Paz, qué bella paz
En la tranquilidad que rodea mi existencia, trabajo poco, leo algo, hago algunos ejercicios, camino. Pero mucho tiempo lo dedico a meditar, si se puede llamar así al estado de ociosidad en la que te quedas mirando el cielo y vez pasar las nubes, algunas veces, muy raras veces, pasar un avión grande o un avión chico. En ese estado, la mente no se puede quedar en blanco y debes desterrar los malos pensamientos, los recuerdos inocuos y la memoria de hechos que indisponen, como los acontecimientos políticos y otros que atormentan el espíritu y para los cuales la ociosidad y la meditación son el pasto adecuado para alimentarlos.
Ver a las abejas, que tienen su colmena próxima a la venta donde permanezco más tiempo, o fijar mis ojos en los cuadros que están prendidos en la pared más próxima a esa ventana, hace que mi mente se distraiga con la laboriosidad de las abejas. Cuando observo los cuadros, mi mente se transporta a los lugares, donde el artista se fijó para plasmar en el papel la imagen que su retina conservo en ese momento. Dos de esos cuadros, muestran casa y el movimiento de alguna ciudad del oriente bolivianos. Uno de los cuadros, muestra un baile de mascaritas en el clubsocial o alguna sala grande en Santa Cruz, donde se festeja el carnaval de principios del siglo pasado. Los otros dos cuadros, muestran las construcciones de alguna ciudad del Brasil, aparentemente de Minas.
También observo los estantes, donde tengo almacenados una cantidad apreciable de novelas, novelas que he devorado en estos últimos cuatro o cinco años y todos los adornos que están en los espacios libres, suvenires que he coleccionado en el transcurso del tiempo y que, aunque no parezca, tienen un significado sentimental en mi existencia. Al observarlos, me traen a la memoria hechos y personajes que tuvieron algo que ver con ese objeto en particular. Un zapato de cerámica, que fue moldeado por uno de mis hijos cuando tenía algo así como ocho años. Un monito que esconde una botella de “pinga” y mantienen el dedo índice de su mano derecha en la boca indicando “silencio”, ese monito lo adquirí para mantener el secreto del proyecto de incursionar en computación, adquiriendo mi primer computador para independizarme y dejar de ser dependiente de un empleo.
Un floreo, con una forma estilizada, que contiene flores cecas, me acompaña algo más de cuarenta años. Lo compré en Buenos Aires, para alegrar mi escritorio en Santa Cruz. Una Virgen de Lujan, que tiene la apariencia de ser el Niño de Praga, que me obsequio la contadora de una de las empresas argentinas con las que trabajé mucho tiempo. Un abrecartas que simboliza ser una espada toledana usa por los conquistadores españoles que estuvieron en América, esa la adquirí en Toledo – España, en una visita que hice a mi hijo y su familia, que en ese momento se encontraba trabajando en Madrid preparándose para partir a Dubai.
Por suerte todo lo que me rodea tiene muy lindos recuerdos, los mismos que pueden destruir cualquier mal pensamiento o algún recuerdo intruso que quiera atormentarme. Todo eso alivia mi mente que en alto porcentaje está dedicada al trabajo diario, que por las circunstancias actuales se multiplicó, porque es poco el contacto personal y se debe reemplazar por la comunicación escrita. Los tiempos cambiaron y la soledad se acrecentó obligando a tener más tiempo para pensar y estoy seguro que: “el hombre sufre porque piensa y no piensa porque sufre”.
Miguel Aramayo
SCZ.11-12-2020