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Oyendo conversaciones ajenas

27 Dic

Oyendo conversaciones ajenas

Estaba en una placita del Barrio Latino en París. Como siempre leyendo, recostado en la grama, debajo de un árbol que me proporcionaba una sombra esplendida. Al otro lado del árbol una parejita de enamorados, que entre beso y beso susurraban algo, después se escuchaban suspiros y chasquidos de besos, como si alguien estuviera disfrutando de una paleta.

 

Ella con una voz muy cariñosa y con acento latino le decía: Tanto tiempo disfrutamos de este amor. Y él le respondía: Nuestras almas se acercaron tanto así. No vayas a creer yo también y te puedo asegurar: Que yo guardo tu sabor, pero tu llevas también sabor a mí.

 

El con una voz de barítono le respondía: Si negaras mi presencia en tu vivir, bastaría con abrazarte y conversar. Conversando como lo estamos haciendo en este momento. Y ella con palabras llenas de miel le respondía: Tanta vida yo te di, que por fuerza tienes ya sabor a mí.

 

El también con mucho amor y en un tono que estremecía le respondía: No pretendo ser tu dueño, no soy nada yo no tengo vanidad.

 

A lo cual ella con una ternura que salía de lo más profundo de su corazón le decía: De mi vida doy lo bueno, soy tan pobre, que otra cosa puedo dar.

 

Y en mi silencio, además de la voz de esos enamorados, también escuchaba el canto de los pájaros y el murmullo del viento meciendo las ramas del árbol que me protegía, escuchaba la voz tierna del enamorado: Pasarán más de mil años, muchos más, yo no sé si tenga amor la eternidad, pero allá, tal como aquí, en la boca llevarás sabor a mí.

 

Y ella entre suspiros y besos contestaba: No pretendo ser tu dueña, no soy nada yo no tengo vanidad. De mi vida doy lo bueno, soy tan pobre, que otra cosa puedo dar.

 

Él estaba como ronco y entre suspiros y besos prolongados acotaba: Pasarán más de mil años, muchos más, yo no sé si tenga amor la eternidad, pero allá, tal como aquí, en la boca llevarás sabor a mí.

 

Después de escuchar esa confesión de amor, casi salgo como una bala a buscar a mi amiga que vive en Suiza y me tuve que contentar con lo que escuchaba y, lo que más me conmovía era el chasquido de esos besos y no quiero decir más, porque realmente lograron elevarme al cielo.

 

Me puse a pensar en la profundidad que tiene el amor, que uno por más indiferente y casto, se estremece de solo pensar en una caricia, en un beso, en lo mucho que puede significar el amor.

 

Continué mi lectura, pero me cargó el sueño y los bellos pensamientos. Me quedé dormido y cuando desperté, ya no estaba la parejita y me puse pensativo, imaginando y pensé que lo escuchado no era nada más que un sueño y rememoraba una bonita canción que interpretaban Los Panchos.

 

Miguel Aramayo

SCZ.16-12-2019