Disfrutando una caída de agua
El invierno pasado fue extremadamente frio en París, como para mostrar que está sucediendo algo feo en nuestro planeta y usar eso como muestra del calentamiento global y mandarle una filmación a un señor muy poderoso en Norteamérica, que no quiere participar del cuidado de nuestra Tierra. Salí del departamento lo estrictamente necesario, únicamente para proveer mi despensa y el frízer. Consideré que era un oso y que debía invernar. Mi relacionamiento social lo realicé por Internet y algo de teléfono, en esos tres meses, leí mucho, con exageración, vi una película por día y casi termino de escribir un libro con el cual ya llevo varios meses o quizá más de un año.
Como ya el sol comenzó a calentar, pienso que es necesario que mi organismo vea la luz del sol y mi cuerpo disfrute los rayos del astro rey, además de recuperar un poco de la vitamina “D” que se perdió en la cueva donde inverne. Pensando en todo eso, encontré que no quedaba nada mejor que hacer un viaje a la Toscana italiana. Me dieron deseos de estar en las termas de Saturnia, por más que digan que por allá anda el diablo. Desde Siena tenía que tomar la autopista en dirección a Grosseto, y de allí la salida a Roselle, y continuar hacia Saturnia. Las termas están a un kilómetro y medio antes del pueblo.
Estuve tentado de llamar a alguien para hacer el viaje en compañía, pero después pensé que mi ánimo luego de tanto tiempo encerrado, estaba más adecuado para viajar solo, después de todo lo que quería era respirar aire con olor a azufre, sentir el calor del agua y deleitarme con el sonido que hacen las cascadas, que por más pequeñas que sean su correr es una melodía que adormece y relaja no sólo el cuerpo, también el alma y eso me apetecía. No pensaba quedarme más de dos o tres días y después pasear por esos pequeños pueblitos que están alrededor y que parecen que te hacen retroceder en el tiempo.
Después de ese descanso mi intención era ir a Roma para apreciar y disfrutar las fuentes, sentarme en algunas de ellas, para ver el agua en movimiento y apreciar las imponentes esculturas y recordarme de cuando era seminarista y estaba estudiando allá, pasar por la biblioteca del Vaticano y visitar los lugares donde estudié, con la esperanza de poder encontrar gente amiga. Esas mis ideas eran muy pretenciosas, pero a mi mente también retornó una segunda vez que estuve en roma a consecuencia de un trabajo que hice de espía.
Que recuerdos lindos los que almacena mi mente de todo el tiempo que estuve en esa ciudad, transitando sus calles como si fueran las de mi pueblo, entrando a sus iglesias en las cuales recé con tanta fe, con la misma fe que aún conservo y ver sus casas con la naturalidad que puede tener un lugareño.
Todo eso que les comento fue influenciado por una fuente eléctrica que me envió de obsequio un amigo, desde Estados Unidos y que al ver el agua correr me trajo tanta nostalgia, que incluso me puse a cantar “Penso che un sogno così non ritorni mai più:
mi dipingevo le maní e la faccia di blu, poi d’improvviso venivo dal vento rapito e incominciavo a volare nel cielo infinito. ¡Volare…oh, oh!… cantare…oh, oh, oh, oh! nel blu, dipinto di blu, felice di stare lassù. E volavo, volavo felice più in alto del sole ed ancora più su, mentre il mondo pian piano spariva lontano laggiù, una musica dolce suonava soltanto per me…
Volare…oh, oh!… cantare…oh, oh, oh, oh! nel blu, dipinto di blu, felice di stare lassù.”
Miguel Aramayo
SCZ.08-03-2018 Día internacional de la mujer.