Un largo viaje en alfombra
De Moscú a Estambul se recorren más o menos 5400 km. Lo que en un vuelo comercial significan más o menos 3 horas. Si el viaje lo hacemos en tren, debemos recorrer más o menos 18000 km. (Moscú a Chisinau (Moldavia, pasando por Ucrania), hasta Bucarest (Rumania) Estambul (Turquía)
Partiendo de Moscú después de apreciar la catedral de San Basilio, construida por Iván el Terrible en el siglo XVI, para conmemorar su victoria sobre los tártaros, lo que abrió a Rusia las puertas de Siberia. Apenas un siglo más tarde casi toda Siberia ya formaba parte de las tierras del zar.
Una vez viajé en el “Transiberiano”, eso es un cuento de hadas, es algo increíble, por el tiempo que se pasa recluido en el tren, como en el país de las maravillas. Una semana viviendo en un ferrocarril, la principal atracción de ese viaje es la vida en el tren, un microcosmos de Rusia. Nada más subir hay que cambiarse de ropa y ponerse cómodo; no tardan en aparecer la comida y bebida, que se van reponiendo en los andenes, donde hay gente que vende de todo.
Nosotros no requeríamos de ventanas del tren, para poder apreciar las vastas extensiones de campos de cereales de la Rusia europea, los montes Urales con sus desgastadas colinas, la impenetrable taiga siberiana, las cristalinas aguas del lago Baikal y, por último, la visión de Vladivostok a orillas del Pacífico tras haber cruzado todo un continente. La joya del Baikal es la isla de Olkhon. Las praderas y los infinitos cielos de Siberia, surcados por bandadas de pájaros, se ven interrumpidos por fugaces visiones del lago. Pilares de madera con telas atadas en honor de los espíritus, recuerdan que la cultura chamanística buriata, considera sagrada la isla. Khuzhir es la única población, un conjunto de casas de madera desde la que se suele ir al cabo Khoboy para intentar ver las “nerpas”, focas de agua dulce endémicas del Baikal.
De esa manera, nuestro viaje en alfombra se hace cada vez más intenso y más entusiasta, no solo que estamos apreciando la naturaleza. Da la impresión, que la estamos tocando y en algunos momentos no solo entra a nuestro espíritu por la vista, también olfateamos las emanaciones desprendidas de los campos, de los lagos y los ríos.
Cuando estábamos muy cerca de llegar a Estambul, vimos muchos globos aerostáticos y por lo tanto nos tuvimos que elevar un poco para no ser vistos por los ocupantes de los globos o por los que estaban en tierra, que ellos tenían largavistas más potentes, pero al venos, con nuestra velocidad, la velocidad del viento y el trayecto de los globos, no tendrían oportunidad de observarnos.
Sobrevolamos Ankara, la capital de la República Turca. Un tiempo de mi juventud, como ustedes saben por anteriores escritos, yo estuve viviendo en Estambul y por lo tanto les puedo hacer algunos comentarios, por ejemplo: El Museo de las Antiguas Civilizaciones de Anatolia, el Mausoleo de Ataturk, fundador de la República. Capadocia, esta fascinante región, única en el mundo, en la que, junto a su fantástico paisaje lunar, con bellas y extrañas formaciones de lava, procedentes de la erupción del Monte Erciyas y de la acción de la erosión, se encontrarán infinidad de pequeñas poblaciones e iglesias excavadas en la roca. Estambul ciudad majestuosa y elegante, como su Mezquita Azul, conocida por la decoración de su interior, que según algunos fue la primera iglesia católica dedicada a la Virgen Maria y después convertida en mezquita. Otro espectáculo es el Gran Bazar.
Bueno amigos el saldo del viaje lo dejo para más adelante. Lo que quiero es que se imaginen como puede ser de bello un viaje en alfombra, donde lo puedes observar todo y te faltan ojos para ver y memoria para recordar todo lo que vas recorriendo.
Miguel Aramayo
SCZ.21-04-2020