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Una pobre persona

19 May

Una pobre persona

Una persona que no estaba seguro si eso le sucedió en Buenos Aires, New York o París, caminaba por alguna calle donde nadie conocía a nadie y todos estaban concentrados en su propia identidad y encerrados en sí mismos. Quiso tomar un café y se aproximó a un bar donde la cola para tener espacio era más o menos larga, todos ensimismados en sus celulares. Él era el único que llevaba un libro en las manos, para situaciones en las que se encontraba, en las que además de observar a su alrededor y al no poder cruzar su mirada con la de ningún humano, porque todos estaban inmersos en su mundo que no es más que un celular, a él no le quedaba más que leer su libro físico, el mismo que no le dañaba la vista y sí le alimentaba el cerebro y complacía su alma (conciencia).

 

Cuando le tocó su turno se sentó en una pequeña mesa que media algo parecido a cincuenta centímetros cuadrados y tenía dos sillas. Pidió un chocolate con medias lunas y un vaso de agua. Cuando el garzón se fue y quedó la mesa con simplemente un papel, observó que en la silla junto a él había un sobre blanco, lo tomó y como la pestaña no estaba cerrada lo abrió y extrajo de su interior un papel de color verde agua, con un leve aroma a jazmín. Era una carta manuscrita con letra muy parejita de trazos redondos, como se escribía antes, con letra cursiva y no de molde. En eso llegó el garzón con su pedido. El mismo que permaneció donde fue asentado.

 

Tomo la carta y se puso a leer, estaba fechada así: “Aquí, 14 de enero de 2020”. Estaba dirigida de la siguiente manera: “Para: Mi, otros y todos”. “Presente”. Y continuaba de la siguiente manera: “Los extraño mucho”. “Sé que me siento de la manera que me siento, porque la principal falla soy yo, porque me encerré en mí, como si fuera yo el único dueño de la verdad y eso ocasionó que me aislé como una gota de aceite en un recipiente con agua. Siento ausencia de amor y todo a mi alrededor no es más ficticio, ausente, frio, vacío.

Es así como me siento y percibo que es la misma sensación que alberga mi conciencia, mi alma. Estoy consciente que fui yo quien me llevó a ese estado, tanto a mi como a mi alma y veo que será muy difícil retornar a lo que debería haber sido.

Escribo esta misiva, para que estén enterados de lo que recapacito y si están en capacidad de entenderme, disculpen lo que expreso y comprendan mi situación.

Afectuosamente. Yo.

 

Después de leer lo que contenía ese pedazo de papel, recordó su infancia rodeado de flores, rosas, claveles, madreselva, pensamientos, clavelinas, boca e sapo, violetas de los Alpes, pensamientos, algunas flores con gran fragancia, otras sin fragancia, pero muy vistosas. Además, recordó a sus abuelas, a su madre, a sus tías, siempre cariñosas, siempre acariciándole y prodigándole mimos. También recordó el afecto de sus amigas con las que caminaba hablando de cualquier trivialidad, algunas veces tomados de las manos, de la cintura o con un brazo sobre el hombro, pero con mucha candidez y afecto.

 

Recordó esos besos primerizos, con rubor y respeto y bailando bien apegaditos mejilla con mejilla. Eso poco a poco fue cambiando, a medida que las hormonas maduraban y la dopamina y adrenalina alteraban sus sentidos, pero todavía se podía decir que eran inocentes, pero cada vez menos. A medida que fueron aproximándose a la juventud esos impulsos se fueron convirtiendo en pasión, hasta que culminaron en matrimonio.

 

Todo eso que recordó, mientras continuaba en sus manos ese papel verde agua, el sobre quedaba junto a las medias lunas y el chocolate que se estaba enfriando. Sintió unos escalofríos y se erizaron sus bellos, de pensar que no todo en la vida es color de rosa, que mientras unos disfrutan de toda la felicidad del mundo, existen seres desamparados que sufren sin que los demás puedan hacer nada por ellos.

 

Miguel Aramayo

SCZ.14-01-2020