deseo. El clérigo utiliza ejemplos, en la misiva G. se dirige así a su esposa: «Tu afecto, amiga mía dulcísima, sabe que por el perfume de tu amor no me negaría a escalar montes o a atravesar a nado mares, e incluso afrontar peligros de muerte». Seleccioné fragmentos de algunas cartas de amor cautivantes que se han escrito a través de la historia; cartas que hablan de amores a primera vista, amores no correspondidos, amores secretos, amores imposibles; cartas sin terminar y cartas que, incluso, no siempre llegaron.
«Mi corazón y mi persona se rinden ante ti suplicándote que sigas favoreciéndome con tu amor», escribió Enrique VIII a Ana Bolena en 1528, ocho años antes de decapitarla.
Napoleón Bonaparte escribió cartas a Josefina. “Mi dulce Josefina, ámame, que estés bien y pienses muy a menudo en mí”, pero más tarde le decía: «Es imposible estar más débil y degradado. Vuestros pensamientos envenenan mi vida, desgarran mi alma». Un tono distinto apenas un par de meses después: “No te amo, en absoluto; por el contrario, te detesto, eres una Cenicienta malvada, torpe y tonta. Nunca me escribes, no amas a tu marido”. Luego en brazos de María Walewska, confiesa: “No he visto más que a usted, no he admirado más que a usted, no deseo más que a usted”.
La carta de Juliette Drovet a Victor Hugo es directa y simple: «Te quiero, ante todo y después de todo, te quiero, te quiero, te quiero». Lord Byron en su relación con Caroline Lamb, una dama casada con otro: “Prometo y juro que ninguna otra, de palabra y obra, ocupará jamás el lugar en mi afecto, que es y será el más sagrado para ti, hasta que yo sea nada”. Oscar Wilde superó a Byron: “Niño mío”, comienza una de sus cartas a lord Alfred Douglas, “es una maravilla que esos labios de pétalo de rosa rojos tuyos sirvan igual para la música del canto que para la locura del besar”.
Freud era muy tímido y no tenía experiencias sexuales y se enamoró de Martha Bernays, una amiga de su hermana y llevó un romance victoriano, le escribió más de novecientas cartas de amor, donde la llamaba «princesita». Otro amor notable: «Te amo únicamente a ti, no tengo nada; ni capacidad, ni inteligencia, nada, nada, tengo el amor. Es terrible. Y es por eso que si te perdiera me perdería a mí misma y ya no sería entonces Gala, sería una pobre mujer como hay miles y miles. Tienes que comprender que no tengo nada mío, tú me posees enteramente. Y si me amas cuidarás preciosamente tu vida, porque sin ti sería como un sobre vacío», le escribió Gala a Paul Eluard, su esposo, casi las mismas palabras que luego le dirá a Dalí.
En un estilo más directo y simple, también se puede declarar el amor, como lo hace en un telegrama Nathalie Paley al poeta y dramaturgo Jean Cocteau, que apenas dice: «Yo también, mi amor, en todas partes y siempre». Gabriela Mistral le escribe al poeta chileno Manuel Magallanes Moure «Te adoro, Manuel. Todo mi vivir se concentra en este pensamiento y en este deseo: el beso que puedo darte y recibir de ti».
De todos los amores de Pablo Neruda, el de Matilde Urrutia fue quizá el más intenso y prolongado. Una pasión encendida y secreta al principio, cotidiana y doméstica al final. El tumultuoso poeta no se priva de nada al escribirle a su “Chascona”, a su “cochina Patoja”. En una carta de octubre de 1951 le dice: “Yo pienso en ti día y noche, noche y día, amor mío, dulce mía, y no sé si te quiero, pero te quiero. Eres mía y te beso”, en diciembre de ese mismo año la increpa: “Yo confío en tí, y aunque no tenga sino tu silencio qué me importa, (…) sé que eres mía y que soy tuyo y las cartas y las noticias sobran, nuestro amor llena todo, y cada cosa te hablará de mí a toda hora, y todo me trae noticias tuyas. Te quiero mi amor, no seas perra, espérame. Tu Tuyo”.
En su abundante correspondencia amorosa con Manuela Sáez, Simón Bolívar es capaz de olvidarse de la política. “Sí, te idolatro hoy más que nunca jamás. Al arrancarme de tu amor y de tu posesión se me ha multiplicado el sentimiento de todos los encantos de tu alma y de tu corazón divino, de ese corazón sin modelo”, le escribe en 1825.
Muy diferentes son las cartas de Perón a Eva Duarte, su “tesoro adorado” y su “chinita querida”. Un sentimiento plenamente correspondido por Evita, que promete a su “Juancito” amor eterno y adoración desde el cielo porque “yo vivo en ti, siento por ti y pienso por ti”.
Franz Kafka le escribe a Milena una bellísima frase que bien sirve para cerrar esta nota de Patricia Rodón: «Las cartas de amor son una relación con fantasmas: los besos escritos no llegan a destino, son bebidos por los fantasmas por el camino».
Miguel Aramayo
SCZ.25-07-2017