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Leyendo cosas viejas

18 Sep

Leyendo cosas viejas

Mientras estaba en el desván ordenando libros y encontré ese que desprendiendo un polvo ámbar con olor a mirra, que me habló y me hizo estremecer. También encontré una cajita con muchas cartas, que con seguridad eran muy antiguas y que de puro curioso se me ocurrió tomar una del sobre que casi se desbarataba y leer el contenido de la carta. Estaba fechada en París un septiembre del siglo pasado y decía lo que leo a continuación:

 

Mi querido amigo:

Quiero compartir contigo algo que quedó en mi mente y que sé que vos después de leer y responderme sabrás guardar el secreto.

Mientras escribo escucho Mozart, por suerte la musica te aísla de otros sonidos molestos y te permite concentrar en lo que, si te ofrece sosiego y te distrae, con buena musica puedes dejar tu mente en blanco, para poder dedicarte a la lectura distraída, pero también esa misma musica es apta para retroceder tus recuerdos a las épocas que quieres volver a vivir, a cuando eras un simple muchacho. Un pibe virginal, que lo que quería era estar lo más próximo de Dios y le dedicaba horas enteras a la espiritualidad de su alma, que estaba creído que podía llegar a la santidad. Esa fue la época que estuvo en el seminario y se pasaba en la capilla muchas horas rezando el rosario a una Virgen a la cual procuraba no ver a los ojos, porque se sentía pecador, basura, poca cosa y la mirada de esa bella estatua le llegaba a convencer que no podía ver a esos ojos azules, a ese rostro tan bellamente forjado.

Pero tuve otras épocas donde dedique mi vida a trabajar y formarme, época en la que soñaba con ser lo que soy ahora o por lo menos algo parecido, porque mis sueños de ese entonces se cumplieron a cabalidad. Hasta que un día se me ocurrió escribir algo que pensé que era la verdad, pero que me alejó notoriamente de la realidad, porque escribir todo lo que tiene tu cerebro representando a tu corazón, no es bueno, puede hacer daño como lo hice yo. Desde ese momento mi vida es vacía, claro que antes ya sentía que tenía una fuga, ya no era como la había soñado.

La época en que formé los sueños y me preparé para afrontar la vida lo hice en total soledad, o por lo menos en una soledad disimulada, porque compartía con la gente de la pensión, cuando estaba con tiempo para juntarme con esa gente, con la gente del instituto, en los momentos de esparcimiento, porque después estaba totalmente dedicado a los estudios y las prácticas y no permitía que mi mente se fije en nada más, ni siquiera miraba a las chicas bonitas que me rodeaban y si no me equivoco me merodeaban, pero yo poseías metas diferentes. También tenía para disimular la soledad mis compañeros de trabajo, con los que compartía en el tren mientras me dirigía al trabajo y cuando retornaba para dirigirme al instituto. Cuando pretendía disfrutar de mi soledad, porque era algo que me hacía inmensamente feliz, era caminar por las calles de Montmartre o adentrarme a un café, para disfrutar de la musica de un piano.

Ahora que los años pasaron me doy cuenta que lo que más felicidad me produce es la soledad, porque por más que esté acompañado, estoy solo y esa soledad no me incomoda, no disminuye mi felicidad, puedo leer, con lo cual enriquezco mi intelecto, pero también puedo escribir con lo cual desahogo mis sentimientos y evito el estrés.

Ahora pasaron los años y lo que me queda por cumplir de los sueños soñados ya es muy poco, casi nada, pero me obligo a continuar, porque esta vida no se puede acabar abandonándose, esta vida debe continuar hasta que nuestro creador decida, y eso puede ser ahora o pueden pasar muchos, algunos o pocos años, Él lo tiene programado y nunca te lo dirá, mientras tanto estás obligado a seguir viviendo, a seguir mostrando que no pasa nada, que eres feliz, porque en realidad sos feliz, porque lo que estás viviendo es lo que deseaste, o por lo menos lo que conseguiste, porque “cada uno es artífica de su propio destino”.

A Dios apreciado amigo, será hasta algún otro momento. Me despido con la esperanza de recibir respuesta y cuento con tu discreción.

 

Después de leer esa carta, la retorné al sobre y la cajita que la contenían y de mis ojos escurrieron unas lágrimas, pero no de tristeza, de felicidad de haber compartido algo escrito hace tanto tiempo y desde tan lejos.

 

Miguel Aramayo

SCZ.09-09-2018