Creí que conocía todo
Ni soñé, que yo no era yo. Que todo lo acumulado en mi intelecto era suficiente, para lo que me restaba por avanzar en esto que algunos llaman “valle de lágrimas”, pero que particularmente a mí, me dejó una gran satisfacción el atravesar ese espacio de tiempo, tiempo que transcurre desde que hemos sido concebidos, hasta el momento que nos toca partir a la eternidad. Creo que el tiempo que pasa, en lo que llamamos “vida”, es algo excepcional. Un periodo en el que nuestro creador nos guio de alguna manera, pero que, durante un espacio relativamente corto, fuimos total y absolutamente dependientes del ser que nos albergó en su vientre por un tiempo de inconciencia total por parte de nosotros y que, al salir al mundo, trajimos una carga genética aportada por nuestros ancestros y me animo a decir, desde los orígenes de la humanidad y no simplemente las últimas generaciones.
Nacemos y, a partir de ese momento comenzamos a crear conciencia, primero algo que depende del entorno y se forma el subconsciente y se va construyendo la conciencia. Nuestra madre y todo lo que a ella rodeaba, la musica, el clima, las caricias de ella y de otros seres, padres, hermanos si los hubiera, parientes, influyen en ese proceso. También participa el clima, la bulla, las peleas y todo lo que en un principio era responsabilidad de quien nos amamantaba, que por lo general era nuestra madre a través de su propia producción de leche o los biberones con los nos alimentaba. El baño, la limpieza, sus caricias, sus mimos, sus arrullos y todo lo que ella, consciente o inconscientemente nos proporcionaba, para hacernos crecer en este mundo, hasta que dimos los primeros pasos y balbuceamos los primeros sonidos, que después se convertirían en lenguaje.
Después vino el periodo de educación, en el cual tenemos algo de independencia, pero para poder subsistir requerimos de los demás, ya no solo de nuestra madre, ella debe seguir preocupándose de nuestra alimentación, limpieza, vestimenta y sobre todo, de ir forjando nuestro carácter, enseñándonos disciplina respeto, y mucha “educación”, que eso solo se aprende en la casa y no depende únicamente de nuestra madre, sino del entorno hogareño: padre, abuelos, tíos, primos, hermanos, amigos íntimos de la familia, con muy poca influencia del exterior.
Salimos al exterior y se inicia el proceso de instrucción, básica, primaria y secundaria; ya alternamos con lo que vemos en nuestra casa, pero entramos en contacto con el mundo exterior, amigos, compañeros, vecinos, autoridades del colegio, de la sociedad y comenzamos a captar el mundo en su real dimensión. Concluida la etapa de la infancia, la niñez, entramos a un periodo de vital importancia para nuestro futuro, la adolescencia que se inicia aproximadamente a los 13 años y dura hasta más o menos los 19 años, etapa en la que requerimos más ejemplos que instrucciones, que necesitamos de cariño, pero al mismo tiempo de disciplina.
Entramos al proceso de la especialización, y el impulso de nuestras hormonas nos hacen más dinámicos, más creativos y es en ese momento que debemos elegir el camino de ser adultos, aprendemos lo que es nuestra vocación, nos enamoramos y descubrimos nuestras aptitudes y aflora nuestro instinto, estamos a punto de culminar la adquisición de las herramientas que nos brindaran la subsistencia. Esta etapa debe ser la más larga en ese valle de lágrimas, porque se inicia aproximadamente a los 19 años y me animo a decir que se puede prolongar hasta un poco más de los 60 años y quizá se prolongue algo más, incluso superar los 70 años.
Después de esa larga etapa, comienzan a suceder algunos hechos desagradables, cambio de carácter, deficiencias orgánicas, algunas incompetencias físicas y mentales. Creo que en esa etapa requerimos nuevamente del apoyo y comprensión de quienes nos rodean, ya nuestros padres partieron a la eternidad y nosotros comenzamos a comprender que se aproxima la partida y día que pasa vemos con mayor seguridad que ese es el camino que nos toca transitar.
Con todo lo vivido, podemos pasar ese tiempo de recuerdos y creo que es bueno para prepáranos de manera que desestimemos los malos recuerdos y solamente nos alimentemos de los buenos recuerdos, pero me da la impresión que el cerebro humano opta por dos caminos, el vivir de lo bueno y el otro camino olvidar todo y solo esperar que Dios nos permita despedirnos pacíficamente de los seres que nos quedan, de los que están en la misma etapa que nosotros y de los que nos siguen en este valle de lágrimas.
Qué lindo que es el tránsito por ese trayecto desde que fuimos concebidos, hasta que nos toca ir a la eternidad. ¡Esto según mi experiencia…!
Miguel Aramayo
SCZ.04-03-2020