El Escribidor
Un monje budista tibetano, sentado en una montaña del Himalaya, mientras acariciaba a un tigre de Bengala que había criado desde cachorro, el mismo que tenía una mirada penetrante, que seguramente fue lo que inspiro a Kipling imaginando a Mowgli, Shere Khan, Balú y compañía para narrar su gran obra conocida por todos: “El libro de la selva”, película que tanto agradó. Ese monje sobando a su tigre que ronroneaba como si fuera un simpe gatito, mientras que el meditaba y muy especialmente en algo que le comentó un colega que estuvo un tiempo fuera del monasterio y que recibió la consulta de un amigo escritor.
El amigo escritor estaba apesadumbrado porque pese a que sus escritos eran de fantasía, de ficción, en algo siempre llevaban un pedacito de su realidad, la misma que para dar concordancia con la ficción era una realidad distorsionada. Todo lo que escribía, era redactado sin el afán de dañar a nadie y procurando que su expresión sea inocente, porque su propósito era dar rienda suelta a su imaginación. Pero no todo lo que plasmaba en el papel, era interpretado de la misma manera por los lectores, algunos quedaban satisfechos con la lectura, porque aportaban recuerdos similares a su realidad, en cambio a otros lectores lo que leían les resultaba inocuo, intrascendente y simplemente eran palabras que se llevaba el viento y que en algo distraían la imaginación y lo único que habían conseguido era pasar el tiempo. Otros lectores se tomaban a pecho lo que había redactado el escritor y atribuían que el mismo había escrito eso con la intención de dañarlos.
El escritor le obsequio al monje algunos libros y además un cuentito que le causó un problema y le pidió su opinión sobre el mismo. El monje lo leyó y respondió de esta manera: –Me gustó, pero encuentro que el tema es intrascendente y no me permite observar nada raro, o ¿es que quieres que haga alguna crítica literaria?, –Pero en ese caso, tampoco tengo ninguna observación, si me permites me llevo todo y después de que lo vea otro monje de mi comunidad, la próxima vez te comento lo que él observe.
El monje que acariciaba a su tigre que ronroneaba, ya había leído alguno de los libros que trajo su amigo y también el cuentito que estaba en hoja suelta, el cual se lo recomendaron para que exprese un criterio sobre el mismo. Leyó varias veces esa hojita de papel y no encontró nada que pudiera ser ofensivo o dañino, era una historia sin importancia y si esa hoja le había producido algún problema al escritor, el monje no encontró nada y recomendó que el escritor se junte con quien le había observado ese escrito, con la finalidad que lo analicen entre ambos y lo destripen para ver la causa del problema y que el escritor enmiende o se disculpe por lo escrito, pero que después de mucho pensar, lo mejor sería destruir ese escrito, incluso el que él tenía en la manos en ese momento le prendió fuego.
Mientras meditaba se le vinieron a la mente algunos refranes: “Lo que se escribe con la mano no se debe borrar con el codo”, pero en este caso era preferible borrar lo escrito de manera definitiva. Otro refrán dice “a boca cerrada no entran moscas”, pero tampoco viene al caso, porque las moscas ya hicieron su tarea. Otro refrán que dice “a lo hecho pecho”, que se aplica para el escritor que no le queda más que pedir perdón. Y por último el que dice: “No hay nada mal dicho, sino mal interpretado”, que en este caso es para quien cuestionó lo expresado por el escritor.
Es muy interesante observar a los budistas en sus meditaciones y mucho más a los monjes seguidores del Dalai Lama, que logran alcanzar niveles muy altos de concentración y dominio de la mente y el cuerpo. El Dalai Lama y sus seguidores viven en el exilio en la localidad Himalaya de Dharamsala, en el norte de India, desde que huyeron de Tíbet tras un alzamiento fallido contra el gobierno chino en 1959.
Miguel Aramayo
SCZ.04-04’2018