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Un cuento bonito

19 May

Un cuento bonito

Hacía muy poco, que el ocaso había despedido al rojo sol del horizonte, pero todavía el cielo no mostraba el brillante fulgor de las estrellas y el blanco encantador de la luna. En ese momento, Isaac se disponía a ingresar a su cabaña, llegó al umbral y antes de entornar la puerta dejó que su alma descargue el peso de su fatigado cuerpo, por la fuerte tarea realizada en el día y libere su espíritu del peso del trabajo. Suspiró y junto con su resuello se escuchó el chirriar de la puerta en el dintel y la fragancia que emanó del interior de su hogar, llenó su cuerpo de aromas que emergían de la cocina.

 

Sintió el peso de sus botas, mientras su cuerpo se dirigía a la mecedora que lo cobijaba al llegar a su casa. En el interior percibió la voz de su esposa cantando un arrorró al hijo que reposaba en la cuna. Al momento de posar su humanidad para reposar su fatiga, su hijo Aron saltaba a sus brazos y apoyaba sus rizos de oro en su pecho enchilo de amor, olía a lavanda y el calor de sus mejillas le trasmitía una calidez que inundaba su interior.

 

Después se acercó Sara y sentándose en sus rodillas lo abrazó en un beso apasionado, dejándolo con suave dulzor en sus labios y un aroma a leche materna en sus cabellos. El también aportaba fragancias a su hogar, su ropa trascendía al olor que deja la mirra que transmiten los pinos, con fuerte aroma mentolado y el perfume que desprendía su cuerpo fatigado por el largo día de trabajo. Mientras se sucedía esa escena en el dulce hogar, el cerebro de Isaac se inundaba de felicidad. 

 

Sara, con voz muy tierna le relata todo lo acaecido en el día, mientras que Aron hacía lo mismo, pero con una voz chillona y arranques de tartamudez. Él, sin embargo, procuraba suavizar su relato con palabras tiernas, pero que al mismo tiempo muestren lo fatigoso de su labor y lo duro de su esfuerzo por mantener el hogar con recursos, pero, sobre todo, con el ejemplo que requieren sus descendientes. 

 

Pasaron al comedor y después de agradecer a Dios por los alimentos y degustar los majares preparados por Sara, mientras ella asea el comedor y luego de concluida esa tarea, arropa a Aarón para que duerma. Se acomoda en el sofá a completar un bordado e Isaac da satisfacción a su espíritu con la lectura de un libro, libro que lo tiene arrobado hace unos días y que va por la mitad del mismo. 

 

Así se suceden todos los días de lunes a viernes, en la noche del viernes encienden las velas, oran y comparten el pan y el vino festejando el Shabat; el que conservan como una costumbre sagrada de sus antepasados y que guardan en lo más profundo de sus mentes y corazones. Como tal pasan los años sin que se den cuenta, los chicos hacen su Bar Mitzvah y cuando les toca la edad adulta se trasladan a Israel para hacer su servicio militar.

 

El tiempo ha pasado y recién se dan cuenta de eso Isaac y Sara, ya están solos y la cabaña les queda grande, además ya se agotaron los arboles de pino, porque todos los talaron y a ellos no les queda más que unos pocos ahorros y mucho más de vida para poder llegar al final. Nunca estuvieron en Israel y las poquitas palabras que saben de hebreo solo les dan para seguir algunos cantos religiosos, por lo tanto, no les queda más que quedarse a vivir en Canadá y esperar que los hijos los inviten a visitarlos, para conocer a las nueras y los nietos.

 

Eso que les pasó a ellos, es lo que nos pasa a todos los que hemos llegado a una cierta edad, por suerte nuestros descendientes no tienen que emigrar a Israel y tenemos esa ventaja sobre Isaac y Sara, pero no todos tienen en esa suerte. Después de todo, los hijos son nuestros hasta que dejan de serlo y solo nos queda esperar lo que Dios nos depara. Por suerte el mismo Dios que tienen Isaac y Sara es el mismo Dios que tenemos todos.

 

Miguel Aramayo

SCZ. 28-01-2017 Ultimo fin de semana del primer mes que pronto pasará.