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Una bella relación

22 Oct

Una bella relación

Existen personas, hechos y momentos que forman nuestra personalidad y que perduran en nosotros como algo imborrable, eso sucedió conmigo y la relación con mi bisabuela.

 

Ella había nacido alrededor de 1860 y yo en 1944 lo que significa que cuando yo nací ella tenía alrededor de unos 84 años. Pese a la gran distancia de edades, desde muy chico nos unió un lazo
extraño de compañerismo. Su lucides era sorprendente y me parecía algo normal. Hablábamos de todo. Ella poseía una amplia cultura y sentía el deseo de influir en mi capacitación
. Su gran conocimiento y gran formación cultural se debió
al amplio contacto con su padre
Durante su niñez, adolescencia y juventud, en Arequipa – Perú. Era un hombre que todo el tiempo estaba leyendo e investigando para cumplir a cabalidad su trabajo. Él había tenido
estudios universitarios de bioquímica en Chile y el contacto con su padre que tenía su misma profesión, igual que sus hermanos que en ese momento continuaban estudios en la universidad −todos ellos eran chilenos− El medio en el que se movían era de estudios,
experiencia y experimentos en la química y la producción que se realizaba en la botica que poseían en Santiago de Chile, actividad que posteriormente se convirtió en droguería y lo que hoy conocemos como farmacia.

 

En ese tiempo, ellos −los boticarios− no comercializaban productos elaborados por grandes laboratorios, ellos debían producir los remedios, en base a sus conocimientos científicos y la colaboración
de los médicos que solicitaban sus servicios. También era necesario experimentar para obtener los productos que comercializaban y así nacieron los ungüentos, jarabes y linimentos, lo que ahora aparentarían ser remedios caseros, pero que ellos preparaban haciendo
uso de alambiques, probetas, morteros, calentadores, pipetas y tubos de ensayo. Elementos que eran fundamentales en sus laboratorios.

 

Cuando la abuela se casó y emigro de Arequipa, primeo a Lima, después a la Paz -Bolivia- y por último a Buenos Aires, su padre le dio una libreta con las formulaciones para que pudiera producir
algunos remedios, jarabes, lociones y pomadas. Cuando quedo viuda emigro con toda la familia -Su hija con el marido y cuatro hijos- a Bolivia y allí hizo su negocio de fabricación de algunos productos. Yo la colaboraba en la compra las materias primas y observaba
algunos procesos, como en el caso de las lociones −Agua de rosas, leche de almendras, linimentos, cremas para la preparación de pomadas− y algunas otras cosas más. Me encargaba de quitar el carozo a las semillas de guindas, duraznos y ciruelas, luego a retirar
la cascarilla de las almendras y algunas veces las tostaba, para después proceder a desmenuzar en un mortero. También me encargaba de sacar las rosas del jardín y desprender los pétalos, los mismos que la abuela los utilizaba posteriormente, para elaborar
sus cremas perfumadas y el agua de rosas.

 

La mayor demanda para la abuela era las cremas para las manos y la cara, después estaban las lociones para después de afeitarse, en base a leche de almendras y agua de rosas. Otra de mis actividades
para colaborarla, era conseguir los envases, para lo que producía. Esa tarea era compleja. Se debía recurrir a sus mismos clientes, para recuperar envases agotados, pero además a amigos y parientes que utilizaban pomadas importadas, como la crema “Pond´s”.
Después debía retirar las etiquetas y lavar los frascos, que debían quedar impecables. También colaboraba en el llenado de los envases y su correspondiente clasificación, porque elaboraba crema blanca y crema rosada. Ambas tenían una textura similar a la Pond´s,
pero su costo era inferior y los resultados similares. Los envases para las lociones y linimentos resultaban relativamente más fáciles de conseguir, porque incluso servían de varios productos que eran comercializados en frascos de vidrio.

 

Cuando yo estaba próximo a los 20 años ella dejó este mundo, pasando del sueño a la eternidad. En ese momento nos separaban casi 4.000 kilómetros, yo en Buenos Aires y ella en La Paz. Telepáticamente
se despidió de mí y me llenó de una gran tristeza. La última vez que estuvimos juntos me obsequió algunos cuellos de camisa, pecheras y puños – complementos de las camisas varoniles- y que había conservado de su marido. Conversamos mucho y me contó cosas interesantes
de los 14 años que vivió en la ciudad donde yo iba -Buenos Aires-, en la cual ella tuvo la única hija, la madre de mi padre, que también era su primer nieto.

 

Siempre la tengo en mi memoria y mucho de lo que soy se lo debo a ella, ella me enseñó a rezar, me hizo leer el libro de Carreño sobre urbanidad, me inculcó el gran valor que tiene la familia
y lo importante que es la amistad. Todo eso lo llevo gravado a fuego en mi interior y procuro recordarlo constantemente. Los quería mucho a mis padres y fue en brazos de él que expiró a sus 106 años.

 

Miguel Aramayo

SCZ.14-08-2022