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Quisiera escribir

25 May

Quisiera escribir

Quisiera poder expresar mis pensamientos con la fluidez que mi mente explora la eternidad. Me siento chico, pero no en el sentido de edad o cronología de vida, me siento pequeño, mínimo, microscópico, en el sentido literario, mi lenguaje no alcanza a escribir lo que me gustaría, lo que pretendo expresar y cada vez que leo a alguien como Edgar Allan Poe, May Sinclair, Jorge Luis Borges, Vargas Llosa, Isabel Allende; Wilbur Smith. Siento la gran distancia que existe entre un escritor y una persona que pretende escribir. Soy una simple hormiguita, una migaja de una torta extremadamente inmensa, grande, suntuosa, a la cual quiero llegar y pretendo algún día poder expresarme con propiedad, sin el temor de emitir elocuciones falsas, horribles, horrorosas.

 

Sin embargo me arriesgo a escribir algo, algo que quizás nadie leerá, pero que me permite examinarme y saber que es mucho lo que me falta para poder decir medianamente que pude escribir. Pero sentiré una frustración mayor, un desanimo que no me permitirá conciliar el sueño si no pretendo hacerlo. Pienso que es preferible sentirse bien con uno mismo sin lograr alcanzar los umbrales que han podido lograr los que realmente saben manejar el lenguaje a su antojo, coordinar sus ideas y usar la dicción de la manera que se requiere para mantener la atención de un auditorio, o por lo menos convencerse a uno mismo que lo expresado es interesante, es entendible, es plausible.

 

Quisiera como Archibald Joseph Cronin poder describir los escenarios y los personajes con la profundidad que merecen los mismo, no tan solo decir: “vi un gordo que camina mal”. Me gustaría poder describirlo así: “Una tarde calurosa, como las que normalmente se sienten en la bella ciudad de Santa Cruz, en el mes de diciembre, en que el sol parece no solo que calienta, que abraza, que funde, cuya calidez lastima, porque incluso rasga las vestiduras. Vi una persona que era de mediana estatura, pero de un gran peso, las piernas eran fuertes pero no tanto como para soportar ese volumen y además de todo eso, ¡pobre hombre!, el hombre era gordo y sufría de una horrible cojera, cojera que por más que quería disimular, no podía, era una cojera que hacía que su cuerpo se balanceara de forma que daba la impresión de caer en cualquier momento…”.

 

También me gustaría poder describir a personas como a Condoliza Rice, con las siguientes palabras: Vi ingresar a la Secretaria de Estado. Una mujer de color, de mediana edad, con un bello rostro maquillado muy sutilmente, con labios carnosos, pero muy bien delineados de un color carmesí que hacia que resalten, principalmente porque en la comisura se dibujaba una sonrisa que mostraba no solo belleza sino sensualidad. Su vestimenta denotaba elegancia, tenía un traje sastre de “Jorgio Armani”, con una camisa de lino y una cinta en lugar de la tradicional corbata. Por el color de su piel no se podía apreciar si usaba pantis, pero los zapatos con un tacón discreto se apreciaba que eran “Gucci” y de los más caros, de fina cabritilla de color negro. Su peinado era delicado y para completar el marco de ese rostro que sorprendía, en los lóbulos de sus orejas se notaban dos brillantes que relumbraban con un titilar asombroso al contacto de la luz de los ventanales, o la que descendía de las lámparas del escritorio.

 

Otro personaje al que he podido describir es al jede de la anterior señora: En un momento determinado, se abrió la puerta del despacho e hizo su ingreso el presidente de los Estados Unidos, su paso era firme, su forma de caminar muy particular, caminaba como si el caballo lo hubiera dejado a pie y mantenía los brazos en una postura como si se tratara de un luchador en apronte, sin tocar las pistolas, que mantenía en las cartucheras invisibles de los costados. Las manos no se apegaban al cuerpo, pero estaban colgando de los hombros a trabes de unos brazos que se notaban musculosos, sin siquiera mostrar una arruga del paletó, que era deportivo y combinaba muy bien con el pantalón de caki y una camisa a cuadros sin corbata y en su lugar, un corbatín, con un adorno central de una cara de caballo y las puntas de los lazos, con metal que aparentaba ser plata, plata americana.

 

Algún día antes de ser viejo estoy seguro que podré expresarme de una mejor manera y los podré deleitar con mis relatos, por ahora solo les queda leerme tal cual soy.

 

Miguel Aramayo

SCZ. 25-05’2008