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Un pescadito

16 Jun

Un pescadito

Estaba a la orilla de un río, si no me equivoco era el río Nilo, lo que se conoce como el Nilo Azul, muy lejos del lago Tana, saliendo de Sudán y más próximo a Egipto, al norte de Asuán, muy lejos del mar Mediterráneo. Estaba vestido de una túnica blanca, más blanca que la nieve y con un turbante a cuadritos de color rojo, calzaba unas sandalias de esa de cuero que se sujetan en el dedo pulgar y aprisionan el talón con un cuero que cubre todo el tobillo después de pasar por una hebilla.

 

Estaba en un muelle muy precario, pero que me permitía estar sentado en una silla portátil, de esas de doblar, de aluminio y lona, a un lado tenia una latita con lombrices que usaba de carnada y al otro lado un recipiente térmico refrigerado para poder conservar lo que pescaba. La caña que estaba usando era de fibra de vidrio de más o menos dos metros y medio, con buena resistencia al peso y con un reel con hilo para soportar buena pesca.

 

Ya tenía dos pescaditos chicos en el recipiente y me preparaba a lanzar el anzuelo para ir por el tercero, me paré, preparé la caña y el anzuelo, además de los demás aparejos que son necesarios para esos menesteres y con un revoleo muy profesional largué el anzuelo a unos cincuenta metros de la orilla. Me senté y esperé que picara el próximo pescadito. Mientras estaba en esa placentera espera que relaja y permite soñar, el tiempo pasó desapercibido y se prolongó no se cuanto, pero tampoco me interesaba, estaba haciendo turismo y no tenía ningún apuro. No sentí el tirón clásico de la picada, pero algo me hizo sospechar que mi anzuelo había quedado enredado en algún objeto. Fuí enroscando suavemente el reel, hasta que vi que en el extremo del anzuelo había un objeto que no llegaba a reconocer, primero me pareció un zapato, cuando ya estuvo casi junto a mi, observé que era una lámpara, una lámpara similar, o mejor dicho idéntica, a las lámparas de los cuentos de las “Mil y una noches” y propiamente a la del cuento de Aladino.

 

Cuando la tuve en mi mano, sentí un extraño cosquilleo en mis dedos y mi espíritu tuvo una premonición. La lámpara era igual que la de los cuentos, pero puedo asegurar que era más bella, pese al sarro que tenia de haber estado mucho tiempo dentro del río, además poseía el aspecto de ser un objeto muy antiguo con labrados de fina filigrana en alto y bajo relieve.

 

Acomodé todo para partir. A menos de veinte metros tenía parqueado un Land Rover LRX2010, de color blanco, que me prestó mi amigo el Emir de Qatar, Jeque Hamad bin Khalifa Al Thani, en cuya casa me encontraba alojado pasando una vacación, en parte y como trabajo, en otra porque mi amigo me solicitó que lo colabore en un tema de sistemas. Llegué a la casa y pasé directamente a su despacho para mostrarle el hallazgo. Lo tomó en sus manos y su cara denotó un gesto de sorpresa, algo así como que se quedó con la boca abierta. El era muy conocedor del arte árabe y por lo tanto podía calificar lo que estaba observando.

 

Cuando pasó de su asombro, iniciamos la conversación, primero le conté como la obtuve y después él me hizo un largo relato del origen de esa lámpara, en base a sus conocimientos del arte. Estábamos frente a algo muy excepcional,  algo que poseía mucho valor artístico y también valor monetario, porque era de oro y lo que le daba el aspecto de oxidada era el musgo y la mugre acumulada en muchos años, porque era algo que tenia más de un milenio de antigüedad, a su criterio era una lámpara que pertenecía a un gobernante persa de mediados del año 1000, entre el 1040 y el 1060 de nuestra era.

 

Para mantener privacidad, cerró la puerta con llave y corrió las cortinas. Buscó un líquido para limpiar metales y un paño, acomodó todo eso en su escritorio y me invitó a que tome asiento al frente de él, pero previamente me ofreció unos dátiles. El acomodó un trapo en sus faldas para proteger la blancura de su túnica, e inició el proceso de pasar el líquido lechoso espeso por toda la superficie de la lámpara, inmediatamente después de eso se notó que la lámpara reflejaba la luz con un brillo áureo, como si fuera un sol en miniatura y se pudieron apreciar mucho más los arabescos estampados en su superficie. Dejó que el liquido cumpla su objetivo y cuando éste se hubo evaporado o escurrido, el Jeque inició el proceso de frotar con el paño, ni bien hizo la primer pasada la lámpara despidió un intenso perfume a almizcle, ámbar e incienso, y cuando la posó sobre el escritorio se vio un vapor que despedía del pico, como si fuera una tetera que hervía al fuego y su contenido se evaporaba.

 

Ese vapor se fue extendiendo formando una figura con una túnica azul y un turbante color rubí, que brillaba intensamente, el genio, o lo que parecía un genio, era un personaje de facciones bellas, de piel morena y ojos verdes, verdes como si fueran esmeraldas que titilaban como si fueran eléctricos. En el centro del turbante finamente sujetado un diamante que emitía rayos de luz que encandilaban. Su barba era espesa y absolutamente negra, muy bien cortada, su nariz era recta, sus labios de un rojo intenso que resaltaban enmarcados por el espeso bigote y la fina barba. Su piel era de una tonalidad canela, sus facciones en conjunto, denotaban pertenecer a una persona fina, sincera, franca y humilde, pese a su señorío y altivez.

 

Poco a poco se fue materializando hasta que quedó parado a un lado del escritorio, habló en «pārsī» que es lenguaje hablado en Persia, que fue la forma arábiga de expresar el antiguo nombre del idioma hablado en Irán. El Jeque que era culto entendió las expresiones de la persona y me tradujo, decía que agradecía el que le hubiéramos permitido retornar al mundo, que su nombre era Kasín y que para nosotros seria más fácil acordarnos de él porque era hermano de Alí Babá. Que él no tenía poderes para complacernos con favores, pero que nos dejaba como recuerdo esa lámpara y le pedía a mi amigo el Jeque que le permita conseguir un camello, agua, forraje, dátiles, queso y leche para poder emprender viaje a Bagdad y que si podía ubicar nuevamente la cueva que diciendo “ábrete Sésamo”, permitía el acceso a un valioso tesoro, el retornaría a pagarnos su rescate, pero que si no encontraba la cueva vería la posibilidad de encontrar  a sus descendientes a los descendientes de su hermano. Mi amigo le consiguió lo que pedía y él se fue.

 

 

Miguel Aramayo.

SCZ. 16-06-2009