Mujer cruceña
Con todo lo que está pasando en nuestra pobre Bolivia y después de ver tanto show y tanto circo, de ver tanta mentira, tanta corrupción, tanto cinismo, tantas poses y movimientos de manitas, manitas haciendo mímica, mímica describiendo situaciones. Como si se tratara de un mimo callejero, o una película de la segunda guerra mundial con juramentos y saludos similares a los de Hitler, con el brazo extendido para saludar al Führer de la raza india, olvidándose que hay un Dios, Dios al que tendremos que rendirle cuentas y, un pueblo, pueblo al que se le deberán resarcir los engaños y el haber desandado treinta años en busca de retroceder quinientos, por una simple ilusión óptica, el capricho de unas ONG’s y la falta de capacidad de unos cuantos adoctrinados en estas teorías y creídos de que poseen las llaves del reino y el contacto directo con la Pachamama.
En busca de algo puro, fijé mis ojos en una mujer, una mujer de estas llanuras orientales, una mujer que nació en el campo, se crió en el campo, y todavía continúa trabajando el campo con el mismo empeño y dedicación, el mismo esfuerzo que pusieron sus padre y los padres de sus padres, hasta llegar a los españoles que llegaron a estos parajes en busca del “Gran Paititi” y que convencidos de que la verdadera riqueza es el trabajo, el trabajo productivo, el dar y pedir a la tierra, el educar a los hijos con dignidad, el respetar a los amigos con orgullo, además de colaborar a los vecinos sin altanería.
Esa mujer a la que me refiero, lleva criando tres generaciones, pero fue respetuosa de sus padres, tíos y demás ancestros, que supo lo que era atender la jara mientras ellas cazaban o pescaban y que aprendió de ellos que se debe respetar la naturaleza y tomar de ella lo que brinda, pero no arrancando con rabia, sino con el debido cuidado para que sea auto sustentable. Que cuando se casó supo que no sólo era respeto el que debía al marido, sino que fue su colaboradora incondicional, no sólo en las tareas de atender el campo, arrear ganado para la ordeña, ordeñar, hacer el queso, atender la huerta.
Una mujer que no sólo sabe los oficios de la casa y la crianza fructífera de los hijos, sino que sabía cómo se debía hacer una horma, dónde debía tener el siuto, cómo se debía encajar el jetapú, cómo dar ordenes a los peones, cómo ayudar a parir a sus colaboradoras, cómo poner una inyección, cómo aconsejar en una pelea conyugal, cómo reprender a los hijos, a los nietos y hasta los bisnietos, sin mezquinar cariño, ni una palmada ni un cimbrón, o por lo menos el chasquido de un cola de peji.
Una mujer que si dice ¡camba!, o ¡colla!, no lo hace con el afán de menospreciar o diferenciar racialmente a las personas, que no usa esos apelativos como insulto, sino como una simple diferenciación que muestra el gentilicio que realmente significa, porque ella se sabe camba y desempeña ese su designio con orgullo con dignidad, pero que también sabe combinar esos gentilicios con una interjección, que no se lo ganan las razas sino las personas y, que pueden ser utilizados indistintamente y de la misma manera y que son “camba e’mierda!, ¡colla e´mierda!
Una mujer que puede, estar en Europa, en Norteamérica, en Brasil, Argentina, o Portachuelo y su comportamiento será el mismo, que no sabe de halagos zalameríos ni de desplantes maleducados, que no sabe diferenciar entre altos, medianos o chicos personajes, que todas las personas para ella valen lo mismo, todos son humanos, todos son hijos de Dios, sin diferenciar o apreciar sus credos, que le da lo mismo que estar en una catedral, en una sinagoga o cualquier otro templo y ellas respeta las creencias, porque está segura que todos atienden a Dios.
Una mujer que cuando lea esta nota, se que le gustará, porque a ella le encantan las expresiones de cariño y no las alabanzas, a ella quizá no le guste la poesía, pero sí los acordes de una guitarra o el ritmo de una chobena interpretada por una tamborita y si es con hojita mejor, porque ella llora cuando siente el dolor de los demás y se compenetra de la gente humilde y siente el dolor de un guarayo, de la misma que la de un colla y a ambos prestará su ayuda desinteresada y real, no solo de palabras cariñosas, porque ella lo que hace lo hace porque ¡lo tienen que hacer!. Así como ella son la mayoría de las mujeres cruceñas y sobre todo valientes y querendonas de su terruño.
Cuando sus amigas lean esto que escribí para ella y todas las mujeres cambas, dirá: ¡Vean las janucheras del collinga, zalamero!
Miguel Aramayo
SCZ. 31-12-2008