Piojito madrileño
Por la Feria de las Ventas se preparaba una gran corrida de toros, estarían presentes los reyes de España, irían con su nieta la más chiquita, la hija de Letizia. El torero que seria el espectáculo era Jesulin Dubliques, también habría rejones y los rejoneros llegarían de Portugal, los toros serían de la mejor casta, no recuerdo el nombre del criador, pero seguro que serían de los mejores. Quien se encargaría de interpretar los pasodobles sería la mejor banda de Madrid, y quien presidiría la corrida seria don Manuel Jesús Ordóñez.
Los toros llegarían a los corrales en contenedores especialmente aislados para mantener a los toros en total tranquilidad, pero nadie se preocupó que los pobres animales estaban infectados de piojos, piojos tan cuerudos que podrían llamarse “Piojitos de oro”, los tenían tan mal a los pobres toros, que como no habían palenques no tenían donde rascarse. Los contenedores estaban preparados para que no se lastimen y la cola no les alcanzaba para golpear junto a las orejas y en el copete que es donde más se ganaban los piojos.
Llegaron los toros al corral y después de un momento se inicio la revisión y el sorteo, los ganaderos dueños del rebaño y los expertos vieron que todos los toros eran briosos en exceso, pero Jesulin los prefería así y por lo tanto nadie reclamó los piojos y como todos los presentes miraban desde una buen altura, los piojos que saltaban no alcanzaron a llegar a ellos. La corrida se inicio al día siguiente a las 15 horas en forma puntual, primero desfiló la cuadrilla con sus mejores luces y el público con gran algarabía, aplaudía, aplaudía y lanzaban claveles, rosas y algunos sombreros. Las botas con buen vino se veían por varias partes de la gradería, y en los lugares preferenciales se observaban muy buenas mozas peinadas con grandes moños, sujetados con peineta y con mantillas muy finamente bordadas sobre los hombros desnudos.
Tocaron las trompetas llamando al primer toro de la tarde, el mismo que salio despavorido y con el afán de atropellar los burladeros, pero no para buscar a los diestros que se protegían de la estampida, sino para buscar donde golpear la cornamenta y rascar las orejas en busca de liberarse de los piojos. El matador con gritos muy especiales y haciéndole gestos al toro, trataba de buscar su atencion y alzando el capote lo llamaba para que envista, el toro partía desenfrenado para alcanzar al torero, con la esperanza de que le eche una roscadita para sacar a los piojitos, pero en lugar de eso el le hacía quite con una Verónica y el toro pasaba, para retornar en el mismo afán, ¡y nada!, solo el público y el torero que le gritan ¡ole!, ¡ole!.
De tantos trotes, capotazos y envestidas, muchos piojos saltaron de los toros y se acomodaron en las graderías y llegaron a subirse a los moños de las damas y también se subieron a la coleta del matador, quien no se dio cuenta, pero el pobre Jesulin quedó infectado de piojos. Pasaron todos los tercios hasta llegar al final de la muleta y como falló en el estoque, no le quedó más remedio que emplear el estoque de descabello, y fue allí donde saltaron los piojos más bravos al cabello de Jesulin, el mismo que después del paseíllo quedó con tanta picazón que el saldo de la tarde se la pasó rascando.
Uno de esos piojitos viajando por el subterráneo llegó hasta la casa de mi hijo, y se enamoró de los bellos y lacios cabellos de una de mis nietas. Desde ese entonces los piojos no la dejan descansar a mi nieta, por suerte la abuela sabe como encontrar los liendres, que son muy cuerudos, y conoce los remedios que los pueden hacer desaparecer.
Este cuento me lo contó mi amigo el Ser Chiquito, pero me hizo prometer que no diría ningún nombre de mis parientes, para que quede en la incógnita quien era la dueña de los “Piojitos de oro” que de vez en cuando haciéndole lance a la abuela decían ¡ole!, ¡ole! Y colorín colorado este cuento ha terminado.
Miguel Aramayo
SCZ 20-06-2006