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Un niño solo

20 Dic

Un niño solo

Era un niño muy bien vestido, toda la ropa que mostraba era de marca, los zapatos eran Nike, el pantalón jeans Lee, la polera era Guess, la gorra era NY. Pese a todo eso el chico caminaba por la plaza “24 de septiembre”, como si fuera un simple pordiosero, sus ojos estaban llenos de lágrimas, su carita expresaba tristeza, sus labios eran una raya que se marcaba con la comisura hacia abajo.

 

Yo que estaba sentado en un banco de la plaza, sin nada que hacer, pero con la intención de ver las expresiones de los transeúntes, quedé perplejo y percibí esa tristeza, la tristeza y esa desolación que arrastraba ese pelao, como arrastrando un poncho para que alguien se lo pise, y seguí su caminar que mostraba desanimo, lo seguí con la mirada, a ese pobre muchacho que no pasaba de los 13 años y junto a su edad y en sus espaldas arrastraba una desgracia.

 

Mi mirada lo siguió hasta que estuvo muy próximo a la Catedral, quedé muy curioso y dejé que mi espíritu se contagie de esa tristeza y sin darme cuenta mis pies empezaron a caminar, y mi andar se dirigió con el mismo rumbo que seguía el muchacho. Como mi paso era más largo y más deprisa, casi logró alcanzarlo e hicimos el ingreso a la Casa del Señor, al mismo tiempo. Ninguno de los dos, ni el pelao, ni yo, nos fijamos en los cieguitos y los pobres que están en el atrio, suplicando caridad. Los dos pasamos raudamente por ese corto espacio y atravesamos el umbral. Ya adentro de la Catedral, noto que el chico con mucho respeto, se quita la gorra y después de doblarla con mucha prolijidad, la acomoda debajo del cinturón.

 

Ambos avanzamos por el pasillo central, con dirección al altar. Mantengo una distancia de unos diez pasos atrás de él y, observo que ambos caminamos con la mirada puesta en los ojos de la Virgen María, imagen que puede ser de yeso o de madera, o cualquier otro material, pero ese símbolo, esa imagen, no es más que un icono, icono que facilita a nuestra mente ubicarnos en un lugar. Ella, la Santa Virgen, la Madre de Jesús, no es que es una estatua para que idolatremos, o una esfinge, ¡no!, no es, ella sólo nos permite la unión espiritual con quien nos puede brindar, paz, tranquilidad, quien nos puede ayudar a comunicarnos con su Hijo.

 

No se cuanto tiempo estuvimos allí y después de sentirme observado por la Virgen cierro los ojos y rezo, pero como siempre con la única intención de agradecer por todo lo que me brinda y pidiendo por los demás y no por mi, porque tengo la seguridad de que todo lo que tengo, todo lo que soy es porque la gracia y la bendición de Ellos, la Virgen y su Hijo que intercede por mi ante Dios. Mientras estoy absorto en mis oraciones me olvido total y absolutamente del pelao, pero por extraña casualidad él se tropieza conmigo al momento de salir y muy educadamente se excusa y me pide disculpas, de esa manera nuestros ojos intercambian miradas y sin que ambos queramos, quedamos como electrizados, sus ojos son de un azul, azul tan puro que me permiten observar su alma y es como si tuviéramos una comunicación telepática.

 

Le pregunto – ¿ya te vas? Y él me responde –Si señor. – ¿No te molesta si te invito un helado?, – ¿Por qué motivo?, – me caíste bien y te veo muy triste, quizá no solo te resulte bien rezar, quizás charlando puedas sacar algo más de tu tristeza. – ¿Aceptas? – Bueno, pero yo elijo donde. Salimos de la Catedral y lo sigo a donde enfilan sus pasos, atravesamos la plaza en dirección a la universidad, hacemos lance a los Ángeles que la adornan, atravesamos la calzada que está tan bien iluminada por los lazos de adornos navideños. Entramos a un boliche, al frente del “Paraninfo”, ni siquiera me fijo en el nombre que tiene la confitería, pero parece bonita, mejor dicho es bonita. Nos atiendo un mozo y hacemos nuestro pedido, ambos elegimos almendrado con galletas.

 

Mientras nos sirven lo ordenado, ambos nos quedamos callados, yo con las manos cruzadas, mejor dicho con los dedos entrelazados, él con las manos separadas y apoyadas a la mesa. Observo que tiene las uñas bien cuidadas, su piel es delicada y con el aspecto de ser un muchacho deportista, son grandes, varoniles. Llega la orden y ambos damos gracias a quien nos atiende, el mozo deja la orden y además sendos vasos de agua.

 

Iniciamos una conversación trivial, sobre cómo se llama, dónde estudia, cuántos años tiene, dónde vive, con quién vive, es en ese punto que se vuelve aponer triste y me confiesa, es porque estando tan cerca de la navidad, no ha tenido noticias de su madre, que está en España, ni de su padre que está en Norteamérica. Que él vive con su abuela, la madre de su padre y que su hermana vive en La Paz con su otra abuela, la madre de su madre. Que sus padres tuvieron que buscar trabajo fuera de Bolivia y que no pudieron encontrar en el mismo lugar para ambos, su madre estaba en España porque tenía esa nacionalidad y su padre en USA porque al haber estudiado por allá, tenía visa que le permitía trabajar, pero que ambos no podían juntarse con los hijos porque la parte económica todavía no les permitía y no le quedaba más que esperar que pase el tiempo y solucionen esa desunión.

 

Después, el interrogado fui yo, le conté quien era, en que trabajaba, que tenía dos hijos, que tenía seis nietos, que uno de mis hijos estaba en Medio Oriente y que el otro estaba en Santa Cruz, le conté sobre mis nietos y la conversación se prolongo hasta terminar el helado y después de tomar agua, quedamos en que en algún otro momento podíamos tomar otro helado. Quedamos de amigos y nos despedimos con un apretón de manos, deseándonos felicidades por estas fiestas.

 

 

Miguel Aramayo

SCZ. 20-12-2008.