Recordando recuerdos
Recordando recuerdos
Habían trascurrido unos cuantos días desde el 15 de diciembre, de un año que nunca se borra de la memoria. Eran jóvenes y la sangre les bullía como en una caldera de presión. No se podía decir con certeza ¿cuál de las calderas tenía más presión y cuál tenía más calor?, eran los primeros días de un mes de febrero del año posterior a último mes del anterior. Para ser presido habían transcurrido algo similar a 40 días, en los cuales se cursaron el mismo número de cartas de ida y de vuelta, esto con la finalidad de que se acorten los días y se incrementen las ansias.
Ella delgadita, frágil, con una sonrisa que aparentaba haber copiado de algún cuadro de Diego Velásquez, quizá parecida a la sonrisa de La Gioconda, o el cuadro de una muchacha de Pedro Pablo Rubens, retrato de Susanna Luden. Agradable en su trato, que destilaba inocencia desde el momento de conocerla. El muchacho con características similares, pero sin parecerse necesariamente a ninguna de las pinturas famosas a las que uno se podría referir, de una mirada que denotaba dulzura y el aspecto de una picara ingenuidad.
Se conocieron en ese verano, por casualidades que se le ocurre tejer al destino, aparentemente alguien urdió ese encuentro, pero sin ninguna intención y fueron ellos los que le dieron vigencia En muy corto tiempo sus labios se unieron en un beso que sello el encuentro y lo hizo definitivo, un encuentro que nadie podría imaginarse, pero que muchos aplaudieron, porque él dejo de pensar en otra persona y ella estaba saliendo de una relación larga y aparentemente seria y por lo tanto ese encuentro le servía para esparcir humo al ambiente para borrar los sin sabores y poder elegir nuevos rumbos. El primer encuentro duro muy poco, lo que podría compararse con un suspiro, no fueron más de cinco días. La continuación fue por carta, porque él retornó de sus vacaciones y ella quedó con la ilusión que le sirvió de distracción al momento que vivía.
El próximo encuentro, lo propicio ella con un viaje de pocos días, para visitarlo y poder apreciar lo que la ilusionó y comprobar la calidad y calidez de la persona que había ocupado sus pensamientos y ahuyentado los malos espíritus, al mismo tiempo distraerse y cambiar el panorama de su existencia en ese momento. Durante esos pocos días pudo pasear, conocer el lugar, conocer el circulo que rodeaba al muchacho, aparentemente todo eso la distrajo y le agradó, con lo cual la relación ganó impulso y pudo considerarse algo duradero, por lo menos a corto plazo.
Una noche salieron a bailar, el lugar no era maravilla, la música era romántica y el ambiente lo construyeron ellos con su conversación y el intercambio de pensamientos que se le ocurrían a cada uno de ellos, el lugar más oscuro que lo ideal para conversar mirándose a los ojos, pero ellos supieron darle la tonalidad que sus almas requerían en ese momento e hicieron del lugar un espacio cálido, iluminado, que desprendía un calor y un color agradable, por lo menos esa era la impresión que ambos dibujaron de ese espacio convertido en un nidito. Al salir y caminar por las calles casi desiertas por la hora y el clima que era algo más que fresco y a momentos con un leve viento frio, pero sus cuerpos tenían el calor suficiente para sentirse cómodos.
Llegaron al lugar donde ella estaba hospedada, un portón antiguo que en ese momento a los dos les parecía que era el ingreso al cielo, con una penumbra que hasta las sobras se borraban por momentos. Comenzaron con el ritual de la despedida y llegaron al punto en que descuidaron todo resquemor y se prodigaron caricias que fueron in crescendo, hasta el punto de que llegaron a tocar el cielo, ver estrellas y comunicarse con los ángeles y los querubines. Concluido ese periodo de tiempo ella dijo algo que calo muy fuerte en la conciencia del muchacho y fue como el sello impreso en la relación de ambos que dio el inicio a un camino sin final ni retorno.
Miguel Aramayo
SCZ.25-07-2023