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Pobre hombre perdido

19 May

Pobre hombre perdido

Era una ciudad fría, con una topografía irregular, podía ser California en invierno o alguna de las ciudades del norte de Italia. Era difícil identificar la ubicación del lugar, porque el relator de esta historia no sabía dar más información. Él narrador, que se llamaba Ismael y que daba la impresión de ser español, sefardí. Caminaba detrás de una persona que hablaba en voz alta, esa persona daba la sensación que estaba perdida o más aún daba la apariencia de estar sonámbulo. Era un hombre alto muy bien vestido, de cabello rubio, de hombros anchos, como si fuera un nadador, su caminar era lento y hasta cierto punto dubitativo, cada paso que daba lo hacía con cuidado, como queriendo amortiguar el ruido de sus pisadas o como temeroso de avanzar.

 

A Ismael le dio mucha pena ver a ese hombre y dejó de hacer lo que debía, lo que le correspondía, para seguirlo, y que no le suceda nada malo y en cualquier momento poder aproximarse a él y ver si se podría brindarle una ayuda efectiva, sobre todo para que no cometa ninguna locura. No tenía la apariencia de alguien con un problema psíquico o esquizofrenia, ¡no…! Aparentaba ser alguien que había tenido un duro golpe psicológico, un gran sufrimiento. Era lo que traslucía, por lo que repetía hablando solo y en vos alta, como si hubiera sufrido una gran decepción.

 

Fueron acortando distancia, Ismael que se aproximaba cada vez más y el hombre triste con sus pasos temerosos, perdiendo espacio. De esa manera Ismael pudo captar y comprender lo que decía; de así pudo enterarse del motivo de la tristeza que lo aquejaba. En su alocución el hombre se imaginaba que su esposa ya no lo quería, aunque seguían juntos, ella lo evitaba en todo momento y eso lo expresaba en voz alta.

 

–¿Por qué ya no me quieres?, ¿Qué hice para que me prives de tu amor, de tu cariño? En voz alta él mismo se respondía. –Recuerdas lo que escribiste ofendiéndome, dudando de mí.  –Pero eso que expresé tenía mucho de verdad, después de un tiempo lo corroboraste. –Esa apatía no es de ahora, hace mucho que te alejas de mí.

 

Después de escuchar ese argumento, Ismael se tranquilizó y estaba por abandonar su seguimiento, pero en algunos momentos daba la impresión que sollozaba y se le entrecortaban las palabras y eso lo siguió preocupando. En un momento determinado, el hombre triste aparentemente no vio una rama y tropezó bruscamente llegando a caerse. En ese momento Ismael se aproximó a él y lo ayudó a incorporarse y preguntarle:

 

–¿Se hizo daño? Preguntó Ismael.

 

–¡No…!, puse las manos y amortigüé la caída, ¡Gracias por su ayuda!

 

Ismael observo que tenía la cara húmeda por las lágrimas que caían de sus ojos, mientras caminaba y su rostro mostraba una expresión de extrema tristeza, que preocupaba. Como ya estaba frene a frente, Ismael le dio:

 

–Le invito un café, mire al frente tenemos una cafetería.

 

– No se moleste.

 

–No es ninguna molestia, el tiempo está para algo caliente y a usted se lo ve preocupado, por ese motivo lo estuve siguiendo.  

 

Entraron a la cafetería y pidieron dos cafés bien cargados y dos copitas de grapa. Se tomaron de un trago la grapa, que a ambos los volvió a la realidad. Después mientras degustaban el café hablaron de todo y en un momento determinado, el triste que se llamaba Pietro, agradeció y le expresó, que el haberse juntado con Ismael le había producido una gran ayuda, porque tenía una tremenda confusión y no tenia deseos de continuar. Ismael pidió repetir el café y lo hizo recapacitar, que lo que él llamaba problema, era algo común y que habían cosa más importantes por las que vivir y que nuestra felicidad no depende de los demás, sino de uno mismo, es lo que se denomina amor propio. Se tomaron otras tres tazas de café, además de otra grapa y cuando salieron, era de noche y quedaron en juntarse en otra oportunidad, intercambiaron direcciones y se despidieron como grandes amigos. Pietro ya no estaba pálido ni lloroso, mostraba otra cara. 

 

Miguel Aramayo

SCZ.18-09-2020