Añoranzas
El tiempo pasa, porque el reloj biológico no se puede detener, es como un cronómetro que Dios lo activo el día que nacimos. Pero cuando Él dijo que tendríamos “libre albedrío”, con lo cual no estoy muy de acuerdo, porque quien comanda muchos de nuestros actos es el “sistema límbico”, por ejemplo, es muy difícil que podamos frenar algunas reacciones y para ser muy simple, el frio, el calor, el miedo y hasta me animaría a decir, el amor. Lo que si depende de nosotros, y hasta por ahí nomás, son los recuerdos, eso lo podemos manejar nosotros, casi a nuestro antojo, claro que algunas veces suceden hechos involuntarios que hacen retornar recuerdos a nuestra mente.
Cuando comencé a escribir esto, lo hice pensando en mi madre, ella me incentivaba hacerlo y algunas veces en forma imperativa, claro que ella era tan dulce que era muy difícil escuchar ordenes de sus labios, pero la forma de pedirme era así: no me mandaste nada de lo que escribiste en la semana. Otra forma era, ¡extraño lo que escribes!, ¿estuviste con mucho trabajo? Cuando se aproximaba el Día de la Madre, su cumpleaños o la Navidad, era yo el que le preguntaba, ¿Qué te gustaría de regalo? Y la respuesta era: quiero que me escribas una poesía, y yo me ponías manos a la obra, porque sabía que eso era lo que le bridaba mayor felicidad.
¡Perdón…!, dejaré de escribir un momento, porque mis ojos se empañaron de lágrimas y mi corazón palpitó de cariños, de caricias…
No sé el tiempo que transcurrió desde que escribí el párrafo anterior y el tiempo que demoré en enjugarme los ojos y volver a tomar coraje para seguir escribiendo, pero sentí tan próxima a mí su presencia, la brisa en que se convirtió desde que dejó este mundo… Otra pausa, ¡sigo llorando…!, no es broma es verdad.
Mejor dejo de escribir y en otra oportunidad continuaré, después de todo lo que quería era escribír para satisfacer mis recuerdos y eso ya lo satisfice.
Miguel Aramayo
SCZ.07-12-2018