Más sensible
No es algo nuevo, no es algo reciente, me pasa de vez en cuando, me siento más sensible. Algunas veces pienso que es por el clima, porque está frio, está lluvioso, pero en este momento no llueve y hace mucho calor y pese a eso estoy más sensible.
Otras veces pienso que es porque cada fin de año me sucede algo similar y aunque parezca extraño, mientras todos están en la euforia de los regalos y la repetición de las felicidades; yo sufro un ataque de nostalgia y no es sólo una sensación psíquica, es algo físico, me siento más débil, siento más frio y mis sentimientos están a flor de piel y me cuesta mucho retener mis lágrimas.
Es una sensación que me acompaña desde muy chico, en esas fiestas rezo más, pero no es por piadoso, es porque la oración es una forma de distracción de mi estado de ánimo. Cundo estaba mi familia completa, tenía el mismo sentimiento que tengo ahora, cuando somos cada vez menos. Quizá en lo más recóndito de mi ser, lo que me pone en esta situación sea el dolor de los que no pueden estar felices y yo me solidarizo con ellos, no encuentro otra razón.
Cuando me separé de mi familia, a los diecisiete años, y pasé la primera Navidad fuera de mi casa, fuera de mi país; al salir de la misa de Gallo y mientras todos tocaban bocinas, sirenas y se felicitaban yo me abracé a un árbol en la calle y lloré hasta que se acabaron mis lágrimas y quedé deshidratado. Después de esa vez nunca más lloré, pero procuro apartarme del bullicio y dejar que mis lágrimas se derramen por dentro.
Ahora estamos nuevamente en el mes de esas fiestas y me siento más sensible, pese a estar con buena compañía. Lo que más me molesta es que no puedo dar rienda suelta a lo que siento y debo fingir, debo reír y me acuerdo de un poema en el que nombran a Garrick, el actor de la Inglaterra (Juan de Dios Peza):
«Nada me causa encanto ni atractivo,
no me importan mi nombre ni mi suerte
en un eterno spleen muriendo vivo
y es mi única ilusión la de la muerte.»
Desde luego que también tengo una poesía que la repito como mía desde, cuando era un adolescente:
Mi tristeza, Mi alegría, mi incredulidad, mi fe, mi pobre melancolía. Por la que me salvaré.
¡Dime tú niña mía!, que después te cambiaré por otra niña más fría. Para cambiarla después. ¡Me muero porque me quieran!, pero nunca lo diré. Y después de todo ¿Qué? ¡Morir para que me quiera! ¿Qué me quieran? ¿Para qué? Aquel gran amor de un día, volverá y yo no estaré ¿y después de todo ¡que!?
Ese poema tan repetido por mí, en gran medida tiene mucho de mi forma de ser, de mis sentimientos, porque no sólo expresa amor, expresa lo que siento. ¡Y después de todo! ¿Qué? ¿Morir para que me quieran?, ¡Qué me quieran! ¿Para qué?
Miguel Aramayo
SCZ.10-12-2019