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El miedo.

21 Sep

El miedo.

Nunca había pensado lo que puede producir el miedo, porque hasta ahora, nunca se me hubiese imaginado, que algo me pudiera asustar hasta los extremos de sentir miedo, de sentir pánico.

 

Caminaba por una calle solitaria del Puente Saavedra, una callecita por donde generalmente transitan algunas chicas en busca de una changuita, yo no me recuerdo cual era el motivo por el que me encontraba en ese lugar, quizá hubiera sido para tener uno de esos encuentros fortuitos.

 

Al caminar en tanto silencio, en noche totalmente oscura y por un barrio con una iluminación menos que deficiente y con la totalidad de las casa, sin ninguna iluminación y en su mayoría con la apariencia de deshabitadas, porque ni se notaban luces en las ventanas, ni siquiera en las ventanas de los pisos altos, seguramente como era hora de comer y ver las novelas, la mayoría de los habitantes de esas casas que parecían fantasmagóricas, estaban en la cocina, el comedor de diario o el estar íntimo y por lo tanto el saldo de la casa estaba en menos que penumbras.

 

Por suerte no se escuchaba ningún ladrido, lo cual me alegraba, porque hubiera sido el colmo de la mala suerte que en esas circunstancias se me aparezca un perro y me corretee para morderme.

 

Seguí caminando con paso firme y constante, como queriendo desaparecer de ese barrio y ver algo más de movimiento, de sentir la seguridad que te produce el estar acompañado, incluso por extraños que ni reparan en vos, pero que están en ese lugar y que en caso de peligro te podrían servir de ayuda.

 

Mis pasos retumbaban en las baldosas de la vereda por donde transitaba y cuando me tocaba cruzar una bocacalle, mis tacos producían más eco al chocar con los adoquines de la calzada, tampoco tuve la suerte de cruzarme con ningún vehículo, ni bicicleta, ni automóviles y menos ómnibus.

 

En un momento determinado en ese silencio absoluto me pareció escuchar otras pisadas, pisadas que además de las mías producían un eco detrás de mí, sentí como que el viento estaba más frio, porque se erizaron los bellos de mis brazos y hasta puedo decir que se me pararon los cabellos. Aguce el oído para comprobar que alguien me seguía y con tristeza comprobé que me seguían, a medida que ponía más atención pude comprobar que no era sólo una persona, eran dos.

 

Mire de cotiojo y pude distinguir a dos hombres que estaban a mis espaldas, yo aumentaba el ritmo de mis pasos y ellos hacían lo mismo, al cruzar la calzada y como que me detenía y los que me seguían también hacían lo mismo, en un momento determinado, me volqué para verlos y efectivamente eran dos, por las siluetas que se veían en la penumbra, eran robustos, atléticos.

 

Mi temor no era que me asalten y me roben las pocas pertenencias que llevaba encima, mi miedo era que por robarme me hagan algún daño y hasta pensé que podrían ser dos degenerados, que podrían atacarme y dejarme un daño mayor e irreversible.

 

Inicie una carrera y noté que ellos también corrían detrás de mí, por momentos los sentía más próximos a mí, entonces yo aumentaba el ritmo de mi corrida y por momentos sentía que les ganaba espacio, pero al poco tiempo, sentía que ellos se aproximaban más y yo aceleraba.

 

En un principio mi respiración era pausada, pero a medida que pasaba el tiempo notaba que mi respiración también se aceleraba, no recuerdo cuantas cuadras había avanzado, pero las calles pasaban muy rápidamente y mi tensión era tal que no me permitió contar las cuadras que ya había corrido. Mis pies se comportaban muy bien y, gracias a Dios, en ningún momento tuve la sensación de tropezar. Mis piernas en lugar de mostrar cansancio se estaban acostumbrando a ese ritmo y hasta puedo asegurarles que se habían adormecido y funcionaban por el propio impulso que les influía mi temor, mi miedo.

 

Cada cierto tiempo miraba atrás, y los dos tipos me seguían, por lo tanto sus intenciones no eran buenas, tampoco sus intenciones eran de sólo asustarme, por lo tanto seguí escapando, escapando de esos dos y de mi miedo. Comencé a distinguir algunas luces, la calle por donde corría que en un principio estaba alejada de la avenida más cercana, por suerte la avenida se fue aproximando, al extremo que llegué a distinguir que sólo me separaba una cuadra de la Avenida Cabildo. Doblé bruscamente en la próxima bocacalle y enfile hacia la avenida, al llegar a ella sentí un alivio. Seguí corriendo, pero esta vez ya tenía mejor iluminación y de vez en cuando no sólo observaba la circulación de vehículos, sino que también me crucé con peatones que iban y venían por el rumbo que había tomado.

 

Continué corriendo, pero esta vez lo que me preocupó era que mi pulso, se había acelerado de tal manera que también se me subió la presión y mi garganta estaba totalmente ceca, porque al respirar con la boca abierta había logrado que mi saliva se esfumara, ya casi no podía respirar y por lo tanto decidí aminorar la carrera, y volqué a ver si mis perseguidores continuaban, pero no había nadie detrás de mí.

 

Como  mis piernas y mis pies habían asumido su tarea con tal ahínco, que por inercia seguí en la carrera, pero cada vez más lenta, hasta que en un momento determinado logré cerrar la boca y poder producir algo de saliva, lo cual me tranquilizó. Había llegado a una parte de donde habían comercios y por lo tanto el trafico de vehículos y peatones era lo suficiente como para sentirme seguro.

 

Me paré y noté que los músculos de piernas, pies y brazos estaban como en un temblor eléctrico, me quede mirando hacia atrás y me convencí que nadie me seguía. Entré en un café, me senté, pedí un vaso de agua y luego una copita de grapa, la cual me la bebí de un sorbo, con lo cual logré tranquilizarme.

 

Hasta el día de hoy he quedado con la duda, de si efectivamente me siguieron esos dos hombres, o quien me obligo a esa rauda carrera fue simplemente mi miedo, por suerte nunca más en mi vida he vuelto a sentir esa sensación de pánico.  Alguna vez me he puesto a pensar, que ese miedo fue creado por mi subconsciente, para enseñarme que debía tener cuidado y no meterme en situaciones de peligro.

 

 

Miguel Aramayo.

SCZ. 21-09-2014 Día del amor, de la primavera, de la juventud, de los médicos.