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Que suerte negra

10 Mar

Que suerte negra

Con el corazón lleno de ilusiones un portugués partió a principios del siglo XVIII de Lisboa rumbo al nuevo continente. Era un muchacho rubio muy bien formado físicamente. Gustaba de las luchas y poseía cualidades para el florete y la espada, lo que no sólo practicaba como deporte, sino que también podía usar como arma de defensa personal, aunque él era totalmente pacifico, apegado a la religión y devoto del Arcángel Miguel, a quien tenía como Ángel Guardián. De navegación sabía muy poco porque era descendientes de agricultores que emigraron de España a Portugal.

 

Sus orígenes por parte de padre eran de Trujillo y por parte de Madre de Santa Cruz de la Sierra, ambos pequeños pueblitos enclavados en Extremadura, entre medio de serranías próximas a Portugal donde se dedicaban al cultivo de la vid y la producción de vino, como lujo también producían oporto.

 

Por parte de padre, eran hombres aventureros que se sentían muy lejos de sus casas buscando el riesgo que les proporcione riqueza, poder o simplemente la satisfacción de la aventura, Sus mujeres, apoyaban las aventuras de estoy y dejaban que sus maridos desarrollen sus cualidades de andantes, mientras que ellas, muy abnegadas y sin emitir ninguna queja, conservaban las tierras y cuidaban de los animales domésticos para obtener de ellos la leche con la que además de consumirla como tal, hacían quesos de diferentes calidades, de acuerdo a la forma de preparación y a la maduración, además cuidaban de los cerdos que criaban con bellotas, para después hacer los jamones. Cultivaban vid para producir vino, y lo añejaban para hacer oporto,  con los sobrantes del mosto hacían grapa, en un alambique fabricado en la casa, por uno de los varones, que empleando su tiempo libre y su talento en esos menesteres logró hacerlo después de una de sus excursiones quijotescas en la que quedó impedido de cabalgar, alambique que era utilizado por las mujeres de la féminas de la familia para hacer grapa.

 

Uno de los personajes de esta historia, que era pariente directo de la madre del portugués, fue don Ñuflo de Chavez, y los familiares de éste conservaron, además de su recuerdo como el mayor blasón de la familia, el pueblo y sus tierras, con todo el cariño que les nacía de lo mas profundo de su existencia. Al extremo que pese a las adversidades del clima y los malos materiales, conservaron sus casas y la iglesia donde fue bautizado Ñuflo. Desde luego que las tierras no las parcelaron, pese a las varias divisiones de herencia y siempre continuaron perteneciendo como propiedad de los Chavez, hasta después del matrimonio de quien se casó con Pizarro.

 

El portugués de esta historia se llamaba Miguel y apellidaba por parte de padre Pizarro, por parte de madre Chavez. Era descendiente de alguien que a principios del siglo XVI había emigrado a América en una expedición que le dejó el privilegio de fundar una ciudad en lo que ahora es Santa Cruz de la Sierra – Bolivia.

 

Por parte de padre también tenía un apellido famoso dentro del grupo de extremeños que partió a la conquista del nuevo mundo. Aquellos españoles que estuvieron en los albores de la conquista del nuevo continente, de este tronco familiar no tenían mucha historia que relacione, pero si se consideraba parte de esa familia, pero al haber sido tan famosos en América, fueron muy pocos los que quedaron en Trujillo, en la lejana Extremadura..

 

En cambio por parte de madre sus parientes más cercanos todavía asistían a la iglesia en la que fue bautizado Ñuflo (que era el nombre de su antepasado materno) y cuya memoria se mantenía, mostrando de esa manera que era una estirpe de gente querendona de su tierra, sus tradiciones y los recuerdos de sus miembros y no solo de la vid que cultivaban en las tierras heredadas de esa estirpe: Esas tierras que pertenecieron a la familia de los Chavez, fueron pasando de generación en generación y sin parcelarlas, conservando por sobretodo las tradiciones, anécdotas y recuerdos de familia.

 

Miguel, como dije partió lleno de ilusiones en una carabela rumbo al Brasil. Su salida del puerto de Lisboa fue un 30 de diciembre de un año próximo al 1800 y el puerto de llegada debía ser Para Ti, un pequeño puerto en las costas de Río de Janeiro.

 

El viaje fue tormentoso, porque como hombre acostumbrado a tener los pies en la tierra, los cinco primeros días lo dejaron postrado en la cubierta de la carabela, y no soportó alimentos. Toda su sustento provino de un poco de oporto, para aminorar la amargura de la bilis que la tenía a flor de boca, para aplacar el frío de esas noches de invierno consumía de sorbo en sorbo o en algunos casos algo más que un pronunciado trago de grapa, bebida que además de calentarle el cuerpo, dejaba que su espíritu divagará en lontananza, trayendo a su mente los recuerdos lindos de la casa familiar en Extremadura.

 

Sus parientes paternos, allá en Extremadura, criaban algo de ganado y por lo tanto sabía saborear la buena leche, los buenos quesos y de vez en cuando un buen cocido con la carne que faenaban en la misma casa y judías blancas, además de chorizos rojos y negros. También conocía lo que era saborear un buen jamón de cerdo ibérico, alimentado con bellotas y curado con buen salar, protegido por la frialdad de las bodegas donde también maduraban el buen vino y añejaban el oporto y la grapa, que llevaba en su equipaje en sendas botas de buena cantidad y capacidad. Todo eso venia a su mente durante la travesía rumbo al nuevo continente.

 

Al contrario de otros emigrantes el llevaba muy bien escondidas monedas de oro, que eran suficientes para que a su llegada pudiese instalarse. Su vestimenta también era diferente y como parte de su indumentaria llevaba a la cintura un puñal elaborado en Toledo con un escudo de una casa noble, que inspiraba respeto a sus alrededores, pero no solo por el escudo en la empuñadura y la finura de su vaina, sino porque quien lo tenía en el cinto, pese a sus pocos años mostraba un cuerpo alto, esbelto y con musculatura bien formada.

 

Los ojos de Miguel eran de un azul celeste, color que cambiaban al antojo de la luminosidad del cielo, que dependía de las veleidades del clima, mostrándose con una intensidad eléctrica cuando los días eran soleados y opacos y tristes cuando el cielo estaba nublado y el tiempo era frío, pero su mirada siempre dejaba ver que era una persona muy decidida y al mismo tiempo bondadosa, porque su transparencia deja percibir el fondo de su alma, que era tan nobre como su corazón.

 

El objeto de su viaje al igual que el de muchos jóvenes era buscar nuevas experiencias y satisfacer el carácter aventurero que llevaba en sus venas como genética de estirpe. Él tenia todas las intenciones de dedicarse a la minería, porque a sus oídos había llegado la fama del Perú y la plata de Potosí, para poder formar una fortuna, para a su retorno, y siendo hombre rico retornar a invertir ese patrimonio en España, en su querida Santa Cruz de la Sierra o en Trujillo donde todavía le quedaban tierras y casas que contaban con escudo de armas propio y que diferenciaban a sus familias, pero nunca imaginó ser tan rico como lo fue, con el pasar del tiempo, la suerte y ¡arduo trabajo!

 

En cuanto al amor, Miguel todavía se mantenía puro. Había tenido algunos contactos con féminas que pertenecían a su familia y que por el mismo hecho las tenía a distancia y las trataba con el máximo respeto. Cupido no había tenido la suerte de infectar su corazón, cerebro y sentidos, y todo su empeño lo había dedicado a tener una buena y religiosa formación.

 

Podía hablar fluidamente el castellano, el portugués y entendía muy bien el gallego, todo esto porque eran lenguas maternas, dos de ellas por la sangre que corría por su venas y la otra por el vivir en Portugal, pero además en sus estudios adquirió el latín que lo dominaba y algo de griego que también lo aprendió en sus estudios con curas de la congregación de los Jesuitas, pero simplemente para incursionar en la lectura de los grandes poetas y pensadores que se expresaban en esas leguas y cuyas obras tuvo la oportunidad de estudiar, o por lo menos leer, algunas de ellas en su total extensión, como “La iliada”, “La divina comedia” y otras más.

 

Tenía una sólida formación y podía reconocer muy fácilmente los minerales, los metales y las piedras preciosas, pero también sabia mucho de anatomía, biología, zoología y botánica y amplios conocimientos en astronomía, podía ubicarse en el mundo muy fácilmente y podía interpretar un plano porque sabía algo de cartografía.

 

Había leído todo lo que era legible de Leonardo da Vinci y gustaba de la música. Sabia tocar la flauta dulce y el violín y no solo que podía interpretar una partitura, sino que también podía escribirla, y cuando lo hacia las fusas y corcheas, saltaban de felicidad y se alineaban en el pentagrama en torno a la clave de sol o de fa, demostrando la amistad y respeto que sentían por él y por la forma como el las combinaba para establecer acordes, melodías y en fin composiciones que podían ser apreciadas no solo por sus profesores, sino por sus amigos y quienes tenían la suerte de escucharlas, interpretadas por él o cualquier otro músico que les daba vida.

 

El viaje emprendido por Miguel tuvo muchas peripecias en su travesía. Se rompió una vela y a causa de esto estuvieron a la deriva por algunos días, hasta que el “velero bergantín” tomará su rumbo nuevamente, pero los vientos fuertes del norte hicieron que un lugar de llegar a Para Ti, llegaran al Río de la Plata y tuvieron que desembarcar en Buenos Aires. Como la bandera del velero era portuguesa, al igual que el capitán y toda la tripulación. Debieron permanecer en custodia hasta que las autoridades del puerto de Buenos Aires y las autoridades del Virreinato del Río de la Plata, vieran que no tenían ningún propósito de espionaje.

 

Por suerte Miguel hablaba muy bien el castellano y por los papeles que mostraban su identidad, fue muy fácil que lo trataran de una manera diferente. Conoció gente que también era de Extremadura y particularmente descendientes de una casa de Trujillo. Una persona que conoció en esos trajines, le hablo de su familia y logró conectarlo con sus antepasados por el lado materno y por lo tanto hicieron amistad y logro influenciarlo para que en lugar de retornar por mar hasta Brasil, era recomendable continuar viaje al norte para llegar a Potosí en el Alto Perú, que tenía mucha fama de ser una ciudad minera y que además estaría más próximo a la ciudad que fundó uno de sus ancestros.

 

Para completar esta nueva e imprevista etapa de su viaje, era necesario buscar cabalgaduras, tarea que no le resulto difícil por cuanto tenia la experiencia suficiente por haber vivido en el campo en contacto con la naturaleza y la crianza de equinos, caballos y mulas, por lo tanto adquirió cabalgaduras adecuadas y logro conseguir acompañantes para emprender el viaje al norte, lo cual no hubiera sido posible sin los amigos que consiguió en su corta estancia en Buenos Aires. Por extraña casualidad uno de sus ocasionales acompañantes en el viaje que estaba por emprender, era potosino, apellidaba Saavedra (hijo de don Cornelio de Saavedra) y cuyo hermano era alguien a quien gustaba la política y estaba en el ejercito, que también llevaba el nombre de su padre., Viajaba a Potosí para atender asuntos familiares por cuanto su madre era de allá y en ese lugar tenia varios parientes.

 

De Buenos Aires, partieron a Entre Rios y de allá a Corrientes, todo ese largo trayecto lo hicieron a caballo, pero tenía varias mulas cargadas con el equipaje de todos ellos y quien más poseía, era Miguel que siempre estaba el mejor vestido y que además de la ropa, llevaba libros, oporto, grapa y algunos recuerdos, como su florín, el sable, el violín, la flauta, sus partituras.

 

En Corrientes tuvieron que permanecer más tiempo para reponer los equinos y desde luego brindarse descanso ellos. El descanso en ese lugar se prolongó por algunas semanas, porque el grupo de viajeros no tenía ninguna prisa y además tenía los medios como para poder permanecer por donde quisieran y no solo por los medios económicos que poseían, tenían las recomendaciones y los contactos que les permitían conseguir albergue seguro y de calidad familiar.

 

De Corrientes cambiaron el rumbo norte para dirigirse al noroeste hasta el Chaco (El Gran Chaco), donde también tuvieron feliz alojamiento y pudieron cambiar algunas de sus cabalgaduras, especialmente por mulas, animales más adecuados para andar en las montañas, y soportar el pedregal de los caminos, además debían llevar algo más de víveres y sobre todo alimento para los animales y agua para todos, aunque el tiempo ya era algo lluvioso.

 

Del Chaco pasaron a Salta y allí el viaje se puso más duro porque no solo debían pelear con la escasez de pasturas para las cabalgaduras, sino que el tiempo era más frió y comenzaron a subir la cordillera, pero no llegaron a Salta, sino que continuaron bordearon el río Bermejo en dirección norte hasta que llegaron a Bermejo, después Aguas Blancas, San Telmo, Naranja Agria y todos los poblados bordeando el río.

 

Luego apartándose del Río Bermejo hicieron pascana en El Pinal y después en la Tiendita, pasando la Capilla de Bermejo. Medio perdidos en esas latitudes siguieron dirección noroeste, en este punto tuvieron que contratar unos lugareños que les sirvieran de guías hasta poder llegar a Potosí.

 

Miguel llegó a Potosí y se alojó en la casa de su amigo Saavedra, después de un breve descanso salió a conocer la ciudad y en muy poco tiempo encontró gente que ya querían trabajar con él, porque con solo verlo inspiraba confianza y sabiendo donde estaba alojado y más si se tenía una conversación, el interlocutor quedaba extasiado con la cultura, la educación y la simpatía que desparramaba.

 

Además las personas mayores comentaban esto con sus mujeres y ellas inmediatamente se encargaban de programar fiestas o invitaciones de cultura o negocios para poder promocionar a sus hijas que tenían encerradas en las casas, por el temor a la abundancia de hombres sin escrúpulos, aventureros que llegaban en busca de fortuna o de engañar a alguien y por lo tanto eran totalmente diferentes a Miguel Pizarro Chávez.

 

En muy poco tiempo entabló buenas amistades, pero ninguna de las bellas chiquillas que le presentaron logró despertar su interés. Sus objetivos eran claros y se preocupó de hacer negocios y establecer algo propio relacionado con la explotación de alguna mina. De esa manera adelantó en sus contactos, pero sin perder de vista su desarrollo personal.

 

Inmediatamente hizo amistad con una persona que tenia a su cargo la administracion de la Casa de la Moneda, de apellido Toledo, de quien obtuvo información valiosa para su negocio en mente y con quien compartieron conocimientos y aficiones, porque ésa persona también gustaba de la música y de la lectura y pudieron formar un grupo musical, un quinteto de cuerdas en el que Miguel participaba como primer violín; eran tres violines, un chelo, un bajo, todos ellos muy conocedores de la música de Vivaldi y de Mozart, pero en el caso de Miguel, el también contaba con partituras y un violín Stradivarius.

 

El año 1803 en el mes de febrero adquiere una mina en la localidad de Llallagua, increíblemente descubre una veta de plata de una magnitud extraordinaria y de una pureza casi como la que tuvieron los primeros españoles en la mina de Porko en el cerro de Potosí, o quizá más que eso, al extremo que no tenía nada de cobre ni de plomo.

 

Era cuestión de extraer la veta y someterla a un tratamiento de calor después de haber pasado por el molido, pero su pureza no requería ningún otro proceso químico o físico, salvo el lavado para separar algo de tierra, para después convertirla en lingotes y poderla exportar, pagando las regalías que exigían el gobierno local y los Reyes de España.

 

De esa manera en muy poco tiempo fue adquiriendo tanta riqueza y como sucede siempre con la riqueza, por más buenas que sean las personas se apoderan de una cierta codicia y afán de tener más, es así que al ver esa magnitud de riqueza que acumulaba en tan poco tiempo y en forma tan fácil, que continúa con la explotación hasta agotar la veta, pero como otro cosa increíble del dinero, “tenerlo cuesta mucho”, pero “hacerlo no cuesta nada, se reproduce solo”, siempre que sea bien administrado, en ese sentido Miguel era muy cuidadoso y contrariamente a lo que dice la regla siguió manteniendo su humildad y su don de gente buena.

 

Terminada la veta y constituida su fortuna, que siendo tanta, no solo que se multiplicaba, sino que se presentaban nuevos negocios, para los cuales lo único que requería era firmar y constituir albaceas de su confianza que controlen sus inversiones, él se dedicó primero a viajar para llevar su producción de plata a España y otros países de Europa, donde él por sus contactos y su habilidad para los idiomas pudo conseguir mejores precios y que los pagos que le hacían formen a su vez como parte de emprendimientos, que a su vez producían ingresos.

 

Incluso en uno de sus viajes llegó a Inglaterra y se puso en contacto con gente que estaba en el desarrollo de calderas para ser utilizadas en diferentes tipos de máquinas y su interés mayor era el de entrar en la industria mercante y poder tener un barco a vapor e incursionar en los ferrocarriles con locomotoras a vapor, pero continuó con sus mayores inversiones en la minería y radicando en el mismo lugar.

 

Esta vez trasladó su residencia a Charcas y compró una propiedad agrícola en Camargo, que era un vallecito con características climáticas ideales para la producción de vid y por lo tanto trajo los plantines desde españa y sembró lo suficiente para poder tener una bodega que abastezca sus necesidades, las cubas también las importó de Europa y para las primeras producciones importó el mosto con el cual fermentó los primeros jugos, pero fue creciendo en producción hasta que tuvo que construir dos noques para almacenar el jugo y producir el primer paso de fermentación.

 

 

 

 

 

Miguel había llegado a Potosí el año 1802, sin haber cumplido los 21 años y a principios del 1807 y sin haber cumplido los 25 años, era un hombre rico y famoso. También las mujeres de su entorno lo conocían y lo codiciaban, pero el muy dedicado a cumplir con sus objetivos y satisfacer sus necesidades de cultura y diversión, se olvido del amor, pero desde luego que picoteo un poco de todo, sin llegar a ningún compromiso formal y haciendo todo esto en forma solapada para continuar manteniendo su libertad e independencia, lo cual le redituaba buenos contactos porque al ser tan discreto nadie se enteraba de sus amoríos y tanto las damas, como él y la sociedad quedaban en reserva, contentos y el mantenía su excelente reputación, aunque ya se comenzó a comentar el hecho de que se mantenía soltero, lo cual llegó a sus oídos por conversaciones con sus amigos y colegas.

 

Aprovechando de uno de sus viajes de negocio y estando en Buenos Aires, asistió a una invitación de una familia de gente conocida, que lo unía a su querido Santa Cruz de la Sierra. La invitación era a cenar pero previamente se sirvieron un aperitivo, lonjas de jamón ibérico, aceitunas negras y blancas conservadas en aceite de oliva y tortilla de papas.

 

Previo a iniciar el aperitivo fue presentado a todos los miembros de la familia que apellidaban Hernández, que eran gente vinculada a las esferas económicas de Buenos Aires y poseían vastas extensiones de tierra que las dedicaban a la cría de ganado, ovejas y cultivos de trigo, también comerciaban con todos estos productos en la capital.

 

En las presentaciones surgió una de las hijas de don Manuel Hernández que se llamaba Eloisa. Era una muchacha de ojos azules con el mismo encanto de los ojos de Miguel que quedó prendado de ella, al extremo de aceptar que fue herido de muerte por el flechazo de Cupido y durante toda la velada quedó embelezado (por no decir opa) de tantos encantos que mostraba Eloisa.

 

Como era la primer invitación no tuvo más remedio que aceptar las reglas de la casa y mantenerse alejado de ella, pero intercambiaron algunas miradas y notó que esa herida era compensada y tenía la seguridad de no quedar con el corazón partido.

 

Termino la noche y regresó a la residencia que lo hospedaba, era en la casa de sus amigos Saavedra que por suerte era muy próxima a la casa de los Hernández, de todas maneras retornó en el carruaje que lo había llevado.

 

A partir de esa noche todo cambió para Miguel, empezó a pensar un poco más en él y aprovechando de estar en Buenos Aires renovó su vestuario y pensó en adquirir un mejor mobiliario para enviar a su residencia en Charcas y pensar en adquirir una residencia en Buenos Aires, lo que de momento descartó, pero quedó como una posibilidad.

 

Compró un carruaje y una cuadra de caballos que solicitó a los Hernández le permitan mantenerlos en sus tierras, en una propiedad próxima a la capital y que se denominaba “Las Barrancas” que colindaba con el Rió de La Plata en su desembocadura, a no más de 10 minutos a caballo, pero en trote ligero, de la casa de los Hernández que era en el centro de Buenos Aires.

 

“Las Barrancas”, un lugar que tenia una casa preciosa para pasar los fines de semana y que estaba muy próxima al río, en la parte que es más tranquila y de bella vegetación, sobre todo sauces y árboles frondosos de ceibo.

 

La casa poseía grandes jardines adornados con madreselvas que daban fragancia a la brisa y rosales de bellos colores que adornaban la vista, pero además claveles y clavelinas que no solo alegraban el ambiente con sus colores, sino con su fragancia.

 

El campo no solo era de pasturas, también tenían como forraje alfalfa, que cuando estaba florida perfumaba el ambiente. Miguel permaneció un buen tiempo en Buenos Aires, mucho más que lo acostumbrado y llegó a hacer un asiduo visitante de los Hernández, hasta que pudo tener contacto con Eloisa, pero tan efímero que tan sólo pudo cruzar muy pocas palabras, pero las suficientes para poder expresar su admiración por ella y ser retribuido en sus elogios, lo cual le dio la seguridad que no sería rechazado y que todo era cuestión de tiempo.

 

Retornó a Charcas y esta vez lo hizo con gran pompa y seguido de personal que contrató para que lo acompañen en su retorno con nuevos muebles para su casa, cortinas, adornos, el carruaje para movilizarse más cómodamente en sus viajes locales, trajo los caballos y yeguas adquiridos en Buenos Aires, no solo para tirar del carruaje, sino de reemplazo y algunos para obtener cría con ese objeto y para poder cabalgar en su casa de Charcas y en la hacienda de Camargo.

 

Cuando se despidió de los Hernández les hizo invitación formal y expresa para que lo visiten en Charcas y también en Camargo y desde luego también para que visiten la residencia que poseía en Potosí que era desde donde dirigía sus inversiones mineras, pero donde permanecía por muy poco tiempo, porque mucho más era lo que pasaba en Camargo que había construido con mucho cariño y procurando que se pareciera a sus bienes que poseía en Santa Cruz de la Sierra en su lejana España.

 

La visita de los Hernández nunca se produjo, porque como es sabido viajar con toda la familia hasta un lugar tan lejano requiere de tiempo, medios y descuido de lo que se posee y más que todo que la situación política reinante para los españoles en América no era tan buena como en años anteriores.

 

Dado que los Hernández no viajaban, a Miguel le entró la intranquilidad y la añoranza de poder estar nuevamente próximo a Eloisa y organizó un nuevo viaje a Buenos Aires, con un pretexto creíble que le permita estar nuevamente con los Hernández, esto sucedió a mediados de 1806. Llegó a Buenos Aires y ni bien estuvo recuperado del viaje que por cierto fue mucho más rápido que los anteriores, les dejó saber que estaba allá, para lo cual no era muy necesario enviar emisarios, el vecindario se encargaba de pasar la noticia, que llegó a oídos de Eloisa por intermedio de una de las chiquillas de la casa que sabían que ella tenía una cierta predilección por el guapo Miguel, Eloisa quedó muy feliz y esa felicidad se la transmitió a su madre que al ser su confidente ya sabía que cupido también había flechado el corazón de su hija, muy sutilmente buscó un pretexto y habló con su marido para invitar a los Saavedra y como ellos tenían un huésped que también era amigo de ellos, por supuesto que él también debía ser convidado.

 

Fue así y el pretexto fue inaugurar una nueva construcción en Las Barrancas y que se haría la marcación de los animales y por lo tanto se podía disfrutar de un asado. Miguel había llegado con una provisión de vinos para comercializar, que le sirvieron de pretexto al viaje y por lo tanto al saber que fueron invitados, se encargó de enviar la mejor cosecha que poseía en ese momento y que fue llevada muy especialmente para obsequiarla a los Hernández y que mejor ocasión que esa invitación campestre.

 

Miguel viajó a caballo luciendo su mejor traje y botas importadas de Europa y elaboradas de cuero de becerro, muy bien lustradas que aparentaban ser de charol, y colocando al cinto el puñal que trajo de España y cuya empuñadura y vaina eran de un gran valor artístico el extremo que se podía considerar una joya, además del valor como señal, del escudo de armas que pertenecía a sus ancestros.

 

Los Hernández partieron en por lo menos tres carruajes, cada uno de dos yuntas de bellos caballos percherones que con su garbo en el trote daba la impresión que jalaban de los carros por el aire.

 

Los Saavedra tampoco se quedaban cortos en elegancia de carruajes y que aunque en número eran solo dos, la belleza de los animales que tiraban de ellos dejaba ver la buena sangre a la cual pertenecía su cría.

 

La montura de Miguel era de origen sevillano, traída como presente para el hermano de Saavedra, el que se llamaba Cornelio, que paraba muy poco en casa porque siempre estaba en trajines políticos entre Buenos Aires, Charcas y Potosí, o en intercambios culturales entre las universidades de Buenos Aires y la Real y Pontificia Universidad San Francisco Xavier en Charcas.

 

La velada fue acompañada de un clima esplendido con una brisa perfumada, una deliciosa comida y el vino que llevó Miguel se sirvió a discreción y fue alabado por todos los comensales que sabían apreciar ese néctar

 

También hubo ricos postres y uno preparado por Eloisa y su madre, que fue anunciado a los caballeros y damas invitadas, con gran pompa, para mostrar las cualidades femeninas que adornaban a Eloisa, además de la solapada intención de promocionarla como mujer digna.

 

Miguel aprovecho de esta situación y se presentó al grupo de mujeres donde estaba Eloisa, su madre y otras de las damas invitadas, se aproximó a ellas para elogiar el postre y aprovechar de decir a Eloisa que estaba muy interesado de poder conversa a solas con ella, lo cual fue prácticamente imposible, porque uno de los impertinentes que siempre sobran, propuso que él y otros amigos brinden a las damas su exquisitas interpretaciones.

 

En ese momento Juan Tadeo Saavedra, estaba con su violín que había sido traído para su amigo, pero también se encargó de llevar el chelo, su violín y un bajo y se preocupó de invitar a la velada a los que podían interpretarlos.

 

También no se descuidó de acomodar una flauta dulce y las partituras para poder interpretar, mazurcas, minués y cuadrillas, con los correspondientes atriles para soportar las partituras, con sujetadores para que el viento no las vuele.

 

Esa improvisación no estuvo del todo mal. Impidió a Miguel disfrutar de Eloisa, pero permitió que pueda mostrar sus cualidades de músico e interpretar solo algunas melodías del folclore español que agradaron a todos, pero muy particularmente a Eloisa.

 

Otra de las cosas que aprovechó Miguel fue mostrar que también podía interpretar la flauta en melodías de Portugal, de Galicia y algo de lo que pudo captar de los indígenas del altiplano de Potosí, música que era muy triste y totalmente desconocida por los asistentes a la velada, salvo alguno de los Saavedra que la tenían como música propia.

 

Aprovechando de uno de los solos de violín y chelo que interpretó su amigo Saavedra con el acompañante, dejo la posibilidad para que Miguel recite unos versos de autor español, muy poco conocido pero con un contenido que permitía expresarle a Eloisa sus sentimientos y que todos los presentes perciban el interés que iba mostrando él a la belleza de la hija mayor de los Hernández.

 

Esa velada dejo abierto el camino para que Miguel pueda en un futuro no muy lejano solicitar audiencia, con el padre de Eloisa para expresarle sus intenciones hacia ella, y pedir la licencia necesaria para poder frecuentar su casa y poder expresar a Eloisa sus sentimientos, y obtener de ella el consentimiento para cortejarla.

 

Los padres de Eloisa que se venían venir esto hacia mucho tiempo, porque la madre era confidente de Eloisa, pero al mismo tiempo no tenía secretos con su marido, había logrado influir en este tan buen animo hacia Miguel, que cuando éste expresó sus sentimientos y solicitó el permiso, lo obtuvo inmediatamente sin sentir titubeos de parte del futuro suegro, quien muy formal y hecho el que no sabia nada, primero llamó a la esposa para comunicar esto y permitir que fluyeran las palabras de la boca de Miguel para que las escuche su esposa.

 

Fue tan linda, convincente y poética la perorata de Miguel, que los suegros quedaron no solo encantados, ¡quedaron enamorados! de las expresiones pulcras, ¡vibrantes! y ¡cristalinas!, que emanaban de la boca y garganta de Miguel, que ni bien terminó su elocución, llamaron a su presencia a Eloisa, que había escuchado todo detrás de las cortinas que estaba junto a la puerta que separaba esa estancia de la de la sala de música, donde se suponía que estaba Eloisa leyendo la Biblia.

 

Eloisa entró ruborizada al extremo que sus mejillas mostraban un color carmesí como si fuera fruto de una fiebre, pero lo que tenía era que todo lo escuchado de labios de su amado. Le produjo taquicardia y su pulso se había disparado a los límites que puede soportar un corazón, por suerte era sana y fuerte y practicaba mucho deporte.

 

Se sentó tratando de mantener quietas las manos, pero sus dedos estaban deshilachando una parte de su chal, que por suerte tenía flecos, los que venían de su elaboración, más los que había formado ella en su espera. Escuchó lo que dijeron, primero su padre, luego su madre, pero no les llevó el apunte hasta escuchar lo que decía Miguel. A estas palabras puso el máximo de atención y habló tan bonito que cada palabra, cada frase, cada oración las guardaba gravadas en su corazón y en su mente.

 

Después le tocó responder a ella, que también tenia una buena y cristiana formación, porque había sido educada en un colegio de monjas francesas “el Sagrado Corazón de María” y por lo tanto tenía buenos conocimientos y dominaba el francés y el dialecto gallego.

 

Para responder a Miguel ya tenía un versito preparado y el mismo no solo que salio de su mente, salio de su corazón y dejó sorprendidos a los presentes y embelezado a su bien amado.

 

Terminó la velada, con un brindis que consistió en un licorcito de guindas preparado en la misma casa y unas galletitas elaboradas por Eloisa, pero esta vez sin la colaboración de su señora madre.

 

Habiendo formalizado el compromiso en forma familiar, este hecho fue el comentario general de toda la sociedad bonaerense, y como este tipo de noticias corre por todas partes, antes de que Miguel hubiera retornado a Charcas, ya se sabía allá y también en Potosí.

 

Eso suscitó que Miguel y la familia de Eloisa reciban congratulaciones e invitaciones a diferentes actos, obsequios y flores, principalmente en la casa de Eloisa, tan solo lo que se había formalizado era el permiso para que pudieran cortejar.

 

Ese permiso solo consistía en que el pretendiente puedan asistir a la casa de la enamorada, pero para que pudieran conversar tenía que estar presente todo un sequito y por lo tanto el enamoramiento se convertía en simplemente un intercambio de conversaciones y sobre todo miradas y guiños que por amabas partes intercambiaban.

 

En algunos casos ninguno de los dos entendía y pretendían entender cosas que la otra parte ni siquiera había pensado, pero de todas maneras esas horas que se pasaban así a toda velocidad, pero el reloj que es implacable, no tienen descuentos y cuando uno se descuida se pasó.

 

De todas maneras hicieron planes, jugaron ajedrez, damas, compusieron música y armaron poesías, pero lo principal es que llegaron a conocerse y apreciarse. Ambos tenían una basta cultura y en el caso de ella muy poco común para aquellos tiempo.

 

Miguel viajó a Charcas, Potosí y Camargo para atender sus intereses y después de retornar permaneció unos días en Buenos Aires para luego emprender viaje a Europa, para estar con sus padres, sus hermanos, sus amigos y también atender sus intereses, principalmente el tema de sus inversiones en la fábrica de calderos en Inglaterra.

 

Al retornar de Europa trajo un cargamento grande para poder amoblar su casa en Charcas. Preparándose para su nuevo estado, también aprovecho de comprar cosas para el ajuar de Eloisa y obsequios para los amigos y los futuros parientes políticos.

 

El tiempo y el espacio le faltaron pero no el dinero, tuvo que venir con personal de España que lo colabore en la preparación de la boda, porque en este retorno estaba decidido a pedir la mano de Eloisa y fijar la fecha para el matrimonio.

 

Muchos de los parientes de España, y con toda seguridad su padre y sus hermanos vendrían para ese grandioso acontecimiento y a su llegada a América debería preparar el hospedaje para todos ellos, no solo en Buenos Aires, sino también en Charcas y Camargo.

 

A Potosí sólo iría con los varones, porque era inhóspito e increíblemente frió para poder arriesgar a las mujeres, en cambio Camargo ofrecía un buen clima, un buen paisaje y la casa tenía todas las comodidades para albergarla por algún tiempo, además sus hermanos lo colaborarían en instalar un alambique para preparar grapa.

 

A su regreso fue todo una odisea el adecuar el cargamento para continuar a Charcas, pero mientras sus colaboradores preparaban ese viaje, él se quedó en Buenos Aires, donde fue bien recibido por lo futuros suegros y Eloisa que ya estaba impaciente por tenerlo junto a ella, aunque solo fuera para mirarlo y rozar sus manos tiernamente, porque hasta la fecha nunca tuvieron la posibilidad de intercambiar ni siquiera un beso furtivo.

 

El 17 de febrero de 1807 tomó el coraje necesario para convocar a sus suegros y su bien amada para anunciar que quería casarse con Eloisa y solicitar formalmente la autorización de sus padres para preparar la boda para máximo el mes de septiembre de ese mismo año.

 

Eloisa brincaba de felicidad al igual que su futura suegra y todo el grupo femenino de la casa de los Hernández, en cambio el padre de ella pese a que sentía gran aprecio por Miguel, quedó muy triste y recién vio que existía la seguridad de que su joya, su hija mimada y su amor del alma se separaría de él y eso dejó muy triste su corazón, porque sintió que seria una perdida irreparable.

 

Ya no estaría con ellos en Buenos Aires y Charcas era demasiado lejos para poderla visitar con frecuencia, pero Dios había puesto esta situación en su camino y no podía más que apoyar y resignarse. Aceptaron la fecha del matrimonio para el día de la primavera, el día de los enamorados, el 21 de septiembre de 1807

 

A partir de ese momento los enamorados fueron contando los días, pero no los días que pasaban, sino los días que faltaban para concluir con esa larga espera.

 

Miguel envió los mensajes a su familia en España para que vengan a América y se puso a preparar la recepción en Buenos Aires, como primer estancia que alcanzaría a una permanencia de aproximadamente un mes o dos, porque después del matrimonio y la luna de miel continuarían viaje a Charcas con toda la familia.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Como ahora ya existía una fecha y muchas tareas por realizar los días fueron pasando a un ritmo veloz, especialmente para los padres y parientes de Eloisa, aunque para los novios esos mismos tiempos parecían una eternidad, hasta poder alcanzar el 21 de septiembre.

 

Los parientes en España también comenzaron a descontar los días, a deshojarlos tal cual se deshojan margaritas y a preparar todo lo que deberían traer como presentes, más los encargos de Miguel para instalarse mejor en su vida de casado y mejorar su inversión en los viñedos y la producción de vinos y su nuevo proyecto de destilación.

 

En el mes de agosto, a mediados, todos los parientes abordaron una carabela que prácticamente era exclusiva para ellos, además de la tripulación, y las cosas que traían a América, por lo tanto la recepción en Buenos Aires debía estar muy bien acondicionada para ese acontecimiento.

 

Miguel había conseguido alquilar una propiedad próxima a “Las Barrancas”, que pertenecía a una familia acomodada que poseía su casa de vivienda en la capital y la casa de hacienda muy próxima a “Las Barrancas” que se denominaba “La Caldera”.

 

Contaba con espacio suficiente para albergar a toda la familia de Miguel y brindaba las comodidades para que su estancia sea placentera, pero hubo que encargarse de aprovisionarla y contratar al personal de servicio que preste todo el apoyo para el desenvolvimiento cotidiano

 

Desde luego que la madre y las hermanas de Miguel podrían colaborar en la administracion, de manera que su padre, sus hermanos, unos primos y dos de los amigos íntimos de Miguel puedan sentirse a gusto durante el tiempo que permanecerían en Buenos Aires.

 

De los dos amigos de Miguel, uno de ellos era algo muy particular, era alguien con quien Miguel había compartido la vida desde muy corta edad, los cuatro o cinco años, estudiaron juntos hasta concluir el bachillerato y cuando Miguel partió para América él se quedó en un convento para ofrecer su vida al señor y convertirse en sacerdote, por lo tanto ya había celebrado su primer misa y fue consagrado en la catedral de Segovia.

 

Para que el padre Jaime pueda venir a América se  tuvo que solicitar un permiso, hasta casi llegar al Vaticano, por suerte la familia de Miguel tenía acceso a la nobleza y fue el mismo Rey el que solicitó el permiso por medio del Obispo de Madrid que fue quien ofreció las garantías de su retorno.

 

El objeto principal de la venida del padre Jaime, (Jaime Almagro y Rodrigo) que era así como se llamaba, era que con el permiso del Obispo de Buenos Aires pudiera celebrar la misa y oficiar la ceremonia matrimonial de Miguel y Eloisa, de ese permiso se encargaron los parientes de Eloisa con la colaboración de Cornelio Saavedra.

 

A la llegada de los parientes de Miguel parte de la comitiva, más personal contratado en Buenos Aires y haciendo uso de los transportes alquilados en el lugar, continuaron viaje a Charcas, con todo lo que era para su casa allá y su propiedad en Camargo, por lo tanto hubo que organizar las cargas y el personal de apoyo de manera que en un determinado lugar del camino una comitiva tome el rumbo a Camargo y la otra continúe el viaje a Charcas.

 

Previamente se enviaron mensajeros que preparen la llegada de las vituallas, equipos y mobiliario en ambos lugares y a su vez entreguen los partes matrimoniales y las invitaciones para quienes debían estar al tanto de este magno acontecimiento, eso no solo en Charcas, también en Potosí donde Miguel poseía varios amigos y colegas, que era menester comunicar en algunos casos, y en otros comunicar e invitar para que estén presentes en el matrimonio.

 

Por lo tanto en Buenos Aires también fue necesario preparar la recepción de esos invitados para hospedarlos en lugares adecuados a su estado civil principalmente, sin descuidar el nivel que correspondía. En su mayoría eran españoles o descendientes de éstos.  Para este menester, Miguel tuvo que contar con el apoyo de sus hermanos y los contactos de su amigo Saavedra quien lo vinculó con amigos y familiares que se brindaron hospedaje a las personas que confirmaban su participación a esa invitación.

 

Fue tanta la actividad para Miguel que en algunos momento dejaba de pensar en Eloisa, que era lo que ocupaba todo su pensamiento hasta que se tuvo que organizar este acontecimiento, por suerte Miguel disponía de los medios y la solvencia económica para hacer frente a este gasto y muchos más, por lo tanto por ese lado los afanes eran muy pocos, porque todos sabían que podían prestar su ayuda y que la misma seria cubierta pecuniariamente por Miguel o los padres de Eloisa, que también estaban en condiciones de afrontar los gastos para satisfacer las exigencias que imponían una boda.

 

Eloisa también tuvo una ardua participación y sobre todo en organizar lo que serian las recepciones previas al matrimonio, los banquetes, pequeñas fiestas y las veladas principalmente en los fines de semana, sus hermanos, hombres y mujeres también colaboraron en todo lo que requería ella o Miguel y cumplían al pie de la letra los encargos que venían de sus padres.

 

El vestido y todo el ajuar de Eloisa ya estaba preparado, también habían dejado un primor lo que seria el nido de amor que emplearían Miguel y Eloisa en una propiedad que la familia de ella poseía en “El Tigre”, Yaguaretés era el nombre que le daban los lugareños, por la historia que le dio el nombre, situada a 32 o 33 kilómetros del centro de Buenos Aires y algo menos desde Las Barrancas.

 

La gente que tuvo a su cargo esa preparación, no solo pensó en lo que era la casa y la servidumbre, también prepararon cabalgaduras para el caso de que ellos deseen cabalgar por las vastas llanuras, o la embarcación para que puedan salir a disfrutar del río, como para navegar en los atardeceres o pescar a cualquier hora, con preferencia en las mañanas que las aguas eran más mansas y el calor no era intenso.

 

Todo eso estaba preparado, incluso con una recepción con fiesta gaucha, guitarras, bombos, cantores gauchos y chinas que ofrezcan una demostración de, chacarera, zamba y malambo.

 

Llegó la tan esperada fecha, todos estaba como fue pensado, todos colaboraron, pero quien mejor se portó fue “San Pedro”. El tiempo era esplendido, no hacia ni frío, ni calor, la brisa era exacta para lo que se requería, todo el personal de apoyo finamente vestido y en conocimiento pleno de sus obligaciones, hacían que todo funcione como si fuera un concierto, pero no de un cuarteto de cuerdas, sino como concierto de una orquesta filarmónica.

 

Había gente que oficiaba de directores de ceremonia, para que las tareas se sucedan de una en una como todo estaba previsto. Los carruajes y los cocheros estaban en el lugar justo, a la hora indicada y prestaban el máximo de colaboración a los comensales que les tocaba.

 

Todo había sido finamente preparado y previamente ejercitado, por lo tanto todo estaba saliendo a la perfección.

 

Los carruajes destinados a la familia de Miguel Partieron de “La Caldera” a la hora indicada rumbo a la Catedral de Buenos Aires donde se celebraría el matrimonio.

 

Todos estaban finamente vestidos, los hombres a la usanza universal de la época, con zapatos de charol y trajes de seda, mostrando en las pecheras finos bordados a mano y en el caso del padre de Miguel, en su pecho se exponían dos o tres medallas de oro que mostraban su linaje y su grado alcanzado en el ejército español.

 

Las damas de la familia de Miguel todas lucían la peineta que caracterizaba a las damas españolas, que resaltaba el gran moño, además todas lucían joyas que no solo mostraban su belleza, sino que diferenciaban su abolengo.

 

Miguel lucia un traje de seda blanca, con unas medias blancas tan ajustas a la pierna que mostraban su físico atlético, las zapatillas también eran blancas de raso con bordados muy finos y una suela de fino cuero, con un taco bajito, algo similar a lo que usan los toreros, que dejaba que su paso muestre lo varonil que era él, la chaqueta con colita deja apreciar lo fuerte de su dorso y lo esbelto de sus hombros, su peinado estaba finamente realizado y dejaba ver su cara varonil, sus ojos esa mañana eran de un azul tan intenso que parecía que de ellos partieran rayos en lugar de miradas.

 

Todas las damas, no solo las solteras apreciaban ese porte y los hombres también lo observaban con admiración, salvo sus padres y hermanos que no solo lo miraban de esa manera, sino con un orgullo tan grande, ¡indescriptible!

 

La familia de la novia, algunos llegaron caminando a la Catedral, porque desde su casa hasta allá había tan sólo unos pocos metros de distancia.

 

Todos estaban finamente vestidos y se destacaban sus padres porque no solo que mostraban juventud, fortaleza, lucían sus finos vestidos y sin alardear también mostraban sus joyas, pero lo que más impresionaba en esa pareja era la felicidad por ver realizada a su hija Eloisa, con tan simpático y gentil caballero, que además de poseer ¡todas las cualidades!, era un joven sencillo, trabajador y de tan buen corazón que su fama de hombre altruista había llegado a todos los confines de Buenos Aires y también en el Alto Perú.

 

Cuando hizo su aparición Eloisa todos quedaron de boca abierta, era tan bella que en esos tules y bordados blancos como la nieve que formaban su traje de bodas resaltaba su rostro, sus ojos azules, también mostraban rayos en lugar de miradas, su nariz respingada le daba un marco tan bello que ni el velo que cubría su rostro opacaba tanta belleza, resaltaba sobre su cutis rosado los bellos labios de color carmesí que mostraban una sonrisa que era prueba clara de la inmensa felicidad que la embargaba.

 

Su caminar era tan cadencioso que no parecía pisar las baldosas, daba la impresión que flotaba a muy poca distancia del suelo, después de bajar de la carroza esperó que su padre se aproximara y lo tomó del brazo para ingresar a la iglesia.

 

Su padre también estaba suspendido en el aire y caminaba al ritmo que ella le imponía, pero se destacaba su fortaleza de hombre criado a la intemperie del campo, pero además su pecho se destacaba por el traje, su mirada era dulce y su rostro mostraba el orgullo de padre, pero al mismo tiempo su alma sentía una gran tristeza, porque dentro de muy poco entregaría esa joya a Miguel, ¡ella era lo más preciado de su vida!, era ¡su chiquitita!, era su ¡gran amor!, ¡su ilusión!… Era su hija.

 

El tiempo transcurrido desde el atrio al altar mayor, para Miguel pareció una eternidad, pero para el padre de Eloisa un ¡efímero suspiro!, ¡un instante!, ¡fracciones de segundo!, al llegar al altar suspendió un poco el velo que cubría el rostro de Eloisa y sus labios depositaron un beso en esas mejilla y se notó que una lagrima asomo a los ojos de ella, el mostraba mucha calma, pero eso solamente se veía en el exterior, interiormente era un diluvio de lagrimas y su mente rebobinaba la corta vida de Eloisa.

 

La vio cuando nació, cuando la bautizaron, sus primeros pasos, su alegre niñez, los rizos de oro, las travesuras, los poemas que con cariño le recitó, sus quince años, ¡todo volvió a su mente!, pero esto no lo atormento, le dio el coraje para enfrentar ese momento que el sabía era la separación de su ¡prenda querida!…

 

Detrás de el muy elegante su esposa del brazo del Padre de Miguel, que también hacían una linda y señorial pareja. La madre de Eloisa finamente vestida caminaba con un paso acompasado siguiendo el ritmo de la marcha nupcial que desde el ingreso de Eloisa a la iglesia interpretaron, un cuarteto de cuerdas compuesto por amigos de Miguel, en el cual él algunas veces integraba, como primer violín.

 

La pareja avanzó hasta el altar mayor y pudieron ver que Eloisa y Miguel tomados de la mano se dirigían a los reclinatorios al frente del altar, los mismos que habían sido forrados de raso y bordados a mano especialmente para esa ocasión.

 

El padre de Miguel muy gentil acompañó a la madre de Eloisa hasta que ésta quedará del brazo de su esposo y él tomó el brazo de su esposa y partieron las dos parejas en dirección a los reclinatorios que les correspondían, las dos damas ni bien estuvieron arrodilladas tomaron sus rosarios, para con sus oraciones encargar a Dios la felicidad de sus hijos, los padres, ambos parados, ¡muy erguidos!, dejaban volar sus mentes.

 

En la cara del padre de Eloisa se notaba una sonrisa triste y los ojos aunque no dejaban salir las lágrimas mostraban un océano de ellas. El padre de Miguel con cara muy seria también deja ver una sonrisa, pero esta era de orgullo, ¡orgullo! que sentía realmente por el hijo que se casaba con tan bella dama y que era de su estirpe y abolengo.

 

Hizo su ingreso el padre Jaime, quien vestía un alma muy blanca y bien almidonada y le cubría una casulla verde bordada con finos hilos de oro, bordado echo a mano por las monjas Clarizas del convento de Trujillo y traída desde España para esta celebración. Le acompañaban dos acólitos de sotana roja con estolas blancas finamente bordadas y caladas a mano, que oficiarían de monaguillos en esa misa, con un paso muy firme el trío se acercaron al centro del altar e hicieron una genuflexión al unísono, para mostrar su respeto a Dios.

 

Luego el padre Jaime se volteo y con una gran sonrisa se aproximó a los novios a quienes les habló muy tiernamente, pero nadie pudo escuchar que les dijo, les extendió la mano a ambos novios y Eloisa besó su mano en señal de respeto.

 

El cuarteto de cuerdas continuó interpretando una melodía de Mozart y luego otra de Vivaldi,  una vez que concluyó esa partitura el padre Jaime dio inicio a la misa.

 

Todos quedaron de pie hasta el momento de la consagración y posteriormente para el ofertorio, luego vino la ceremonia propia del matrimonio y en el silencio de la iglesia se escucharon resonar los ¡si!… de ambos contrayentes.

 

Ese momento parecía que la iluminación de la iglesia, por la luz intensa que penetraba por los vitrales se convertía en una lluvia de colores, que en algunas partes del altar mayor parecían ases de arco iris que daban una mayor seriedad a la ceremonia, los cirios que adornaban los altares al igual que la luz difusa que se notaba en los rincones, también iluminaban los ojos de todos los presentes.

 

Todos los hermanos y hermanas de los novios estaban detrás de sus padres y estaban acompañados por sus enamorados o acompañantes ocasionales que para esa ceremonia habían organizado para formar parejas.

 

Las muchachas todas estaban con el mismo tono de vestidos, como para formar un cortejo, de la misma manera los varones mostraban trajes azules y camisas blancas con finos bordados y las chaquetas dejaban ver los puños finamente bordados para la ocasión.

 

En el cuello todos ellos mostraban una cinta que cumplía las funciones de corbata y que estaba puesta a sus cuellos para resaltar la elegancia que merecía el acontecimiento.

 

Las muchachas lucían una gargantilla de seda que combinaba el color de sus trajes y que al frente dejaban ver tres o cuatro perlas que parecían lagrimas, que la luz intensa que entraba por los ventanales de la Catedral, iluminaba cada perla y a cada una le daba una tonalidad diferente.

 

Todos los invitados, no invitados pero allegados a ambas familias, además de los curiosos, ocupando los demás bancos de la iglesia durante toda la ceremonia, dejaban exteriorizar sus caras de felicidad y asombro.

 

La luz, el perfume de las flores y los cirios, además del marco de música de violines, chelo y bajo, daban la impresión que se formaba una nube en torno a todos los asistentes.

 

Llegó el fin de la ceremonia, las mujeres se arrodillaron y los hombres hicieron una genuflexión en espera de la bendición y el “ite missa est”… “Deo gracie”…

 

El padre Jaime esperó que Miguel descubra el rostro de Eloisa que estaba finamente enmarcado con el velo que lo cubría y le dio el primer beso, ¡el beso por el que había esperado tanto tiempo!, ambos quedaron flotando en el aire, ¡sus ojos se cerraron!, ¡sus corazones palpitaron!, ¡sus labios se unieron! y después de un instante se escucho “el chasquido de un beso febril”.

 

El padre Jaime observó eso desde cierta distancia y luego se aproximo para dar la mano a Eloisa y un gran abrazo a Miguel, ¡abrazo que se dan tan solo los amigos!, con las consabidas palmadas después del apretón y sin soltar la mano mientras intercambian buenos augurios.

 

Los novios se vuelcan y abrazan a sus padres, que ahora son padres comunes para ambos y concluida esta demostración de amor filial, los novios se toman del brazo y al son de los acordes del cuarteto, emprenden su raudo paso hasta el atrio de la iglesia donde esperan todos los chiquillos con arroz y pétalos de roza, además un conjunto de guitarras y bombos esperan la salida, para demostrar el cariño que tiene por la nena los peones de la estancia, los mismos que la vieron crecer y compartieron sus primeras cabalgatas y que le enseñaron a bailar la zamba y el gato. Todos se abrazaban y compartían buenos deseos mientras escuchaban los acordes.

 

Se fue tranquilizando el alboroto porque los directores de ceremonia fueron guiando a los invitados a las carrozas, que a medida que se completaban partían rumbo a “Las Barrancas”.

 

La comitiva se hizo larga, los novios fueron los últimos en irse y la carroza que tenían preparada para ellos estaba finamente adornada, con guirnaldas de flores, tules blancos y finas campanitas atadas a los ejes de la carreta de cuatro ruedas.

 

Antes de partir rumbo a la casa de campo, dieron la vuelta a la Catedral y rodearon la plaza rumbo al lugar donde se conmemoraba el matrimonio, los invitados fueron llegando y los pajes los acomodan a los invitados donde les correspondía, porque todo estaba finamente adornado y preparado para cada uno de los invitados, también se escuchaban los acorde de la pequeña orquesta que fue contratada para el acontecimiento y que dejaba escuchar música muy liviana de orígenes diversos, pero sobretodo tarantelas italianas.

 

Cuando llegaron los novios fueron recibidos por una pieza musical muy alegre, una cuadrilla y posteriormente se inicio el baile del vals, del cual participaron todos los parientes de la novia y del novio, peleando el privilegio de bailar con ellos, por lo tanto la orquesta tuvo que prolongar por mucho tiempo el son de los valses.

 

Concluido esto apareció un conjunto de gaitas y panderetas, porque como la mayoría de los presentes eran españoles, se escucharon esos acordes y se presencio una demostración de baile, seis parejas ataviados a la usanza del noroeste de España bailaron jota.

 

Concluido ese espectáculo se escucho el retumbar de los bombos y los acordes de guitarras que se desgranaron en un sonido de malambo, que fue acompañado con el clásico zapatear y ruido de espuelas raspando entre ellas o contra los maderos de piso, que formaban la pista de baile, que fue preparada para la ocasión.

 

Concluido esto se presentaron tres gauchos y tres chinitas que vestidos como correspondía, hicieron flamear pañuelos y polleras interpretando primero dos zambas, y luego bailaron un gato.

 

La fiesta duro un poco más de lo que alumbraba el sol y comenzaron a salir la luna y las estrellas, que parecía que fueron contratadas para la ocasión porque mostraban un brillo más intenso, las madreselvas también perfumaron mucho más el ambiente, con la tenue brisa del atardecer y el nacimiento del anochecer, los encargados fueron prendiendo faroles y la fiesta continúo.

 

Todos estaban animados, no solo por lo bueno de la música y el baile, sino que el buen vino, que para la ocasión había traído Miguel de sus bodegas en Camargo, más el vino que el padre de Eloisa encargó de Mendoza, y el vino que trajeron de Trujillo y Santa Cruz de la Sierra.

 

Las damas también tomaban clericó y sangría, por lo tanto la alegría era generalizada. Llegó el momento que los novios anunciaron su partida por cuanto tenían todo preparado para pasar esa primer noche en El Tigre, después de todo lo que les faltaba caminar no era más que unas dos horas, ya ellos habían cambiado sus trajes de novios por ropa adecuada para el viaje.

 

Partieron Al Tigre, en dos carretas, en una iban ellos y en otra algo del personal que los acompañaría para servirlos en su estancia, que según lo programado no se prolongaría por más de cinco días, después de los cuales retornarían para continuar el viaje a Charcas donde fijarían su residencia.

 

“El Tigre” estaba finamente preparado para albergar a los novios y estaba adornado como  si se tratara de un fino nido de amor.

 

En el trayecto pese a que la única luz era de las estrellas y la inmensa iluminación de la luna llena, que en esa época del año se mostraba como que la tierra estuviera más próxima al satélite o éste a la tierra. Los novios no dejaron de mirarse y acariciarse y de vez en cuando un beso prolongado que dejaba a ambos con la piel erizada y sus corazones palpitando a un ritmo más acelerado.

 

El trayecto entre la ciudad y el Tigre, no era mucho, algo aproximado a los treinta kilómetros, y los caballos que tiraban de las carretas hicieron que en aproximadamente dos horas estuvieran en la casa de campo donde pasarían su luna de miel.

 

Allá los esperaba el personal, con guitarras y fanfarrias y les dieron su bienvenida, por corto tiempo, porque suponían que traían ansia contenida, que merecía el respeto de todos, pero el acto muy bien festejado por los novios y agradecido con palmadas a todos los participantes por parte de Miguel.

 

No es prudente relatar la belleza que fue ese encuentro intimo, entre dos seres que se habían deseado por tanto tiempo y que supieron respetar al pie de la letra, las normas de conducta que les imponía la sociedad en la que participaban y que era propia de ellos, por lo tanto ese largo sacrificio se vio finamente compensado con el amor que se profesaban ambos, la vitalidad que les daba su bella juventud y las ansias desmedidas que nacían de su interior reprimido.

 

A la mañana siguiente todos se levantaron más tarde que lo acostumbrado y todo lo que se preparó para que esté caliente el momento de tomar el desayuno, había enfriado y lo único que mostraba un ardor incandescente era el amor que se mostraban los novios.

 

Después que se levantaron emprendieron un paseo a caballo por los prados aproximándose a la orilla del río, el calor de la media mañana era intenso porque el sol estaba por llegar al meridiano y no había nubes ni siquiera para adornar el cielo, el mismo que por si solo mostraba su esplendor.

 

Luego se alejaron del río y se aproximaron a una capilla. Capilla que era de la propiedad y donde Eloisa en su infancia asistía a la misa que celebraban con cierta periodicidad, llegaron hasta allá para arrodillarse y agradecer a Dios por lo bueno que era con ellos y pedirle que conserve su amor y les de larga y buena descendencia.

 

Los cinco días de luna de miel pasaron como un suspiro efímero y cuando acordaron ya estaban en la carroza de retorno a Buenos Aires, donde los esperaban los parientes de ambos.

 

Llegaron a la casa de Eloisa donde habían preparado sus aposentos, pero esta vez ya no como para la niña, habilitaron otro cuarto donde pusieron todas las comodidades como para una pareja de casados.

 

Lo primero que hicieron fue abrir los regalos y adecuarlos para el embalaje y posterior viaje a su residencia definitiva, entre los regalos había fina cristalería y porcelana traída de Europa, adornos de porcelana de la misma procedencia, plata finamente labrada en el Virreinato del Perú y también algunos objetos de artesanía Bonaerense.

 

También había algunas misivas que en versos muy bien elaborados y magníficamente pensados expresaban el cariño y la admiración de quienes los firmaban con expresiones de elogio para los novios y acompañaban de finas joyas para la novia.

 

Una vez revisados los regalos y preparados los carruajes para el largo viaje a Charcas se despidieron de los parientes que permanecerían en Buenos Aires, hubo muchas lágrimas, abrazos y expresiones de cariños de todos los que se dirigían principalmente a Eloisa.

 

 

Pasó el tiempo los parientes de Miguel retornaron a España, en una carabela que vino especialmente contratada al objeto y después de grandes despedidas de los parientes políticos y los amigos en Buenos Aires, partieron a España para arribar al puerto de Lisboa desde donde les resultaba más cerca trasladarse a Santa Cruz de la Sierra y a Trujillo y de esa manera evitar los malos tiempos que se estaban viviendo en Madrid.

 

Los novios se radicaron en Charcas pero esporádicamente retornaban a Buenos Aires, para no perder los lazos familiares y aprovisionarse de algunas cosas que no se conseguían en Charcas, también viajaban con frecuencia a Camargo donde poseían una casa con todas las comodidades de una gran ciudad, pero con la tranquila y apacible brisa que proporciona el campo.

 

Allá disfrutaban de las fruta y el cuidado de las bodegas que les proporcionaban la satisfacción de tener pedidos de varias partes, porque los vinos y la grapa que elaboraban eran cotizados en varias ciudades del Alto Perú, pero también recibían pedidos de Santiago de Chile, de Buenos Aires y de Lima, pero extrañamente nunca tuvieron contacto con Santa Cruz de la Sierra, que se situaba al norte de donde ellos vivían.

 

En esos años se vivía un sombrío panorama, la Junta de Sevilla envió a los Virreinatos del Río de la Plata y del Perú, en 1808, al brigadier José Manuel Goyeneche con la misión de consolidar el dominio español y con la especial tarea de favorecer las pretensiones de Carlota Joaquina.

 

En América, muchos gobernantes españoles desconfiaron del brigadier al considerarle un agente peligroso por su conducta dual.

 

Los particulares acontecimientos, allende los mares, estaban seguidos muy de cerca en los dominios hispanos de América, más propiamente en Charcas, donde no creían que la débil “Junta de Sevilla” pudiese librar a las colonias de América del peligro de caer bajo la dominación francesa o del conocido expansionismo portugués, además prevalecían las desinteligencias y rivalidades entre el Presidente de la Audiencia de Charcas, los oidores, el arzobispo, etc., etc.

 

Así fue que Goyeneche, después del poco éxito logrado en su paso por Buenos Aires, llega a Chuquisaca para cumplir su misión, la que, para la mayoría de los historiadores, es considerada como un complot.

 

Mantuvo reuniones con importantes autoridades, entre las que se encontraban los oidores, quienes no comulgaron con sus planes. En efecto, en enero de 1809, en el claustro de la Universidad Real y Pontificia San Francisco Xavier, se produjo un absoluto y total rechazo a las pretensiones de Carlota Joaquina, y se proclamó como Rey único a Fernando VII.

 

A fines del año de 1809 Eloisa quedó embarazada, durante esos nueve meses recibió todas las atenciones de Miguel y por suerte su juventud acompaño ese proceso, hasta que un 29 de septiembre de 1910 nació Clementina, una bella y rubia nena que Díos la mando como premio y conmemorando el día del Arcángel que era el protector de Miguel y que tenia el mismo nombre, pero a la hija prefirieron llamarla Clementina, era un nombre más melodioso y adecuado para una dama.

 

El ambiente estaba convulsionado, los patriotas, criollos y españoles, descontentos con la corona y sus representantes en América habían decido emanciparse y por lo tanto era muy difícil poder viajar porque los ejércitos españoles los podían confundir con los revoltosos que eran tan iguales a Miguel y Eloisa y que de alguna manera estaban relacionados con ellos, como era el caso de los Saavedra que estuvo en los aprestos subversivos de mayo de 1810.

 

Llegaron a oídos de Miguel las ideas de igualdad entre criollos y peninsulares que parecían ideas de Fray Bartolomé de las Casas, Francisco de Vitoria, Francisco Suárez y Juan de Solórzano, entre otros.  

 

Estas ideas de avanzada de patriotas hispanoamericanos como Francisco Miranda y Antonio Nariño, la caída del rey Fernando VII en España y la invasión napoleónica, además de la pobre administración española en las colonias y el sistema de monopolio comercial, fueron la causa para lo que sucedía en Argentina y saldo de colonias en América, todo esto producida la caída del sistema y  cortaban los vínculos con España.

 

Las agitaciones políticas y reuniones secretas que habían comenzado más de un año antes, comandadas por un grupo de Patriotas con ideas revolucionarias se venían produciendo en el negocio de Hipólito Vieytes, en la casa de Rodríguez Peña y en la quinta de Mariano de Orma, gestando lo que culminaría con el 25 de Mayo.

 

Entre los patriotas se puede nombrar a Belgrano, Saavedra, Rodríguez Peña, Alberti, Paso, que lograron reunir el Cabildo Abierto, en el mismo que se inició un debate que fue comenzado por el escribano del Cabildo, Justo Núñez, luego prosiguió el Obispo de Buenos Aires, Benito de Lué y Riega, quienes aconsejaban no innovar.

 

Las ideas revolucionarias patrióticas fueron expuestas y defendidas por el doctor Juan José Castelli, quien exaltó los derechos del pueblo de Buenos Aires para ejercer la soberanía y poder tener un gobierno propio, siguieron otras exposiciones, y posteriormente aceptaron la renuncia indeclinable del Virrey, que aceptó el descontento popular hacia su investidura; los jefes militares le negaban su apoyo.

 

 

 

Clementina pese a los momentos difíciles que les toco vivir por la guerra de guerrillas y las pelas entre los leales a España y los independentistas, logró tener una infancia muy familiar aunque algunas veces veía los sollozos de su padre o de su madre por noticias que les llegaban de Argentina por lo que sucedía en Buenos Aires y “Las Provincias Unidas del Sur” y lo que sucedía en España con las agresiones portuguesas, francesas e inglesas.

 

Constantemente recibían de ambas partes noticias de las muertes de algún amigo o pariente, también de los amigos de Charcas algunos ya habrían desaparecido porque fueron muertos en forma inhumana por las tropas españolas o porque estaban en la clandestinidad al mando de algún grupo de subversivos.

 

Cuando el ambiente se ponía tenso Miguel tomaba a toda la familia, algunos miembros de la servidumbre y todos los víveres que podía cargar y partía rumbo a Camargo, donde casi nunca tenia la visita de las tropas españolas, pero si la visita de los patriotas que aparecían para darle noticias de Buenos Aires y de España o para pedirle su colaboración en dinero constante o autorizaciones de pago en Buenos Aires, por las inversiones que tenia allá.

 

El tiempo transcurrió cada vez mas convulsionado, tuvo incluso visitas de soldados de los Ejércitos de Belgrano y San Martín y estuvo en su casa Juana Azurduy de Padilla, que posteriormente recibió el sable de manos de Belgrano, en Salta, por actos heroicos realizados en compañía de Güemes quien en 1816, obtuvo permiso del director Pueyrredón para designarla teniente coronel con derecho al uso del uniforme y con todos los privilegios del rango el mismo y su acción más famosa que se produjo cuando su marido le encomendó la defensa de la hacienda de Villar, mientras él dirigía un ejército hacia la región del Chaco .

 

En esa época Eloisa solamente se había dedicado a tener y criar hijos, a parte de Clementina tuvo cinco hijos más dos varones, Carlos y Luis que eran menores a Clementina, dos hembras que continuaban a estos que eran Elvira y Mercedes y para rematar el benjamín que tuvo como nombre el de su padre, “Miguel Ángel”.

 

Estaban radicando en Camargo cuando Clementina cumplió sus quince años y antes de esto, el 6 de agosto de 1825, finalmente, se proclama la República y se suscribe, en el primer congreso nacional, el Acta de la Independencia total, sin vínculo alguno con otras naciones vecinas y sin dependencia de ningún tipo de otras potencias;…

 

Días después, el Alto Perú adopta el nombre de República Bolívar en homenaje al Libertador, y la capital recibe el glorioso nombre de Sucre, el artífice de la creación de la patria. Tras 16 años de lucha por la independencia de la república y la creación de un país propio, el Gran Mariscal de Ayacucho, Antonio José de Sucre expidió el Decreto del 9 de febrero de 1825 donde convocó a una Asamblea Deliberante para definir el futuro de la nueva nación.

 

Antonio José de Sucre se encontraba en la ciudad de La Paz cuando expidió este decreto cuyo primer punto indicaba el deseo del Ejército Libertador de redimir a las provincias del Alto Perú de la opresión española para que éstas tengan dominio propio.

 

Este artículo del decreto se complementó con el punto número tres donde se expresa la necesidad de que dispongan de un gobierno que las preserve y dirija.

Con esas bases, la Asamblea Deliberante se reunió en Chuquisaca el 10 de julio de 1825. La referida asamblea debía haberse realizado en la ciudad de Oruro pero por ciertas dificultades naturales se cambió la sede de la reunión a Chuquisaca.

 

Todos esos hechos históricos los vivió la familia Pizarro Hernández, separada de los tumultos y pese a que Miguel fue colaborador efectivo y financiador de algunas campañas, rechazó toda representación pública porque estaba dedicado por completo a la crianza y educación de sus hijos, a su producción de vinos y licores y sobre todo a proteger no solo la prole sino a brindar todo el amor que sentía por Eloisa y que pese a los años que ya casi eran 20 no habían decaído en ninguno de los dos.

  

El año 1826 el destino modificaría por completo la vida de Miguel y Clementina. Un día ¡tenebroso!, porque no puede ser nombrado de otra manera Clementina es raptada por un negro que era trabajador del viñedo y es violada, ni bien sucede esto el negro la libera con la esperanza de que ella mantendría la boca cerrada por el temor a las amenazas que había proferido, pero Clementina recurre a su padre al que cuenta el hecho mostrando todos los detalles y en sollozos incontrolables, ese corazón afable que tenia Miguel, se inunda de un odio incontrolable y jura vengarse de esa ofrenda y promete a Clementina que ese hecho no seria conocido por nadie, nada más que por ellos y que el negro desaparecería de la faz de esta tierra y que su cuerpo se pudriría en una de las piletas de maceración del vino del cual nunca más bebería la familia.

 

Miguel esconde su enojo y su dolor lo más que puede y recomienda a Clementina lo mismo, ambos fingen muy bien ante el saldo de la familia, al extremo que nadie se entera del hecho, pero Miguel comienza a urdir el plan para matar al negro, pero deja pasar los días en relativa calma y controla sus nervios y sus impulsos cada vez que ve a Jerónimo, ¡el negro maldito! Y le sonríe como nada hubiera pasado, pero desde ese día vuelve a tener en el cinto el puñal que lo acompaño desde España y que tanto lo hacia respetar en su juventud.

 

Los días pasaban y el corazón de Miguel se henchía de odio, pero su cerebro controlaba sus nervios, varias veces había quedado a solas con ¡el negro maldito!, pero sus nervios no lo traicionaban y dejaba que el negro tomara confianza, hasta que un día decidió que había llegado la hora, llamó al negro y le dijo que agarre un pellejo de oveja, uno de los que se usan para trenzar correas y cuando el negro vio que Miguel saco el puñal, el negro palideció, se desmayo y porque no decir, ¡se cago en los pantalones!

 

Miguel de ver este hecho sintió por un momento un placer oculto que no por esto hizo que calmara su odio contenido, al contrario este aumento, pero también el dominio de sus nervios, llevó ese hecho a la riza y lo hizo muy popular el hecho para que todos en Camargo se enteraran, incluso Clementina.

 

Esto le serviría como parte de sus planes, porque lo que estaba tramando era macabro, pero debía ejecutarlo con frialdad. Este acontecimiento sirvió para que todos supieran que el negro tenia miedo, terror a algo, pero no sabia a que, pero el hizo correr la voz de que Jerónimo en cualquier momento podía escapar de la propiedad para retornar, incluso al lugar de donde algún día fue esclavo y que con seguridad no dejaría rastros de su huida, esta historia también llegó a los oídos del negro y trató de demostrar a Miguel que era falso, que él era fiel a la familia y que nunca lo abandonaría, él acepto eso como disculpas, pero siguió haciendo circular rumores.

 

En otra oportunidad pidió al negro que coja duraznos y que para hacer un licor el quería enseñarle como debería pelar los mismos, eso hicieron durante mucho tiempo, porque cogieron algo más de dos arrobas de esa fruta y junto a una paila de gran tamaño fueron pelados los duraznos, ¡el negro maldito!, con un cuchillo y Miguel con el puñal que llevaba en la cintura.

 

Ese día organizó para que su esposa y todos los hijos viajen a Charcas y todos los empleados a podar los viñedos. Solo el negro y él se quedarían en la bodega, ese hecho era de conocimiento de todos, incluso mandó a cortar leña para hacer la jalea de los duraznos.

 

Cuando estuvieron solos el negro y él, lo descuido al ¡negro maldito! y le asesto tan solo una puñalada, que fue tan profunda que ni siquiera sangro, solo se escucho un estertor y el negro quedó tendido en suelo con el puñal en el pecho y sin ninguna palpitación ni aire en los pulmones.

 

Fue tan certero el golpe que el poco de sangre que derramó quedó untando tan solo en la camisa y el poncho del negro. Miguel con mucha sangre fría destapo la pileta de maceración a la que introdujo al negro exactamente como estaba vestido, solamente extrajo el puñal que limpio con el poncho, humedeció nuevamente el puñal con vino y repitió el proceso de limpieza, luego de lo cual puso en la vaina y lo dejo en el cinto.

 

Abandonó la bodega y se dirigió donde estaba el saldo del personal para preguntar si no habían visto al negro Jerónimo y la respuesta de todos fue que no lo vieron, mando gente a buscarlo, incluso hizo preparar cabalgaduras para que lo siguieran y el negro no apareció, con eso completó la historia y dejó claro que el negro había escapado de miedo de los demonios que lo perseguían y que solo estaban con el.

 

Cerrado el caso amenazo a otros negros que si trataban de huir el los haría aprender. Unos quince días después el fue a Charcas y retornó con la familia, estaba como si nada hubiera pasado y ni la mujer ni los hijos notaron nada anormal en Miguel, incluso Clementina que en un momento de intimidad le hizo otra confesión que aterro a Miguel y lo dejo crispado, se confirmaba que estaba embarazada para ¡el negro maldito!

 

Miguel  quedo exhausto con la noticia y en su cabeza pensó como solucionar esto. Se le ocurrieron un sin fin de cosas, la primera fue el aborto, pero ya su conciencia no podría cargar con dos vidas, además que al pretender hacer eso también corría peligro la vida de Clementina.

 

Al retornar a Camargo urdió un plan que debía ejecutarse a mucha velocidad, no podía enviar a Clementina a España porque allá la situación política era peor y de su familia difícilmente podría conseguir una ayuda que no sea legal, organizó un viaje a Buenos Aires, acompañado tan solo por Clementina, quiso que ella pase unos días, quizás unos meses con la familia de Eloisa, pero al mismo tiempo con su amigo Saavedra, una vez en Buenos Aires, consiguió un pretendiente con quien casar a Clementina.

 

Era un granadero del ejército de San Martín, el mismo que quedó enamora de ella y ella logro engañarlo para que el matrimonio se produzca en forma inmediata. Así fue a regañadientes de Miguel (lo cual era falso), pero muy preparado entre padre e hija, que fingía esto en complicidad con Clementina

 

La familia de Eloisa aceptó ingenuamente la trama, pero como el granadero era de la guardia personal de San Martín tuvo que partir a Montevideo donde se encontraba éste para partir a Europa porque no encontró el clima apropiado para permanecer en Argentina.

 

Por esos apuros se produce el matrimonio, el granadero fallece y Clementina queda viuda y se queda a vivir en Buenos Aires a esperar la llegada del hijo, que al ser el primero nace a los siete meses de gestación (otra mentira de conocimiento de Miguel y su hija) y que por suerte es una mujercita flaquita, pero de facciones muy lindas parecida a Eloisa.

 

El secreto que tenia Clementina con su padre, quien le confeso lo sucedido al negro, queda en lo más profundo de su alma y nadie sospecha, incluso en Camargo nunca más lo nombran.

 

Encima de esa pileta Miguel manda construir otra pileta y comunica ambas tan solo por una rendija, con el pretexto de que esa forma de maceración mejorará la calidad del vino.

 

Clementina queda en Buenos Aires y toda su familia en Charcas, pero un día Miguel decide dejar todo en Charcas y Camargo y encarga a albaceas que se hagan cargo de sus bienes.

 

Retorna a Buenos Aires y como los padres de Eloisa tienen un poco descuidada Las Barrancas, se la adjudican a Miguel quien la mejora y la deja un primor. Clementina nuevamente vive con sus padres y ellos y sus hermanos adoran a la Elvira que es el nombre que ponen a la hija de Clementina.

 

El tiempo pasa, los viejos se hacen más viejos o permanecen en un limbo que no permite percibir si están mejor o peor, todos los respetan y los tratan con cariño, los niños se hacen jóvenes, los jóvenes se hacen adultos, los adultos envejecen, pero el secreto que compartían Miguel y Clementina, ahora es solo de Miguel quien cada vez que le toca pasar por una iglesia, sufre y se destroza el corazón porque sabe que en su conciencia le pesa esa vida, la vida ¡del negro maldito!, pero su formación religiosa hace que su espíritu lo atormente, al extremo que cuando está solo siente la riza, ¡la risa del negro maldito!, ¡del maldito negro!, una carcajada que sale del infierno y atraviesa la entrañas de la tierra para atormentar su mente y su corazón.

 

Le da miedo confesarse ante Dios haciendo uso de sus sacerdotes, porque lo peor de todo es que ¡no se arrepiente de haberlo matado! y pesa sobre su cabeza como una espada de Damocles el que la próxima generación muestre los genes del negro y él tenga que confesar su pecado.

 

Clementina por suerte olvido todo y disfruta de Elvira que crece con la inocencia mas bella y el cariño de toda la familia, esa nena es la locura de los abuelos y los tíos y a medida que pasa el tiempo se ve mostrando más mujercita, más bella, más parecida a la abuela Eloisa, y tienen la inteligencia y la sencillez del abuelo Miguel, quien ya tienen en ese momento 58 años de los cuales 46 los ha vivido en América, todavía hace algunas cosas de trabajo, pero ya dejó a los hijos que manejen el negocio familiar en Bolivia, en Argentina, en España y en Inglaterra, porque allá es socio de una fabrica de calderos y está a punto de adquirir un barco a vapor para comunicar a Buenos Aires con Montevideo.

 

A Camargo no retornó nunca más porque tan solo oír nombrar a ese pueblo le ablanda los huesos y le deja el espíritu sin deseos de continuar. Para aplacar ese tormento decide viajar a su España del alma y para esto propone a Eloisa hacer ese viaje como una despedida a sus orígenes y para dejar todo muy bien documentado para que sus hijos hereden sus bienes tanto los que están en otras partes de Europa como los que posee en América entre Argentina y Bolivia.

 

El viaje se produce a fines del año 1847, cuando en América y España se vive una relativa calma. Llega a Santa Cruz de la Sierra en Cáceres, Extremadura. El pueblo no ha cambiado, sigue conservando el mismo aspecto de hace trescientos años, todavía encuentra a los familiares Chávez, todavía puede tomar la leche que se sirvió cuando era pequeño, come el mismo jamón que se preparaba en la casa familiar.

 

Permanece un tiempo allí y luego se traslada a Trujillo para ver los parientes que todavía lo extrañan y lo recuerdan tan vividamente que para ellos el tiempo no pasó, tienen un poco más de canas y unos cuantos kilos más, lo esbelto de su figura se deterioró un poco, pero como todos los parientes han tenido esa misma metamorfosis que ninguno nota, mejor dicho todos olvidan, que el tiempo pasa y es implacable, lo que si se mantienen intactos son los sentimientos.

 

Alguno de los primos parte a Segovia para llegar con una gran sorpresa, es el padre Jaime, que sí crió barriga y dejó escapar los cabellos, lo único que le queda ahora es una gran barba totalmente blanca que le da un aspecto de santidad, pero además en su vestimenta aumento un color, ahora también tienen faja púrpura, un anillo de una piedra lila en la mano derecha y la calvicie la tapa con un birrete del mismo color de la faja, pero sigue siendo con Miguel el gran amigo, se sientan juntos y comen jamón, queso, aceitunas negras y blancas y saborean el vino el mismo que toman a discreción porque son gente que está acostumbrada a eso, pero esta vez saborean vinos de Rioja que se han hecho más famosos que los vinos que se hacían en la casa, esos los dejan únicamente para celebrar misa y por consiguiente abastecen todas las iglesias de los alrededores e incluso envían a Madrid, lo que siguen haciendo con ventaja es el oporto y la grapa.

 

En una de las caminatas de Jaime y Miguel por los senderos que conocen de memoria y que todavía se mantienen, como el camino a la ermita donde dijeron sus oraciones de primera juventud o de ultima niñez, prometiendo a la Virgen Morena que cumplirían sus objetivos, hablan sobre esto y cada uno muestra su satisfacción por lo que hicieron, pero en el pobre corazón de Miguel se presenta en momento determinado el recuerdo y la imagen ¡del negro maldito! Y al estar con Jaime que no solo que es ministro de Dios, sino que ahora es uno más de sus apóstoles, decide confesar.

 

Esa confesión la hace de rodillas en la ermita de la Virgen Morena y cuando saca ese pecado de su alma siente que se ha liberado de algo que lo atormento hace ya casi 25 años. Jaime lo escucha y lo comprende, le da la absolución, no solo como ministro de Dios sino como su amigo del alma.

 

Retornan a la casa, pero previamente bajando del castillo pasan por el convento de las monjas clarizas y por el callejón que bordea la parte lateral del convento pasan por el huerto donde se aprecian la naranjas y de allá continúan bajando hasta la placita que aparentemente forma parte del castillo y suben la escalinata hasta llegar a la iglesia, así como lo hicieron cuando tenían diez años y tomaron su primera comunión, en ese mismo reclinatorio de mármol junto al altar mayor.

 

Allá cada uno reza y confiesa sus pecados a Dios y se comporta tan humildemente como lo han hecho en infinidad de veces cuando eran unos muchachos, puros, ahora ambos son hombres y bien adultos, ambos tienen sus pecados para confesar a Dios, pero Dios desde lo alto del altar los ve como amigos fieles y se siente de la edad de ellos, cosa que ellos no perciben pero que es un hecho que está sucediendo mientras ellos dicen sus oraciones con fe profunda y gran devoción, pero el Cristo del altar da la impresión que en cualquier momento se bajará de la cruz para abrazarse a ellos a los que aprecia como a sus amigos.

 

Terminan su oración y se dan un gran abrazo, salen de la iglesia y continúan el camino hacia abajo, hasta llegar a la casa. Toda la familia los espera porque aunque ellos no notaron el tiempo ha pasado y todos están ansiosos por servirse los cerditos que han preparado en honor a ellos y que son especialidad culinaria de Segovia.

 

Termina la comida que fue rociada de bueno y abundante vino y se producen las despedidas. El padre Jaime se olvido que es obispo y solo falta que tire la sotana, el anillo y el Birrete, pero se lo ve tan alegre que hasta en sus expresiones se escucha que dice ¡coño!, ¡hostias!, ¡gilipollas!… es la felicidad de haber compartido con su amigo del alma.

 

Miguel también está tan contento y ha rejuvenecido habiendo dejado su secreto como pertenencia de la Virgen Morena, ¡la Virgen de la ermita!, la Madre que puede cargar con todas las culpas de esta humanidad y no quejarse.

 

Se despiden, Jaime parte a Segovia, Miguel y Eloisa a Lisboa para continuar el viaje a América. Miguel sabe que es la última vez que hará ese viaje, Jaime sabe que no volverá a abrazar a Miguel, todos saben que esto no se volverá a repetir, pero todos a su vez saben que algún día se encontrarán para no separarse jamás.

 

Solo Eloisa no llega a comprender lo que está pasando y lo que vienen la deja feliz porque sabe que en poco tiempo más estará con su familia, con los hijos que tanto quiere y también con los nietos, que ya son varios, pero este viaje le hizo bien, porque le hizo bien a Miguel, pero ella interiormente hubiera preferido estar en su querido Buenos Aires.

 

Llegan a Buenos Aires y Miguel se da cuenta que él también ya es de aquí. Su España del alma quedó muy lejos, pero lo que tiene aquí y ahora es lo que más valor tienen para él, se siente muy bien y liberado del yugo que durante tanto tiempo lo acompaño, esa imagen ya se borro y no interfiere más en su pensamiento o en su corazón, ahora puede pasar por cualquier iglesia y en vez de tener sensación de culpa y de impureza, siente el deseo de entrar y decir una oración que lo aproxime a Dios y la Virgen Maria que tanto respeta y venera.

 

Una tarde que está leyendo a la sombra de un Jacaranda en flor, siente la presencia de su nieta Elvira, que muy cariñosa le da un beso en la frente y se queda acariciando sus canas, le pide permiso para sentarse junto a él, el marca el libro para continuar la lectura después, pero es más importante conversar con la nieta del alma.

 

Ella inicia la conversación de esta manera:

 

– ¿Abuelito viste cómo he crecido?

 

El le responde:

 

– No solo que creciste en tamaño, también creciste en sabiduría, ¡eso te sienta!, ¡te ves guapa!, pero lo importante es que conserves tu sencillez y candidez, ese es el mejor adorno de una persona.

 

– Abuelito te digo esto porque también ¡ya soy mujer!

 

– Hija del alma, no es necesario que me hagas esa aclaración, ¡soy viejo!, pero ¡no ciego!, todavía se apreciar una mujer y cuando te digo ¡guapa!, no es solo un halago, ¡es un piropo!…

 

– Abuelito, te digo que soy mujer porque me enamore…

 

– Hija del alma, eso lo entendí desde el principio de la conservación, ese privilegio no es premonición, son simplemente años, ¡años que he vivido intensamente! y que también los dedique al amor y fruto de ese amor son ustedes.

 

– ¿Quién es el pretendiente?, ¿Cuántos años tiene?, ¿qué estudió, o qué hace?, ¿de dónde es?

 

– Abuelito, me abrumas con tatas preguntas, tan solo te puedo decir que se llama Ignacio, es cordobés.

 

– ¿Argentino o español?

 

– Argentino, abuelito, pero su familia también es española, ellos nacieron en Aranjuez.

 

– ¿Lo quieres?, ¿él te quiere a ti?

 

– Creo que es así, por lo menos preferiría que sea así, pero antes de hablar con mi madre he querido hablar contigo para que seas vos el que lo califique y me ayudes a tomar una decisión, vos sabes que te quiero como al padre que nunca conocí.

 

Al pronunciar esa ultima frase, Miguel sintió un profundo dolor en el pecho y sintió que las sienes palpitaban a un ritmo superior al pulso de su corazón, se sintió desfallecer, pero por suerte todavía lo acompañaba esa fortaleza y serenidad de hombre serio, ¡tocio!… ¡volvió hacerlo! y le echó la culpa a una mala respiración que le produjo ahogo.

 

Elvira no notó pero se apegó más a él y le dio un abrazo tan profundo y quedó acariciando la mano que la tenia encima de la rodilla apretando su muslo para contener sus impulsos, siguió la conversación y quedaron en que ella invitaría al pretendiente para que tome el té con el abuelo, pero seria mañana, beso al abuelo y partió rumbo a la casa.

 

Miguel tomó su abrigo, se puso una boina que era lo que gustaba lucir y se fue caminando hasta la iglesia Del Pilar, que quedaba cerca de Las Barrancas, entró a la iglesia y esta vez no rezó, tuvo un coloquio con la Virgen, se dirigió directamente donde estaba ella y le dijo:

 

– ¿Madre mira en la situación en que me encuentro?

 

Luego hizo un silencio y puso el rostro como que escuchaba atentamente lo que la Virgen le decía.

 

– Madre yo me entrego a ti… Tú eres mi protección… Tú eres mi abrigo… por favor ¡ayúdame!

 

Nuevamente el silencio y las expresiones cambiantes de su rostro, como si realmente estuviera escuchando lo que la Virgen le decía.

 

Quedó cabizbajo y en un silencio que para cualquiera hubiera parecido una eternidad.

 

Se sentó y quedó mirando fijamente a la estatua de la Virgen como si en realidad se tratará de una persona, no lo hacia porque fuera un idolatra, el sabia que esa estatua era tan solo una representación para ayudar a los humanos, pero que en realidad la virgen al igual que su Hijo Jesús, o que Dios, o el Espíritu Santo, eran etéreos y que tan solo los representábamos en formas humanas para sentirnos más cómodos, pero en realidad incluso ir a la iglesia no era necesario por que están a nuestra disposición en cualquier momento, en cualquier lugar y quien les daba existencia éramos nosotros mismos, pero desde alguna parte ellos nos socorrían y de eso estaba muy seguro Miguel.

 

Permaneció un momento más en la iglesia, se persigno y se levantó para salir, muy lentamente como que no quisiera irse y que su partida era obligatoria para que en su casa no sientan su ausencia y no le pidan explicaciones de ¿dónde estaba?

 

Una vez afuera de la iglesia en voz muy baja dijo;

 

– “Gracias Madre mía”, “haré lo que indiques”, “confiado en que tú protección no me faltará ni a mi ni a ninguno de los míos”.

 

Apuro el paso hasta llegar a su casa, entró sigilosamente y se percató que nadie había notado su ausencia, volvió al jardín, al banco donde permanecía su libro marcado hasta donde detuvo la lectura para atender a Elvira, pero en lugar de continuar leyendo se sentó y dejó su mente divagar, de esa manera su cuerpo se libera de toda presión y le daba la impresión que junto con su mente su cuerpo también flotaba como si fuera un espíritu  

 

Al día siguiente Miguel estuvo muy intranquilo esperando la llegada del pretendiente de Elvira, varias veces quiso continuar la lectura de su libro pero le volvía a su mente la figura del ¡negro maldito!, tanto era ese tormento que opto por rezar el rosario y para eso hizo uso de sus dedos y no solo rezo los misterios gloriosos, también rezó lo dolorosos y los gozosos, de esa manera el tiempo transcurrió más rápido y su sufrimiento inadvertido por quienes le veían sentado en el banco con el libro en la mano, pero sin deshojar ni una pagina.

 

Llegó y pasó el almuerzo, todos conversaron, pero el estuvo más callado que de costumbre, pero nadie se percato de lo que tenia en su corazón, en lugar de dormir su siesta salio a caminar llegando hasta el río donde se puso a pescar, esto lo distrajo al extremo que casi se pasa el tiempo, retornó a la casa de prisa y vio a la nieta que estaba en los afanes de preparar una mesa para los tres en un lugar del jardín que tenia mucha sobra y gran aroma a flores.

 

Intercambio besos con la nieta y se sentó en un banco próximo para ver lo hacendosa que era Elvira y lo bonita que estaba, era un primor de muchacha.

 

Llegó el pretendiente que era un muchacho muy alto de aproximadamente unos 23 o 24 años, se lo notaba atlético y por la conversación que tuvieron se apreciaba muy bien formado, lo primero que hizo Miguel fue indagar su cultura y la pureza de su corazón y comenzó el cuestionario:

 

– ¿Cómo te llamas?

 

– Me llamo Eduardo y apellido Muñoz por parte de Padre y Alviña por parte de madre.

 

– ¿De donde son tus padres?

 

– Mi padre es de Jujuy y mi madre es porteña, pero ambos son de origen español.

 

– ¡Que lindo!, nosotros también somos españoles, es decir yo y los padres de mi mujer.

 

– ¿A que se dedica tu padre?

 

– Es médico.

 

– ¿y vos?

 

– Yo también soy médico, pero ahora estoy haciendo una especialidad que todavía me tomará unos dos años más y existe la posibilidad que durante ese tiempo tenga que estar fuera del país, tengo intenciones de viajar a Francia porque tengo contacto con un amigo que se llama Luis Pasteur, él es químico, pero está trabajando en algo que tienen que ver con la medicina y pensamos que podemos complementarnos en preparar una tesis.

 

Miguel quedó sorprendido con la charla con Eduardo y se expreso de esta manera:

 

– “Por lo que veo sos una persona con aspiraciones.

 

Después hablaron de temas de cultura general y trivialidades cotidianas, como de caballos, pesca, vinos, lo cual dejo a Miguel plenamente satisfecho de haber conocido al pretendiente de su nieta y con ¡si! rotundo para que ella pueda continuar con esa relación.

 

Continuó el enamoramiento entre Eduardo y Elvira y se formalizó el noviazgo, incluso con la celebración de una recepción social ofrecida por los Pizarro para comunicar a todos sus amigos que estaban de acuerdo con esa relación y que la apoyaban.

 

El noviazgo duró un poco más de un año al cabo de lo cual contrajeron matrimonio. Esto fue un acontecimiento a nivel social de Buenos Aires. También llegaron para la celebración algunos parientes de España y algunos amigos de Charcas, pero no en el mismo número de cuando fue el matrimonio de Miguel y Eloisa. Después de todo los que vinieron fueron los nietos de los que asistieron a ese primer matrimonio.

 

La pompa del matrimonio de Eduardo y Elvira fue algo similar al matrimonio de sus abuelos, porque Miguel y Eloisa querían mucho a esa nieta, que por la situación de que era huérfana de padre y la madre nunca más volvió a contraer matrimonio, se crió con los abuelos como si ellos fueran sus padres y tomó a Clementina como si fuera su hermana mayor. Después de todo, ella se mantenía muy joven y hermosa.

 

En lugar de pasar la luna de miel en El Tigre, partieron en un vapor a Francia. Previamente pasarían por Portugal a visitar a los parientes de Miguel y de allá nuevamente por mar irían hasta Francia.

 

Llegaron a Paris al puerto de Villerville y de allá siguieron viaje por el Sena hasta llegar a la ciudad luz. Con la ayuda del amigo de Eduardo se instalaron, primero en un alojamiento familiar y después buscaron una residencia pequeña pero muy acogedora. Ubicada próxima al Jardín Luxemburgo (en la Rue de Vaugirard)  muy cerca de la Sorbona, y de los campos Elíseos y por lo tanto podían pasear por las orillas del Sena y apreciar su movimiento y el de la gente que se distrae mirando ese río tan pintoresco.

 

Durante la estadía en Francia los nuevos esposos llevaron una vida muy armoniosa. Como gente joven que se amaba apasionadamente, el pasar de los días eran tan veloces que ninguno de los dos apreciaba el correr del calendario. Ambos estaban dedicados alma, vida y corazón a satisfacer los caprichos de cada uno de ellos y como Eduardo además de atender a su amada debía atender sus estudios y sus prácticas en su profesión y el proyecto de investigación en el que estaba embarcado con su amigo francés, los días y los meses pasaban inadvertidos.

 

Así pasó el primer año y de la misma manera el segundo año y el tercer año, y Elvira nada de quedar embarazada, pero como lo que estaban haciendo era disfrutando del amor y como ambos estaban enfrascados en eso, no notaron la ausencia de un hijo. Los reclamos venían de los parientes que desde América pedían con insistencia, pero esto tampoco era muy insistente porque la correspondencia era lenta entre el ir y venir de las cartas y las amistades que tenían en Francia en su mayoría era gente joven e intelectual, que invertían mucho tiempo en conversar de temas distintos a la maternidad. Algunas veces surgía en la conversación el tema, pero pasaba desapercibido.

 

Elvira al haber sido única hija y haberse criado al amparo de los abuelos, tampoco tenia muy en la cabeza el tema de los hijos y por consiguiente ella se sentía muy feliz como estaba y como eso no le privaba de felicidad, Eduardo tampoco insistía sobre el tema de la descendencia, además el estaba en proyecto científico y practicando con su profesión y últimamente ya desempeñándose como médico.

 

El cuarto año decidieron retornar a Buenos Aires para visitar a la familia, aprovechando de que Eduardo había concluido los estudios y tenia la posibilidad de trabajar en Francia y por lo tanto quisieron disfrutar de una vacación y visitar a los parientes.

 

Organizaron el viaje y todo lo planeado salio a pedir de boca. Llegaron a Buenos Aires en Septiembre para poder festejar el cumpleaños del abuelo Miguel, pero también estuvieron con la familia de Eduardo. Pasaron unos día en El Tigre que fueron reconfortantes y después de una estancia de aproximadamente tres meses retornaron a Francia con la idea de permanecer allá por espacio similar al anterior y con el proyecto de que Eduardo ejercería de médico y para esto pondría una clínica en sociedad con unos colegas y amigos francés.

 

Dejaron como promesa a la familia que buscarían la descendencia y en tal sentido Elvira comenzó a preocuparse por quedar embarazada, pero los meses transcurrían y el ajuar ya lo tenia completo, pero nada de germinar la semillita del amor, hasta que un buen día vino el anuncio de la cigüeña. Inmediatamente partieron cartas para los parientes en América para comunicar la nueva y anunciar que el nacimiento sería para dentro de nueve meses, y que posiblemente el nacimiento se produzca para fines de septiembre.

 

El abuelo Miguel era el más preocupado por ese nacimiento. Él adoraba a la nieta y tenia un gran secreto, por lo tanto ni bien se entero del nacimiento del bisnieto organizó viaje con Eloisa y Clementina para estar presentes en el alumbramiento.

 

Partieron de Buenos Aires con el tiempo suficiente para llegar a Francia a principios del mes de agosto. Llegaron desde América al puerto francés de Sainte-Andresse, y desde allá también arribaron el Sena hasta llegar a Paris.

 

Que alegría para Elvira el poder tener la colaboración de las dos mujeres más próximas a ella y que la adoraban, además de la compañía del abuelo que pese al tiempo transcurrido se mantenía muy bien y tan apuesto como los recuerdos que tenia de él cuando ella era una niña. Él ya tenía en ese momento 72 años que no los aparentaba, porque seguía tan lucido y erguido como si tuviera 60 años. Su abuela y su madre que tenia 44 años mantenían su belleza.

 

Las dos mujeres se dedicaron a revisar el ajuar y tejer y bordar lo último que faltaba para recibir al primogénito. El abuelo se dedicaba a hablar con Elvira con quien pasaban largas horas compartiendo su afición por la literatura y el arte, lastima que ya no podían caminar para visitar los lugares donde se podía apreciar la pintura, la música, pero el abuelo aprovecho de comprar un violín y una flauta, además de algunas partituras que ofreció a la nieta como un halago, y en sus ratos libres compuso una canción de cuna para legar al nieto o nieta que ya estaba por llegar.

 

El día 28 de septiembre de 1854, se inicio el proceso del parto y llegaron los amigos de Eduardo que se encargarían de atender a Elvira. Todos eran nerviosos y se notaba el gran trajín en la casa. Todos pasaron la noche en vela y a las 6:30 del día 29 nacía un baroncito como regalo para el abuelo Miguel y desde ya ese chico nacía con el nombre que lo acompañaría toda su vida.

 

Después de los llantos del recién nacido que mostraba una fortaleza de pulmones, también se escucharon los sollozas de la madre y se abrió la puerta donde estaban atendiendo el parto, de allá salió Clementina con las facciones desfiguradas quien busco al abuelo con desesperación.

 

Miguel quedó paralizado y por un instante que duro una eternidad, sintió que las fuerzas lo abandonaban y sabia cual seria la noticia que le transmitiría Clementina, antes de eso Miguel logro hablar con uno de los colegas de Eduardo para que retuvieran a éste por un momento hasta que él pueda hablar con Clementina y pueda entrar a ver a Elvira y el nieto

 

Todo eso parecía que pasaba en cámara lenta, pero el corazón y el cerebro de Miguel funcionaban a tal velocidad y con tal intensidad que sin exagerar, en su chaqueta se notaba el palpitar de su corazón y en la boina que llevaba puesta el palpitar de sus sienes. Su respiración era tan profunda que daba la impresión que se acabaría todo el oxigeno que lo rodeaba.

 

Habló con Clementina y recibió la noticia que el nieto tenia una tonalidad de piel que no era la de ninguno de los miembros de la familia, los cabellos no eran rubios como habían sido de todos sus descendientes al momento de nacer y que los ojos no eran azules, eran de un negro intenso, los labios eran gruesos y la nariz pequeñita y respingada era fuerte, pesaba algo más de 3,700 gramos.

 

Entró, vio al bisnieto, beso a Eloisa que sentada en una silla parecía de mármol, no solo por lo quietita que estaba sino por la tonalidad de su piel, Elvira mantenía a su hijo en el regazo pero la mirada estaba en el infinito.

 

Miguel se arrodillo junto a la nieta y el bisnieto y confeso el porque ese niño era así y no como el saldo de la familia, nadie en el recinto abrió la boca, no se escucho ni un solo sollozo, sola la voz de Miguel que retumbaba como si fuera un rayo, pero no por la intensidad de su tono sino por la inflexión de su entonación, las lagrimas corrían a raudales por sus mejillas pero su respiración era pausada.

 

Clementina estaba desfigurada pero de sus ojos no podía brotar ni una lagrima, era tanto el dolor que sentía en su corazón que no se animaba a decir nada, recordó que había sido violada cuando tenia tan corta edad, pero no recordaba nada más, ni siquiera recordaba la cara ¡del maldito!, ¡del maldito negro!.

 

En cambio por la mente de Miguel pasaban escenas dantescas, recordaba como había planeado matarlo, como le hundió el cuchillo en el ¡negro corazón!, en “el corazón del maldito negro!, como lo limpio con su poncho, como lo metió a la pileta, como ordeno que construyan otra pileta encima de la que contenía los restos del ¡maldito negro!, y ahora necesitaba las pruebas para mostrar ante todos ese su pecado.

 

Ya habían pasado 29 años desde ese momento infortunado, estando así, todos suspendidos en el aire, entró Eduardo con cara de preocupación porque él se imaginaba algo peor. Tomó a su hijo en sus brazos y lo contemplo, primero con una mirada tierna, luego con una mirada de asombro, luego con una mirada de sorpresa y quedó petrificado como estaban todos los presentes en la estancia.

 

El primero en hablar fue Miguel quien procuro en pocas palabras expresar su pesar y confesar su crimen para que Eduardo lo juzgue a él y no a Clementina que era otra de las victimas del ¡negro maldito! que en ese momento sin lugar a dudas se revolcaba en lo más recóndito del infierno, del infierno al que se llevo él mismo.

 

Eduardo quedo perplejo y trato de entender la explicación de Miguel y posteriormente lo que corroboraba Clementina, pero la duda roía las entrañas de Eduardo en busca de una prueba, pero cualquier prueba que podía ofrecer Miguel estaba tan lejana que no quedó más remedio que planear un viaje de retorno hasta Camargo y demoler las piletas un busca de las pruebas que puedan ofrecer la naturaleza y el tiempo transcurrido.

 

Ni bien se repuso Elvira toda la familia partió de retorno a América, también con ellos viajaba Miguel un bello niño morenito, pero bello y sobre todo muy querido por su madre y todos los parientes que lo acompañaban, hasta me animo a decir que por Eduardo que en su interior llevaba una espina que lo lastimaba profundamente. Miguel, Eloisa y Clementina, estaban como si hubieran perdido el habla, lo que decían eran simplemente monosílabas que respondían para no mostrar que perdieron la voz. Los corazones de los tres estaban tan compungidos que no encontraban palabras para exteriorizar el dolor interior.

 

Algunas veces se les escuchaba suspirar, sus ojos eran constantemente fijos en la inmensidad del horizonte y habían agotado todas sus lágrimas. Comían por simple obligación esperando llegar a su destino final y si tenían esperanzas de vivir era solo para demostrar que la historia contada a Eduardo era una historia verídica.

 

Llegaron a Buenos Aires e inmediatamente se pusieron a la tarea de preparar el viaje a Camargo, lo cual fue a toda prisa. Ya habían viajado tantas veces que sabían cual era el camino más corto, y el motivo del viaje tenia tanta premura, que los tiempos de descanso se hicieron cortos hasta llegar al destino final.

 

Al llegar les esperaba una ardua tarea. Había que vaciar las piletas aunque todo ese mosto deba ser derramado al campo y luego se debería demoler la pileta de arriba para poder llegar al interior de la pileta donde se suponía que estaba el negro, ¡el negro maldito!

 

Para todo este trabajo se utilizó gente de mucha confianza, y la última parte del trabajo decidieron manejarlo con sus propias manos únicamente Miguel y Eduardo, transcurrieron tantos días que hasta por fin llegaron al momento esperado.

 

Quedaba un poco de mosto que fueron extrayendo con un recipiente pequeño. Hasta ese momento no habían logrado encontrar nada, cuando ya Miguel no tenia ninguna esperanza encontraron dos trocitos de oro en cuyo interior habían dientes, dientes que pertenecían al ¡negro maldito!, pero además encontraron una esmeralda, esmeralda que Miguel reconoció inmediatamente y que correspondía a las esmeraldas engastadas en la vaina de su puñal, Eduardo guardo esos objetos y dieron por terminada la búsqueda.

 

Miguel ofreció a Eduardo mostrar el puñal que conservaba en Buenos Aires y que después de usarlo en la muerte de ¡negro maldito! no volvió a usarlo y por lo tanto era la prueba complementaria, esa prueba que fue Dios quien la conservo al igual que los dientes en los casquillos de oro.

 

Esos dos objetos dejaron a Eduardo con la tranquilidad de no haber sido engañado y dieron a Miguel la evidencia para salvar la reputación de Elvira y la tranquilidad para Eloisa y Clementina.

 

Retornaron a Buenos Aires y comprobaron que la esmeralda pertenecía a la vaina del puñal de Miguel, y Eduardo con su experiencia de médico logro detectar algo más: en algunas ranuras del puñal entre la hoja y la empuñadura se notaban rastros de sangre coagulada que se conservo desde la última vez que fue utilizado el puñal y que concordaba con la historia que Miguel había contado a Eduardo con lujo de detalles y con un raudal de lagrimas en el tiempo que duro la narración tétrica del crimen. Con eso se cerró el caso y pensaron nuevamente retornar a Europa.

 

La despedida fue muy dolorosa porque con la edad que tenían Miguel y Eloisa era muy improbable que vuelvan a viajar ellos o siquiera ver a los que partían en un posible regreso.

 

Miguel entregó a Eduardo el puñal con la vaina y pidió que si pasaban por Toledo en España haga retirar las joyas de la vaina del puñal y la empuñadura, que la hoja la entierre y con todo el oro y las piedras encargue la fabricación de un crucifijo para entregar al Padre Jaime que en ese momento vivía en Madrid.

 

Eduardo cumplió con el encargo de Miguel y el tiempo paso, paso tan de prisa que él moreno transcurrido el tiempo retorno a Buenos Aires y posteriormente se radico en Arequipa, Perú.

 

 

Miguel Aramayo

SCZ 10-03-2006