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Encuentro tras encuentro

15 Jul

Encuentro tras encuentro

En un momento determinado me sentí como si fuera el Sol, tan solo porque me levanté a la misma hora que él. A medida que transcurrían las horas vi correr mi vida como
si fuera un río, siempre hacia adelante, con determinación, sin cansancio y con buena voluntad. El agua que formaba ese río era cristalina y pura, como me hubiera gustado que fuera mi alma, pero de vez en cuando transportaba impurezas que no me agradaban,
pero estaban conmigo y corrían a la par de mi existencia.

 

El tiempo pasaba y se aproximaba al ocaso, pero por suerte en ese mimo tiempo también hacía su aparición la luna junto con un sin fin de puntos brillantes, que al titilar
me dieron a conocer que eran estrellas, estrellas que me mostraban el camino a seguir. Noté que también yo tenía luz propia y en realidad no era yo sino un tatiosí (luciérnaga), que estando junto a mí me impregnaba de su luminosidad.

 

Llegó la noche y su oscuridad no me produjo ningún temor. Toda mi humanidad estaba acompañado de los seres que habitan la noche y espantan los malos espíritus con sus
cantos cadenciosos y sonidos que solo pueden escuchar ellos, como el caso de los murciélagos, que emiten sus sonidos para guiarse en la oscuridad, o el canto de los sumurucucos (búhos – lechuzos) que se arrullan a sí mismos, comparando el sonido del viento
con el roce de la vegetación.

 

La claridad de un nuevo día se aproximaba y avivaba mis sentidos. Me mostraba que soy alguien capaz de amar, de pensar y crear, o por lo menos imaginar lo bella que
es la vida. Además la capacidad que podemos tener de acompañar su devenir, al mismo tiempo corresponder con amor todo lo que Dios nos brinda con humildad, pero no solo para nosotros, sino para que los compartamos con la misma abnegación que lo recibimos de
arriba.

 

Miguel Aramayo

SCZ.12-12-2021