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El tiempo paso pisado

15 Jul

El tiempo paso pisado

En una placita del pueblo de la Colonia Okinawa en Santa Cruz, un japonesito estaba sentado bajo la sombra de un Jorori muy frondoso y de un tronco grueso; al lado opuesto de uno de los bancos del parque, que en ese momento
estaba totalmente desolado, salvo las dos personas sentadas en el banco y el japones detrás de ellos, escuchando muy atento lo que era conversación de unas personas que él no reconocía por la voz y que quizá tampoco conocía. Pero se le quedó en la memoria
la conversación que sin querer escuchó y al llegar a casa le contó a su pareja, de la siguiente manera:

 

−El tiempo pasa volando, dejando una huella profunda. ­

−Todavía recuerdo un 15 de diciembre, incluso la ropa que vestía, una faldita ploma entallada a la cintura y larga hasta la rodilla, una blusita blanca de manga corta y unas sandalias bajitas.

−Estaba por terminar el año 1965 y el calor era húmedo, con poco viento y nos envolvía el canto de los cucos. Nuestra juventud era presa de los efluvios propios del sistema límbico, pero nuestra formación frenaba eso,
porque también estábamos educados a la antigua e imperaba un profundo respeto o moralidad impuesta por
el miedo ancestral a la sotana y la venganza final de Lucifer.

 

La conversación en el banco a la sobra del árbol continuaba así:

 

−Y si ahora vivo contento con mi suerte, ¿sabe Dios que pensaré cuando mi muerte? −Ese amor bullía en el pecho y aprisionaba los pensamientos de la conciencia, pero estaba construido de
barro y no tuve la suficiente capacidad para borrar los recuerdos almacenados en el subconsciente de la pretendida y ahora después de tanto tiempo y del paso de las aguas debajo del puente, comprendo que no solo no supe brindar amor.

−Que lo mío no fue más que la practica de una simple manía, que al final dejó fluir los recuerdos que ella almacenaba.

−Después de tantos años no me queda más que resignarme a mi fracaso y esperar el devenir de mi destino e influir en mi intelecto para confundir al sufrimiento.

 

Pasó un largo tiempo en silencio y daba la impresión de que la conversación había concluido, pero después de un espacio extenso; continuó:

 

−En 1957 cuando estaba con 13 años y no tenía ni la menor idea de que era el amor, pero ya se dejaba ver la manía. Entre lo que leía, encontré unos versos que adecué a lo que en ese momento daba mi capacidad literaria
y en lo relevante de esa composición decía:

Mi tristeza, mi alegría, mi incredulidad, mi fe, mi pobre melancolía. Por lo que me salvaré. Dime tú niña mía, que después te cambiaré por una niña más fría, para cambiarla después. ¡Me muero porque me quieran!, pero
nunca lo diré. Y después de todo ¿qué? ¡Morir para que me quieran…! Que me quieran ¿para qué? Aquel gran amor de un día volverá y yo no estaré ¿y después de todo qué?

 

El interlocutor que durante toda la charla no había pronunciado palabra, era una mujer, escuchaba atenta lo que le cotaba el enamorado, apenado y posiblemente arrepentido. Ella intervino de la siguiente manera:

 

−No te preocupas, el amor tiene ese tipo de sinsabores. En mi caso, te cuento que mi marido se sueña, con una enamorada anterior, cuando era soltero y en sus sueños en nuestra cama; la nombra y algunas veces emite quejidos,
como si estuviera amándola. Yo me tengo que quedar en el molde, porque tampoco tuve la capacidad de borrarle esos recuerdos. Y porque los sueños al ser involuntarios de algo pasado, no les llevo el apunte, aunque algo de dolor me producen, pero no les doy
importancia.

 

Miguel Aramayo

SCZ.24-11-2021