Las nubes y yo
Mientras miraba el cielo sin ver nada, nada más que las nubes que muy lentamente se dirigían del norte hacia el sur, eran blancas, muy blancas y se desplazaban en un movimiento casi imperceptible, asumiendo formas, que en algunos momentos se asemejaban a personas, animales o cosas más o menos conocidas, pero que, de un momento a otros, con un simple pestañeo ya no eran lo anterior sino algo nuevo y esta vez informe, sin ningún parecido que pueda distraer nuestra imaginación.
Mientras el cuerpo, lo físico, se encontraba en esa divagación, como decir “papando moscas”, con la boca abierta y el rostro de idiota, sin más preocupación que el cubrirse los ojos con la mano derecha, para brindarse sombra y evitar el encandilamiento que produce el sol, con su claridad en los ojos que miran sin ver. Quien aprecie esa situación podría decir que, observa a un ente sin ningún sentido, pero nadie puede imaginar lo que encierra ese cerebro, que no se deja ver o esa alma, alma desde un nivel superior acompañando a esa persona, que pareciera divagar en la nada.
Situaciones como esa, se aprecian con frecuencia, especialmente cuando uno visita un parque o transita en un subterráneo, un tren o está en la sala de espera de algún aeropuerto. Uno no puede adivinar qué es lo que pasa en el interior de esas mentes, mentes que parecieran divagar, pero que pueden estar convulsionadas por la cantidad de problemas que les toca arrastrar o quizá la alegría que no pueden compartir, porque están solos y quizá a miles de kilómetros de sus seres queridos, los mismos posiblemente radicados en la eternidad.
En situaciones como esas lo único que podría ocurrir es que el observador y el observado crucen sus miradas y en ese caso lo que correspondería al observador es emitir una sonrisa o una mueca que muestre que lo comprende, sin saber qué es lo que piensa y quizá pueda ser que tenga la misma respuesta del observado. El sufrimiento de las personas difícilmente puede ser observado por los demás, incluso los más allegados. La felicidad puede ser notada, aunque algunas veces también eso es difícil, pero el rictus de los labios de las personas da pautas de alegría o sufrimiento, lo mismo que la mirada, desde luego que existen “ojos inexpresivos”, fríos, ausentes, que miran sin ver y que de esa manera esconden su interior.
La soledad, tiene la ventaja de que uno puede compartir con uno mismo, las penas y las alegrías, además al estar solo, puede conseguir la compañía de seres queridos que, estando ausentes, mejor dicho, lejanos, incluso tan, pero tan lejanos que están más cerca de Dios que del solitario, el cual en ese momento los recuerda y los acerca a su alma, porque esa es una de las ventajas de la soledad. De esa manera, se pueden compartir las tristezas y las alegrías, sin tener que hacer aspaviento de esas situaciones en un momento determinado. El solitario puede derramar lágrimas o reír a carcajadas y es el único testigo de su situación y no tendrá que rendir cuentas a nadie más. No tendrá que recibir el consuelo por sus penas, porque al ser de él, él las sabrá eliminar o conservar, de la misma manera, no tendrá quien le festeje sus alegrías que, al ser de él, él sabrá como conservarlas o dejarlas pasar por alto.
Esa es la ventaja de mirar el cielo observando pasar las nubes, uno puede dejar divagar su alma en busca de cosas interesantes que se encuentran en el interior de su cerebro y que su espíritu puede darle formas, para alegrar o por lo menos complacer su existencia en espera de los designios de Dios.
Miguel Aramayo
SCZ.24-02-2021 Mi padre, hoy estaría cumpliendo 102, hace cinco está en la eternidad, pero lo sigo recordando como si estuviera conmigo, porque en este momento estoy solo y me siento muy próximos a todos los seres queridos que no están aquí.