Yo, no soy yo
Un pobre pordiosero estaba sentado en un banco de la iglesia junto a los confesionarios y escuchó la que no supo que quien lo decía era un cura o alguien que se confesaba y decía:
Me siento vacío como que no me quiere quien debía quererme y hago todos los esfuerzos por disimular y sentirme fuerte. Después de todo, morir para que me quieran. Si nunca me han querido si tan solo he sido alguien que acompañé en el camino, pero que nunca sentí lo que la otra persona requería. En mi afán de ser feliz me olvide de mi felicidad y procuré lo mejor para los demás, porque me sentía lo suficientemente fuerte como para disipar y no darme cuenta de que no me querían y tan solo servía para prestar una buena compañía.
Que puede esperar alguien si es obsesivo, aunque no llegue a ser compulsivo, porque sabe dominarse y domar lo malo que tiene adentro. Porque además de ser obsesivo es maniático y en su engaño de mostrarse bueno disimula su manía, la misma que alimenta por afuera y casi en secreto, pero dentro de todo lo malo hace promesa para curar su manía y trata de pensar en todo y mantenerse abstraído de su obsesión porque el mismo sabe que esa obsesión es tan simple que puede ser borrada de un plumazo, no así su manía, con la que lucha por mucho tiempo sin pensar que es el miedo ancestral a la sotana y la venganza final de lucifer, con quien lleva peleando ese defecto, casi desde que tiene uso de razón.
Después de eso no escucho nada más y se quedó esperando ver quién salía del confesionario. Ya cuando estaban por cerrar la Iglesia, vio al sacristán apagando velas. Se paró y se fue a espiar al confesionario y no había ni el cura ni el pecador y asustado quiso hablar con el sacristán, peto éste era sordomudo. No se hizo entender ni por señas, porque además el pobre hombre era visco y aparentemente opa.
Que desilusión, se tuvo que ir con la duda o la incertidumbre de haber asistido a una aparición o simplemente una ilusión.
Miguel Aramayo
SCZ.29-11-2020