El día del niño boliviano
Esta historia más que salir de mi cerebro sale de mi corazón. Hace más o menos veinticinco años en una fecha similar a la de ayer se genera una historia que quiero compartirla con ustedes, no solo porque quiero yo, sino a insistencia del Ser Chiquito que es el que algunas oportunidades me visita, y me pide cosas como ésta.
La mañana en que se produce esta historia, era una típica mañana otoñal del oriente boliviano, no se sabía si hacia frío o calor, el cielo estaba nublado. No se sabía si llovía o no, pero se sentía un cierto bochorno porque no había nada de viento, además por ser Semana Santa uno estaba con los ánimos bajos, como que el carácter de las personas se iguala con el tiempo, como si la presión atmosférica influyera en el estado de ánimo.
Llegué a casa procedente de no se donde y me encontré con mi hijo que lloraba derramando un caudal de lágrimas y sollozos, le pregunté:
– ¿Qué tienes?, ¿porqué tanto llanto?
– ¡Mi madre me quiso degollar!
No digas ¡burreras! Fue mi respuesta, pero él me mostró un araño en el cuello, no había sangre, pero se notaba que desprendió el pellejo y seguramente eso le ardía. Al ver eso le dije: Seguramente vos escapaste y ella no te pudo agarrar, pero seguramente es porque le hiciste alguna “jocha”, y el respondió:
– Papi no hice nada, ¡todo fue sin motivo!…
Me senté en el comedor de diario que tenía una mesa redonda de color celeste, forrada en fórmica y que combinaba con el refrigerador Brastem de dos puertas, la cocina del mismo color y la misma marca y los muebles de cocina del mismo material. La doméstica cocinaba, o hacía algún oficio, escuchando el llantito de mi hijo. Hasta el “matico” que en libertad estaba posado encima del refrigerador, piaba muy difusamente, porque él también estaba aburrido por el “lloriqueo.”
– ¿Dónde está tu madre?, le pregunté.
– Se fue a confesar… ¡No creo que Dios la perdone!…
Esa respuesta me causó risa y desde luego molestia en mi hijo, que continuó con sus sollozos, hasta que logró colmar mi paciencia y le dije: ¡Ya basta de llanto!, ¡ya me tenes acobardao!…, a lo que respondió:
– Ya no lloro de dolor, ahora lloro porque me dieron huasca sin motivo y ¡sin considerar que hoy es día del niño!…, ¡día del niño boliviano!…
– Esa respuesta realmente me produjo risa y reí a carcajadas. Cómo sería mi risa que logré calmar el llanto de mi hijo y que él también acompañe mi risa y los dos terminamos de la misma manera a carcajadas. La doméstica también entró en el grupo de alegres y creo que hasta el matico quedó feliz. Desde ese entonces el DIA DEL NIÑO BOLIVIANO tiene otro significado para mí y creo que para todos en mi casa.
Miguel Aramayo
SCZ 13-04-2006
Jueves Santo