Mis grandes amigos
Hace mucho tiempo que no converso, ni con las flores, ni con mis amigos animales, hormiguitas, abejas y perros. Al pensar en eso recapacité y con mucho de melancolía, pensé, pensé en que estoy cambiando, ¡ya no soy el mismo!, ¿será que estoy envejeciendo? Y ese pensamiento me produjo un escalofrío, sentí un escozor en mi espina dorsal, desde la nuca hasta el extremo inferior de mi coxis. Cerré los ojos y dejé mi cuerpo en una quietud total, un letargo que dejó sorprendido a mis sentidos.
Respiraba pausadamente y mi corazón latía en un rítmico y profundo “tic, tac, tic, tac”, mis labios estaban cerrados, pero percibía el movimiento de mi legua acariciando mi paladar, las encías y la parte posterior de mis dientes y notaba el burbujear de mi saliva. Mis miembros inferiores y superiores estaban paralizados en posición horizontal y mis oídos sólo percibían una musica de una orquesta sinfónica, en un ritmo que me mantenía como elevado del espacio donde reposaba mi humanidad. En algún momento mi mente percibía como que me estaba sintiendo igual que si fuera el mismo bicho descrito por Franz Kafka, el famoso cuento Metamorfosis.
En ese estado me puse a meditar sobre la vida y rebobiné desde que asomaron los primeros recuerdos a mi mente y a gran velocidad repasé toda mi vida y me quedó en la boca un sabor dulce, pero no cualquier dulce, ¡No…! Era un néctar, algo delicioso, era el sabor que había dejado mi existencia desde el principio hasta ahora. A medida que me acercaba a la actualidad se fue ralentizando el pasar de los recuerdos y vi que mi vida no sólo me dejó ese bello sabor, mi espíritu también mostraba satisfacción por todo lo vivido y ningún temor por lo que continua de ese camino que nos aproxima a Dios.
Pienso que mi vida fue tan bella que, si tuviera que repetirla, haría de la misma manera, no tengo nada que pueda decir que quiero saltar, todo fue como quise que sea, porque en gran medida la felicidad no depende de los demás, depende de uno. Los demás aportan, incluso con algunas cositas negativas que, dependen de cada uno descartarlas, porque no son un peso tuyo, sino de los demás y que lo arrastren ellos.
Por todo lo que me sucedió en este momento mientras me recordaba que hacía tiempo que no hablaba con las flores y los animalitos y quise ensombrecer mi felicidad pensando en la vejez y me di cuenta que envejecer no es más que madurar, crecer, mejorar, es acercarse a Dios y uno no tiene por qué tener miedo de aproximarse a Él. Es algo similar a la fuerza de la gravedad, lo material es atraída por la tierra y el espíritu es atraído por el Altísimo, la materia cae, se convierte en polvo en cambio el espíritu se eleva.
Después de filosofar me he convencido que llegando a mi casa visitaré la “tapa” de las abejas “señoritas” que tengo junto a la ventana de mi escritorio y después conversaré con las flores de mi jardín. Me quedaré acariciando a “Ñoqui” el perro que es nuestra mascota y conversaré a silbos con los canarios que tengo enjaulados. Después agarraré el libro que estoy leyendo y dejaré que mi espíritu vague por donde se le antoje, como es mi eterno vivir.
Miguel Aramayo
SCZ.24-04-2019