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Un camello

13 Nov

Un camello

Creí que estaba soñando y que me encontraba en el desierto de Abú Dhabi. Su Alteza el Jeque Khalifa bin Zayed Al Nahayan, que es el emir heredero y gobernante, me había invitado para presenciar la carrera de caballos que se corre en el desierto en una distancia de 160 kilómetros y que es considerada la carrera de caballos más larga del mundo y en la cual participan 173 animales. Mientras estaba en un descanso, vi por el horizonte que un camello se me aproximaba a gran velocidad, no era un espejismo, era real. Sentí miedo, noté que el animal se aproximaba a toda velocidad y que era su intención atropellarme. Rece a todos los Santos y encomendé mi espíritu a Dios, a mi Dios, pero también al mismo Dios de los árabes, que a mi entender es el  mismo Dios y que ellos  llaman ¡Alá!  El camello llegó a unos pasos de donde yo estaba y se frenó, como si alguien lo condujera con destreza. 

 

Yo vestía un turbante rojo a cuadritos y una túnica blanca y de alguna manera me mimetizaba con todos los presentes. Del camello descendió mi gran amigo, el Ser Chiquito, que como siempre mostraba una gran sonrisa y esa mirada azul eléctrica, me saludó con gran efusión y me dijo: ­- “Que tipo caprichoso”, me costó un montón traerte a esta invitación. Tuve que usar mis artilugios y dormirte para después miniaturizarte y transportarte hasta los Emiratos Árabes y hacerte creer que estabas dormido, hasta este momento.

 

No le creí, yo estaba seguro que eso era un sueño, que incluso lo que me decía mi amigo era un sueño, él no encontraba la forma de cambiar esa impresión, me golpeaba me daba agua, me subió al camello, me hizo trotar por el desierto, me dijo que entremos a la tienda del Jeque, que coma, que me recueste, pero todo eso no podía sacarme de mi empecinamiento.

 

Se le ocurrió algo muy interesante, llamar a mi mujer y pedirle que me despierte y que me ponga al teléfono en Santa Cruz, mi mujer respondió que yo no estaba en la casa en ese momento y que me dejaría el encargo porque en Bolivia era de madrugada y podía ser que yo esté con los amigos en un churrasco. Ni con eso logró convencerme de que no era un sueño, sino que era una realidad. Se le ocurrió algo más sorprendente, porque ni con eso yo le creí, me dijo que viajemos a Dubai y que visitemos a mis nietos, cosa que hicimos y me dio mucha felicidad.

 

Retornamos a Santa Cruz, motados en una alfombra voladora y llegamos a mi casa, el se despidió antes de que aparezca mi mujer, yo entré a la ducha y quedé con la duda si fue un sueño, o fue una realidad. Cuando pueda les preguntaré a mis nietos sobre la visita y eso ya me dirá si fue verdad que estuve en el desierto, por ahora no es más que un cuento, el cuento de nunca acabar, el del gallo ningüento que se quito las niguas y quedo contento.

 

 

 

Miguel Aramayo.

SCZ. 13-11-2008