Pensador pensando
Era un hombre cuya fisonomía dejaba una impresión no solo indescriptible, difícil de poderla comparar con otra algo similar. Hablaba y razonaba como si fuera un viejo, pero actuaba de una manera, que mostraba conocimientos
modernos y se apegaba exageradamente a la tecnología y a las nuevas ideas imperantes en el medio.
Lo seguía de lejos como si lo estuviera espiando. No era con malas intenciones, sino con el afán de nutrir mi intelecto de ideas que pudieran parecerme buenas, porque tampoco tengo la capacidad de calificar lo que pudiera
observar de ese personaje, personaje que aparentaba ser tan extraño.
Lo miraba mientras se alimentaba, sea en una cafetería, un restaurante o sirviéndose algún alimento o bebiendo, sentado en algún banco de un parque o quizá simplemente reposando en los peldaños de alguna escalinata. También
lo observaba cuando estaba sentado en alguna iglesia, dando la impresión de que meditaba o simplemente oraba. En estas circunstancias, los rasgos de su rostro y la postura de sus brazos, piernas y manos hacían que lo viera como un personaje místico algo similar
a una esfinge, como “El Pensador de François-Auguste-René Rodin”.
Todo este relato sucedía en París, entre Montmartre y el barrio Latino, que es por donde deambulaba. Algunas veces lo veía conversando con artistas ambulantes y en otras oportunidades con personas que se le asemejaban
de alguna manera y de gesticular cuando estaba en alguna charla.
Me moría por poder escuchar sus alocuciones. Pocas veces tuve la suerte de estar tan próximo que me enteraba del tema que trataban. Estoy seguro de que él se sentía observado por mí, pero era alguien tan recatado o indiferente,
que al verme tan “poca cosa”, me pasaba por alto sin afectarme. Simplemente ignorándome, como si yo fuera fantasma invisible para él.
Ese afán morboso de seguir a este señor se me estaba convirtiendo en una obsesión y como toda obsesión se podía convertir en algo dañino para mi salud mental. Por lo tanto, tomé la decisión de aproximarme a él y decirle
que desde el primer momento que lo vi quedé impresionado y que me interesaría saber ¿Quién era?, ¿a qué se dedicaba?, ¿de dónde era? Permanecí mucho tiempo pensando en eso, porque al mismo tiempo, me daba la impresión de que eso era una desfachatez de mi parte.
Por fin me animé y me aproximé a él cuando estaba en un café de los que yo también frecuentaba. Estaba sentado en una mesa para dos y aproveché que no había otro espacio libre y le pedí permiso para ocupar esa silla.
Aceptó y me invitó a sentarme. Luego de lo cual me encaró, diciendo:
—Muchacho, he notado que constantemente nos cruzamos y me da la impresión de que me sigues, —¿Qué requieres de mí?
Enrojecí. se me secó la boca y balbuceé, porque era tanta la vergüenza que sentí. No solo mi cara, todo mi cuerpo parecía que se resquebrajaba a pedacitos y tuve que tomar un poco de agua, eso hizo que vuelva en mí.
—Efectivamente lo seguí todo este tiempo. Sin ninguna mala intención, su aspecto me subyugó y se me ocurrió que usted era un personaje con muchos conocimientos y un carisma especial y en muchas oportunidades busqué la
forma de aproximarme a usted, pero al mismo tiempo me acosaba la timidez y la vergüenza, hasta que por fin ahora decidí aprovechar las circunstancias.
—Soy sacerdote católico y en este momento atravesando por un problema de identidad y perdida de fe. Por ese motivo me encuentro deambulando por París, sobre todo en busca de paz y de reencontrarme, para continuar con
mi vocación y cambiar el rumbo de mi vida. —¿Y vos que haces?
—También me alejé de mi cotidianidad. De Bolivia me traslade a vivir a Paris. Aquí hago de todo para llenar el vacío que algunas veces siento.
—Por lo visto somos dos individuos perdidos en busca de encontrar el camino que nos corresponde o queremos seguir y distrayendo nuestra existencia o huyendo de nuestro destino. Me alegra tu sinceridad y creo que podremos
ser amigos y quizá colaborarnos. —Yo vivo en un convento próximo a estos lugares y después de deambular retorno allá. Alguna vez te vi en la iglesia de mi congregación y veo que vos también tratas de comunicarte con Dios,
—Gracias padre, me vuelve el alma al cuerpo y veo que tenemos algo de parecido, no digo infortunio, porque nuestra forma de ser no toma este instante como algo catastrófico, sino simplemente, en un momento que desaparecerá
y retornaremos a la normalidad.
—Así es muchacho. Doy gracias a Dios de haberte conocido e incluso pienso que puedes ser un mensajero que me ayudó a retornar a mi camino, que por un momento se alejaba de mí. —Te dejo y si nos volvemos a ver sabes que
tienes mi amistad y espero lo mismo de vos.
—Gracias padre, hasta cualquier momento.
Miguel Aramayo
SCZ.15-08-2022