¡Que macho!, o ¿qué macho?
En primer lugar macho es el animal de sexo masculino, según el mismo diccionario es el hombre necio, claro que también lo define como valiente, animoso, esforzado. Pero en ninguna parte encontré, que al hombre se lo nomine como “macho” porque se muestre altanero, iracundo, malcriado, prepotente, “macho”. La condición de “macho” no muestra que un hombre sea valiente. La humildad, la modestia, tampoco son condiciones que muestren a un hombre menos “macho”, menos valiente.
Magad Magandi, Mandela, Lincol, son una muestra de
El pedante, el amanerado que se quiere mostrar como “macho”, el malcriado, “entonado”, insolente, generalmente opta por esa postura de “macho”, porque lo que trata es disimular su debilidad, falta de masculinidad, ejemplos de ese tipo se tienen por montones en la historia, pero existe un individuo indeseable que tenía esas cualidades de “macho”. Adolf Hitler, con toda su pedantería y su movimiento de manitas, mostró ser un hombre débil, en los últimos momentos de su vida, cuando afloraron sus debilidades. Hitler quemaba libros, pero también los leía. Que hiciera ambas cosas -además de desatar la II Guerra Mundial y ordenar el exterminio de los judíos- lo convierte en un lector muy especial. Su relación con los libros, incluso con los que no quemaba, no era amable. Hitler, incapaz de relaciones profundas y sinceras de amor o amistad -hasta las que sentía por Eva Braun y por su perra alsaciana Blondie eran afectos envenenados, y valga la palabra-, tampoco iba a tener ese cariño por los libros, que es el sello de los bibliófilos decentes. (JACINTO ANTÓN – Barcelona – 16/02/2009)
La inquina hacia el recuerdo del Führer nazi es tal que en algunos documentales biográficos modernos (como por ejemplo el emitido hace algunos años por Mundo Olé) se presentan escenas que, puestas en cámara lenta y en retroceso, parecen mostrar gestos feminoides del Dictador, tratando de sembrar la idea de homosexualidad