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Un engaño de cura.

13 Dic

Un engaño de cura.

Una vez, escapando de los nazis, durante la Segunda Guerra Mundial, me oculté en una iglesia y estando escondido de sotana, en el confesionario. escuche la confesión de tres personas una viejita, historia que ya les conté hace mucho. También escuché la confesión de una pareja, o por lo menos esa fue la impresión que tuve, porque lo que me contó el muchacho, era lo inverso de lo que me contaba la muchacha y, la historia de ésta era muy similar a la historia de la viejita, pero con una distancia de más o menos cuarenta años. 

 

Me quedé pensando en mi pecado, me había aprovechado de la ingenuidad de las personas y ahora al ser culpable de engaño, tenía la supuesta obligación ante Dios, de guardar el secreto de esas tres personas. Secreto que después de tanto tiempo y a tanta distancia de lo sucedido consideró que no es un sacrilegio, además yo nunca hice los votos de confidencialidad, ni ninguno de los votos que deben cumplir los sacerdotes católicos, pero si los conozco de raspapincheti (pobreza, castidad, obediencia, reserva).  

 

Primero confesé a la chica y lo hice de esta manera: –Ave María Purísima. 

–Sin pecado concebida. 

–¿Qué deseas confesar, que requiera el perdón del Altísimo? 

–Padre no sé si es pecado, pero mi problema es que no deseo tener relaciones con mi marido. 

–Realmente me pones en un aprieto, por lo tanto debo razonar en voz alta en busca de la verdad Bíblica. –Cuando Dios instituyó el sacramento de matrimonio, dijo: ya no serán dos, sino que formarán una sola carne y, les exigió que ambos debían protegerse y colaborarse, en las buenas y las malas, en salud y enfermedad y que deberían saciar sus instintos. –Por lo tanto, es tu obligación satisfacer a tu marido. Ahora viendo desde las obligaciones de tu marido, él también debe respetar tus deseos. –Por lo tanto este es un tema que puede, mejor dicho, debe ser decido en entre los dos, lo debes conversar con él y entre ambos encontrar una solución, solución que no sólo satisfaga a ambos, sino que también debe complacer a Dios. –Por lo tanto lo que me cuentas no es pecado.  –¿Tienes algo más por confesar?  

–No padre. 

–Por favor recemos el acto de constricción. Posteriormente rezarás un Padre nuestro y un Ave María, como penitencia. –Yo absuelvo tus pecados, puedes ir en paz. Que te vaya bien y soluciones este impase. 

 

A continuación se aproximó al confesionario un hombre, del que no puedo precisar su edad, pero esto casi seguro, que era la pareja de la mujer que acabo de confesar, porque la confesión de él tuvo el siguiente curso: –Ave María Purísima. 

–Sin pecado concebida. 

–¿Qué tienes por confesar?

–Padre, tengo la plena seguridad que estoy pecando de infertilidad, algunas veces realmente y otras únicamente de pensamiento. –En ambos casos, creo que lo hago obligado por las circunstancias. 

–¿Cómo es eso, que obligado por las circunstancias? 

–Si padre, tengo mujer, pero ella no quiere estar conmigo y encuentro que sus argumentos de rechazo son válidos y, encuentro que yo no soy bueno, Yo satisfago mis instintos, de pensamiento, pero otras veces sacio mis exigencias realmente y en ese momento sé con seguridad que estoy pecando.  –Padre. ¿Es correcto lo que hago?, o ¿debo cambiar? 

–Hijo, lo que haces es pecado y debes buscar la forma de dejar de pecar. Padre, lo hago obligado por las circunstancias, si mi pareja no puede estar conmigo, ella no está cumpliendo con el pacto matrimonial. 

–Hijo es ese solamente un pretexto, deben buscar entre los dos la solución, lo que consideren mejor para ambos y acorde a los mandatos de Dios. –¿Tienes algo más que confesar?  

–No. 

–Recemos el acto de constricción y como penitencia rezaras un rosario. Yo absuelvo tus pecados y rezaré por ti al Altísimo para que te ayude a no pecar. 

 

Quedé triste y avergonzado de aprovecharme de mi situación momentánea de cura confesor, pero creo que actúe bien, como si realmente hubiera sido un cura. Creo que los concejos que di a ambos no ofendieron a Dios, pero creo que con el hombre fui duro, porque creo, que si es rechazado debe buscar afuera su satisfacción, de esa manera incluso su pareja quedará beneficiada, porque ya no tendrá ese acoso. 

 

Por suerte hace mucho que termino la guerra y no tengo, ni tendré que engañar a la gente y mentir a Dios, porque esos momentos de pecados, no podrán tener perdón hasta que este frente a Dios, cara a cara y el analice mi  actuación, porque mi vida peligraba en la guerra y eso me salvo. 

 

 

Miguel Aramayo

SCZ. 10-12-2014