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Cuentito antropológico

27 Dic

Cuentito antropológico

De pura casualidad me encontré con un científico que estudia el comportamiento humano, para lo cual se dedicó a viajar por diferentes partes del mundo. Yo lo encontré en un pueblito del Beni, pueblito muy próximo a la frontera con el Brasil. Era un hombre mayor de ojos tan azules, que cuando lo mirabas daba la impresión que observabas observando el cielo a través de esa parte de su cara; su barba era blanca al igual que sus cabellos, pero su piel que seguramente coincidía con sus otros rasgos estaba curtida al sol, pero no presentaba arrugas era de un tostado lozano.

 

El encuentro fue en una posada, donde estaba tomando un refresco para aplacar el calor, estaba ocupando la única mesa del boliche, que poseía un espacio descubierto de paredes, pero protegido por un un techo tejido de hojas de palmera, que bridaba una sobra acogedora, la mesita estaba protegida por un blanco mantel que incrementaba la sensación de frescura y añadía mayor paz al ambiente.

 

Llegó el hombre que describí y como era la única mesa, se aproximó y en un español mezcla de portugués y algún idioma europeo, que no era ni italiano ni francés, me pidió acompañarme en la mesa, acepté, porque además de mostrar cortesía, me apetecía el tener contacto humano y con seguridad que el recién llegado estaba en busca de lo mismo. Nos presentamos, con un apretón de manos y creo que coincidimos en que ambos tuvimos una agradable impresión.

 

Me contó que estuvo en el Noreste Brasilero estudiando algunas tribus que están por esa zona y que su finalidad era estudiar el comportamiento humano de sus habitantes. Había obtenido un permiso de FUNAI (fundación nacional del indio), organización que precedió al SPI (servicio de protección a los indios) ambas organizaciones dependientes del gobierno brasileño. Él era antropólogo y quería interiorizarse de las costumbres ancestrales de las tribus del “sertão”, que es como denominan a esa región del Noreste.

 

Ni bien el gringo sintió que me interesaba el tema, se desbocó su lengua y comenzó a darme ate y desate de todo lo que había investigado. Conversación atrayente por demás y con el entusiasmo que me hacia sus relatos, me dejó de boca abierta, porque realmente es muy interesante ver como la forma de vivir de los salvajes, porque ellos son totalmente naturales y exentos de malicia. 

 

En unos de los pueblos que visitó, denominados Canela (Canela Ramkokamekrá y Canela Apanyekrá), hombres y mujeres debían ser generosos con sus bienes y con sus cuerpos. Entre ellos, negar pública o privadamente el deseo sexual de otra era considerado una actitud mezquina antisocial y maligna. Además, destacaba que el contacto de estos pueblos con la sociedad occidental y sus artículos industrializados fue cambiando las costumbres y esto trajó aparejados deseos de posesividad sobre estos bienes y celos de los varones sobres las mujeres.

 

Me llamó la atención el tema de los celos y abrí el pico para consultar sobre el tema de los celos y lo mismo se entusiasmó contándome su experiencia sobre ese tema y lo que saqué en conclusión es que los celos son una reacción psicológica propia de los humanos, que más que todo es una muestra de inseguridad y baja estima. También me comento sobre otro estudio que hizo en “Mosuo” en el sur de China. Donde pudo ver que entre los mosuo existen normas culturales que parecen operar para suprimir la posesividad sexual. Los mosuo sienten celos y envidia, pero saben que deben reprimirlos e ignorarlos en aras de mantener la armonía. Para ellos, el amante celoso es ridículo, casi como un ladrón, y la falta de generosidad, es deshonrosa.

 

Estuvimos conversando, yo muy poco, y el un montón, hasta que el sol comenzó a declinar en el horizonte y quedamos en juntarnos para cenar, porque el gringuito era realmente simpático y dominaba el tema de las relaciones interpersonales, con ejemplos y pruebas científicas de un montón de partes del mundo. Como yo soy curioso, quedé sorprendido con tanta ciencia y experiencia.

 

Miguel Aramayo

SCZ.2-12-2019