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Hace tantos años.

8 Mar

Hace tantos años.

Hace tantos años, tantos que la gente ni se acuerda, pero yo por alguna extraña circunstancia, tengo una memoria casi fotográfica y lo que no recuerdo, me lo invento, pero con tata fidelidad, que da la impresión que realmente sucedió como lo describo, como lo cuento, al extremo, que llegado el momento, yo me lo creo y corroboró que fue así, así en la realidad.

 

Eran finales del siglo XIX (1890 o algo más), una señora de ojos muy celeste, con un porte distinguido, una mujer muy emprendedora y muy trabajadora, algo pasada en kilos, como eran la mayoría de la mujeres de esa época. Descendía de un matrimonio de gente radicada en Perú, más propiamente en Arequipa, su padre de origen chileno, de profesión boticario, con un apellido que a la fecha es casi extinto, Alviña (Luis Alviña). La madre de origen peruano, y como todas las mujeres de la época, dedicada al hogar. La señora de los ojos celestes, Eloísa Alviña, contrae matrimonio con un hombre excepcional, netamente arequipeño, de apellido Muñoz, Manuel Muñoz, un apellido muy común en esa ciudad. Se dedican al comercio y para eso se trasladan a Buenos Aires. No tengo muy claro, si la hija nació en Buenos Aires o en Arequipa, tampoco estoy seguro si fue la única o tuvo hermanos, claro que si los tuvo, todos murieron, porque ella se crió como hija única.

 

Esta familia, Eloísa y Manuel, se movilizaba entre Lima y Buenos Aires, en Lima tenía unas plantaciones de algodón, en una propiedad que se llamaba “Palos Blancos”, próximo al Callo, en una localidad que se llama “San Vicente de Cañete”. El algodón que cosechaban allá, lo hilaban y ese hilo lo transportaba a Buenos Aires, donde lo tejían transformándolo en tela y con ese tejido fabricaban sombreros, que vendían en La Paz (Bolivia) y en el Perú.

 

En uno de los viajes de Argentina al Perú, se quedaron haciendo pascana en La Paz, y la hija, que en ese entonces contaba con unos catorce años y era bien parecida, se enamoró de un joven, que a la sazón tenía diecinueve años, muy apuesto, alto de cabellera negra y ondulada, con nariz aguileña, de muy buen físico, totalmente apuesto y con modales exquisitos. Nacido en La Paz, pero aparentemente de origen potosino por parte de padre, de apellido Aramayo (Carlos Aramayo) y de madre peruana, de apellido Campos, Clementina Campos.

 

Estos jóvenes se conocieron y nació un amor a primera vista, una pación ciega, que desencadeno en un idilio inmediato, al extremo que hubo que casarlos, a regañadientes de la Sra. Eloísa y la comprensión de su esposo. Don Manuel Muñoz, un tipo muy interesante de poca estatura, bien robusto, de tez muy blanca, cabellos grises y un espeso bigote a la usanza de la época, con los famosos mostachos almidonados y peinados hacia arriba de los labios. De un buen carácter, una sonrisa amplia, que supo comprender la situación de su hija Mercedes y el enamorado Carlos, con ellos continuaron el viaje, rumbo al Perú.

 

Mientras Mercedes la hija, criaba la barriga del primer hijo. Carlos (Carlos chico). El joven marido estudiaba contabilidad, pero como eran los matrimonios de esa época, Mercedes se dedicó a tener hijos, el primogénito fue Carlos, nacido el año 1919, luego vino Luis, siguió Eduardo, pasado un tiempo llegó Blanca y después otra hermana que murió siendo un bebe, porque se cayó de la hamaca, mientras la mecía una tía, prima hermana de Mercedes, que en ese entonces era una niña, Cristinita Muñoz Forrastal, otro apellido que también está en extinción y de origen chileno.

 

Por esa época, hubieron algunos inconvenientes políticos entre peruanos y bolivianos, a consecuencia del tratado de paz firmado entre el Perú y Chile, lo que dio lugar a la expulsión de los bolivianos de territorio peruano y por lógica consecuencia los Aramayo Muñoz, tuvieron que emigrar a Bolivia, la familia completa, incluida Eloísa, que por entonces había quedad viuda. Llegaron a Bolivia y Carlos, su yerno, ya como contador, consiguió trabajo en la empresa minera “Patiño Mines and Enterprises” y se radicó en la localidad denominada Catavi, donde se ubicaba el ingenio de procesamiento del estaño extraído de las minas próximas. En esa localidad, nacieron los últimos dos hijos, Yolanda y Jorge.

 

Para completar la genealogía de esa familia, contaré lo que sé de cada uno de los hijos: Carlos Aramayo Muñoz se casó con Lucrecia Mejia Martinez y tuvieron tres hijos, Miguel el primogénito, primer nieto y primer sobrino, nació en 1944, tuvo dos hijos (Carlos y  Mauricio). Maria Leticia  tuvo dos hijos (Rodrigo y Marcelo), José Manuel que se quedó soltero y sin hijos.

 

Luis se fue a vivir a la Argentina y se casó con Lita Castelar, que ya tenía un hijo que se llamaba Raúl y tuvieron una hija, a la que llamaron Stella Marie Aramayo Castelar, que cuando se casó tuvo trillizos.

 

Eduardo, que también se fue a vivir a la Argentina, se casó con Olga Leon y tuvo dos hijos, la mayor, Gloria Aramayo León, que tuvo tres hijos y, el menor Eduardo, tienen dos hijas.

 

Blanca Aramayo Muñoz se casó con Imar Mealla Benítez y tuvieron cuatro hijos, Patricia tuvo tres hijos, Imar tuvo dos hijos, Ariel tuvo dos hijos y Beatriz tuvo tres hijos.

 

Yola y Jorge no dejaron descendencia, por lo menos Yolanda que se casó y luego se separó. Jorge, que nunca se casó, tuvo varios hijos, pero todos fuera de matrimonio y ninguno apegado a la familia.

 

Después de ese detalle sucinto podemos entrar en los pormenores de esta historia.

 

–Manuel ya quisiera estabilizarme en algún lugar, estoy cansada de viajar de Arequipa a Lima, de allá a Puno para pasar a La Paz y luego continuar viaje a Buenos Aire, está bien que el negocio es bueno, pero ya estoy cansada, también estoy cansada de quedarme sola, cuando es usted solo el que hace ese viaje mientras yo permanezco en Buenos Aires, ya nuestra hija está grande y necesita de los dos, preferiría que nos radiquemos en Lima.

 

–Eloísa, le prometo que éste será el último viaje, viajaremos con nuestra hija y cuando lleguemos a Lima, nos estableceremos definitivamente, usted podrá poner la “botica que tanto añora” y practicar con todas las fórmulas que heredó de su padre, que despeñaba ese oficio en Arequipa. Yo atenderé la propiedad algodonera y me encargaré del hilado del algodón, para buscar a alguien que haga el traslado del hilo a Buenos Aires y mi socio en Argentina se encargará del telar y la fabricación de sombreros, para que la persona que contrate se encargue de traer los sombreros para negociar en Bolivia y Perú. En Bolivia  tengo unos sobrinos que nos pueden colaborar con el negocio.

 

Esa promesa se cumplió y llegó el día en que partieron de Buenos Aires a Lima haciendo el largo y penosos trayecto, con varios descansos, en un tiempo muy largo y con cambio de varias cabalgaduras.

 

Cuando llegaron a La Paz, se alojaron en la casa del Sobrino Alfonzo Muñoz Forrastal, que en ese tiempo estaba soltero y vivía con una tía solterona (Felicia Forrastal) y su hermana Cristinita. La colonia peruana en La Paz, era grande y no de recién, de hacía mucho tiempo atrás. Se comercializaba mucho, como productos que llegaban del Perú, especialmente lo que correspondía al Azúcar, harina y varios comestibles, porque La Paz estaba más inclinada a la minería y una agricultura rudimentaria y escasa.

 

En el tiempo que estuvieron en La Paz, socializaron mucho y su hija Mercedes quedó prendada, sobre todo del enamorado Carlos, que la conquistó.

 

Antes de partir al Perú, se encontraron con la sorpresa de que Mercedes esperaba un hijo, lo que irrito tremendamente a su madre, pero su padre lo tomó con calma y propuso una solución salomónica. Los chicos se casaban y el yerno al formar parte de la familia, fue tratado como un hijo más y partió con ellos a Lima, donde llegó a estudiar contabilidad y continuar la procreación de cinco hijos más y administrar la propiedad algodonera.

 

Lo demás que guardo en mi memoria, lo dejaré para contarles en otro cuento, porque todavía tengo mucho más para rememorar  de nuestros antepasados.

 

Miguel Aramayo.

SCZ. 07-03-2015