El paso del tiempo
Algo que he notado es que cuando las personas tienen menos años, cuando inician su vida laboral, están llenas de esperanzas y aparentemente este hecho hace que posean mayor energía, más paciencia y una gran fe en el porvenir.
Cuando las personas llegan a los últimos años de vida útil laborable, la esperanza casi está agotada, desde luego que la energía prácticamente se consumió, la paciencia aparentemente está en su límite y la fe ya tiene muy corto alcance.
No es que hoy me hubiera despertado pesimista, creo que no es eso, al contrario, creo que estoy más objetivo, más realista. No tiene nada de malo ver las cosas como son, después de todo el paso de los años lo que da con mayor seguridad es una forma mucho más clara de razonar, porque uno lo hace con la quietud que dan los años vividos, por la pérdida de energía, de fuerza bruta, que son las características primordiales de la juventud. Con el paso del tiempo todo eso fue reemplazado por una calma que tiene en su contra la falta de paciencia. Uno se transforma en un viejo caduco y gruñón. Pero nadie se detiene a pensar que, si los mayores adoptamos esa posición, es porque recordamos el dinamismo y la predisposición para encarar las tareas propias de la actividad.
Los mayores vemos la actitud de los que nos siguen y pensamos que nosotros éramos mucho más responsables, mucho más dinámicos. Quizá puede ser que tengamos razón o talvez estemos equivocados, pero lo único que en realidad está sucediendo es que ya tenemos muchos años y deberíamos salir de circulación y sólo deberíamos ser consultados para aportar con nuestra experiencia, que ya eso no requiere ni de dinamismo, ni de juventud, ni de paciencia. Al contrario, para aportar nuestra experiencia lo que requerimos es calma, es tranquilidad.
Creo que la mejor forma en que podemos seguir aportando a la sociedad, no refunfuñando, ni mostrándonos aburridos, debemos tener calma para ver las cosas y concentrarnos en la realidad, dejando a los que nos siguen que asuman las riendas de la situación y nosotros colaborar con nuestras sugerencias, cuando nos consulten en forma verbal, pero deberíamos hacer lo posible de dejar por escrito lo que consideramos que los demás deben saber.
Dejar las cosas por escrito no quiere decir que debamos escribir manuales de funciones y procedimientos, ¡no…!, porque ya no tenemos capacidad ni siquiera para eso. Lo que deberíamos dejar son escritos, como el presente, donde podamos transmitir a los demás lo que nos sucede en la realidad y exteriorizar nuestros sentimientos, temores, amores, anécdotas; que puedan mostrar a los que nos siguen, cuál fue nuestra realidad y ayudarlos a pensar para tomar decisiones que ayuden al progreso de ellos, de nuestras familias, de nuestras empresas y de nuestra sociedad.
Hay dos refranes que he tenido muy en cuenta durante toda mi vida y creo que tienen mucho valor, no sólo para mí, sino para todos los que me siguen. Esos refranes, uno dice: “La letra entra con sangre”. El otro dice: “Nadie aprende en cabeza ajena”. El primero muestra que los errores, los fracasos son la mejor escuela para poder aprender cómo se deben hacer las cosas. El segundo, enseña que lo que los viejos podamos recomendar a los que nos siguen no es siempre lo mejor, lo mejor es lo que debe hacer cada uno, no lo que aprendieron los demás.
Miguel Aramayo
SCZ.27-12-2017