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Continuando la conversación

19 May

Continuando la conversación

Seguimos hablando del librito de Sylvia de Béjar y tocamos algunos temas que me dejaron nervioso y me imagino que le pasó lo mismo a la señora Rita, que es como se llama la dueña de la pensión. Cuando estábamos tomando lo último de la botella de vino, me dijo:

 

–Se le antoja probar unos quesos, conseguí en el supermercado una tablita de quesos suizos, que me atrajeron.

 

–Desde luego respondí.

 

Cuando se levantó rumbo a la cocina, aumentó un poquito el volumen de la música, que estaba muy bonita, era instrumental, muy romántica y de nuestra época de juventud. Al mismo tiempo aumento un poco más de leña al fuego de la chimenea, con lo cual daba a entender que podíamos permanecer un poco más en la sala. Regresó con dos platillos con queso, uno lo pusó junto a donde ella estaba sentada y el otro en la mesita rinconera junto al sillón que yo ocupaba y donde posaba mi copa de vino.

 

–Agradecí y aproveché de alabar el vino que estábamos tomando, que era delicioso, un sabor seco de buen añejamiento y con un buqué de primer nivel.

 

–Me agrada que le hubiera gustado y tengo una botellita más, que si se anima la consumimos. Después de todo, la conversación estaba agradable y el tiempo se presta para un poco más de vino, que es un elixir adecuado a las circunstancias. ¿Usted dirá si se anima?, por mi ¡yo estoy dispuesta…!

 

–No hay como negarse, el ambiente está adecuado para tomar un poco más de vino, yo tengo buena capacidad para consumirlo y cuando están bueno como este, no da para negarse, al contario lo deseo.

 

Antes de sentarse retornó a la cocina y regresó con otra botella abierta, para que se airee, mientras degustábamos lo último que nos quedaba en las copas. Me preguntó si quería cambiar de copa.

 

–Respondí, que no era necesario.

 

Se sentó y decidimos cambiar de tema, me sugirió que le cuente de mis viajes y le amplié un poco más sobre mi país. Hablamos contándonos de nuestros viajes y las anécdotas vividas en cada uno de esos viajes. Ella también había recorrido mucho por el mundo y coincidimos en conocer muchos lugares de Europa y África. Continuamos saboreando los buenos quesos y deleitándonos con el vino, ya habíamos avanzado la mitad de la segunda botella cuando me dijo:

 

–¿Le gusta la musica?

 

_ Respondí, que sí y que también me gustaba bailar, contándole que desde muy chico aprendí a bailar pisando los pies de mi madre y que yo sentía la musica, no sólo en mis oídos, que penetraba por mis poros.

 

–Me dijo. A mí me pasa lo mismo, ¿Bailamos…?

 

Me levante del sillón y lo hicimos casi simultáneamente, agarrados de nuestras copas de vino, dimos el ultimo sorbo y las posamos en las mesitas y nos agarramos de las manos y muy apegaditos bailamos. Tras que sentí el calor de sus manos, su cuerpo bien apegado al mío y su aliento acariciando mi cuello; me estremecí y percibí que ella también tembló en mis manos y sin darnos cuenta estábamos besándonos, como si fuéramos unos adolescentes, pero no con una pasión desenfrenada, más bien, con una pasión controlada, muy suave, muy discreta. El tiempo se borró de mi pensamiento y quedé absorto en lo que me estaba sucediendo. No sé cuánto tiempo más estuvimos así y no me di cuenta, cuántas canciones habíamos bailado.

 

Nos soltamos y de un solo sorbo dimos fin al poquito de vino que quedaba en la botella y sin soltar nuestras manos seguimos parados esperando bailar una última pieza, el fuego ya estaba muy bajito. Sin soltar mi mano se encaminó al interruptor y apagó la luz y en la penumbra me fue guiando hasta su alcoba, en el camino apagó la luz del pasillo, la de la cocina y entramos a su recamara.

 

Si hubiera sido Federico Garcia Lorca, con seguridad hubiera expresado: “Ni nardos ni caracolas / tienen el cutis tan fino, / ni los cristales con luna / relumbran con ese brillo. / Sus muslos se me escapaban / como peces sorprendidos, / la mitad llenos de lumbre, / la mitad llenos de frío”. Perdí total noción del tiempo y también mi espíritu perdió su conciencia. Nos amamos con una pasión controlada y disfrutamos de ese momento como si estuviéramos en el cielo. No teníamos ningún compromiso, no teníamos ninguna promesa, éramos los dos buscando lo que pensábamos que nos correspondía y nos bridamos sin tapujos.

 

Morfeo pudo más que nuestro deseo y quedamos dormidos, cubiertos únicamente por un edredón de plumas y con el calor que se bridaban nuestros cuerpos. Así fue hasta que la luz del día penetró por las ventanas a las que no había corrido las cortinas. Nos acurrucamos y nos brindamos lo último de amor que nos quedaba y sin decir palabras nos separamos. Recogí mi ropa que se mezclaba con la de ella y muy despacito me dirigí al baño para después pasar a mi habitación.

 

En la tarde ese día debía retornar a Paris, nos despedimos sin mencionar lo sucedido y con la promesa de que retornaría muy pronto.

 

Miguel Aramayo

SCZ.08-08-2020