El amigo borracho y el león
En La Salle se acostumbraba que los del penúltimo curso despidan a los bachilleres, y en la fiesta del colegio aprovechamos de poner algo de alcohol a las bebidas, y pudimos apreciar que no solamente nosotros estábamos con los vapores del vino o el singani, también los hermanos estaban eufóricos y veo como en una foto a todo color a uno de ellos, el Hermano Juan León cuyo nombre de batalla era “Lorenzo”, eso debido al atributo de una nariz notoria desde cualquier punto de vista y mucho más notoria por su poca estatura. Un curita simpático, pero ¡maldito!, cuando tocaba dar castigos como: “copiarás dos lecciones del libro de botánica de Bruño”, o que llegue a la exageración, de hacerte copiar todo el libro, bajo amenaza de expulsión, al extremo de tener que aprender de memoria todas las familias de vertebrados, o invertebrados, de marsupiales, o paquidermos.
En la fiesta incentivamos al “Poyo” que tomé más que lo que hacíamos nosotros, al extremo que quiso bailar una cueca con uno de los hermanos, que al notar eso dio por terminada la fiesta y se completaron los actos protocolares de fotos, discursos, poesías y el consabido toque de piano de nuestro amigo Farid.
Salimos de la fiesta e incentivamos al Poyo que haga lo que le diera la gana, e hizo cosas como sacarle el sombrero a una Cholita y usarlo como si fuera un teléfono, o entrar a la embajada del Perú para patear la puerta, y nosotros correr huyendo del borrachito, hasta que llegamos al Montículo en cuyos jardines el Poyo se echó en una porcha de perro con lo cual quedó insoportablemente hediondo a mierda canina.
Otro de los amigos que estaba con nosotros y que vivía a los pies del Montículo, propuso que vayamos a su casa para poderle limpiar la chompa con una manguera. En la casa de ese amigo estaban congregados varios de sus parientes, porque ese días sus padres viajaban no recuerdo si de retorno a su centro de trabajo, o si viajaban al exterior a la feria de New York, o algo así, el caso es que la casa tenia más gente que la acostumbrada. Por lo tanto nosotros no fuimos muy notados, además nos fuimos al patio trasero para limpiar los excrementos caninos de la ropa de nuestro amigo, que además de ese olor ¡penetrante!, olía a alcohol fermentado con las salteñas que comimos en el colegio, y por lo tanto, no solo era hedor exterior, sino el aliento nauseabundo.
El borrachito dentro de un montón de otras gracias que lo adornaban estaba su pánico a los perros, y en la casa había una perra muy querida cuyo nombre era “Paraguaya”, creo que de raza pastor alemán, pero en mis recuerdo la tengo con esas características, aunque creo que algo mas peluda que los pastores y quizá un poco más grande. Cuando los padres de mi amigo salían de la casa, con todo el sequito de parientes y amigos que se habían congregado para la despedida, también salió Paraguaya y se acercó al Poyo, quien en lugar de huir de la gente se abalanzó a los brazos de don Gastón, que era un hombre corpulento, y que en ese momento como en la mayoría de las veces que lo vi, inspiraba respeto, no sólo por su aspecto varonil, sino porque tenía algo que impresionaba y que hasta el día de hoy en mi imaginación lo tengo como dibujado en mis pupilas.
El Poyo, abrazó a don Gastón a quien transfirió su aromas y a gritos decía, ¡un león!, ¡un león!, ¡un león!, refiriéndose a la perra, nosotros y muy especialmente Jimy intervinimos para evitar tanto escándalo, pero este hecho quedó como algo imborrable en nuestra memoria y como un hito más en nuestro desarrollo como personas.
Todavía lo veo alguna vez en las noticia al Poyo y me imagino que no cambió, que sigue siendo el mismo tipo enamorado de Susana, con miedo a los perros y orgulloso de su partido político y capaz de hacer lo que hacia cuando chico.
Miguel Aramayo
SCZ 1-10-2005