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Algo que no creerán.

11 Nov

Algo que no creerán.

Estaba paseando por el departamento de Aluminé, en la provincia del Neuquén, (Argentina), y llegué al lago Moquehue, que es un espejo de aguas cristalinas y azuladas, con costa acantilada, ubicado en plena Cordillera de los Andes al oeste del lago Aluminé, luego de la angostura que separa a ambos lagos. A pocos kilómetros de la posta sanitaria y el vivero de la provincia. Por la Ruta Provincial Nº 11 que se adentra en el bosque.

 

Iba en un Mercedes Benz, todo terreno, estaba solo, escuchando música de Vivaldi, cuando se me ocurrió parar y bajarme, para estirar las piernas y respirar el aire frio, aunque estábamos en un verano caluroso. Mirando en lontananza me pareció ver una figura femenina. Quedé inmóvil para cerciorarme que no era una ilusión óptica, o una ensoñación de mi mente “mal inclinada”. No era ninguna de las dos, ni ilusión, ni ensoñación,  era una mujer totalmente real y ¡que mujer!, una estatura de más de 1,70 metros, de más o menos 55 kilos, una figura escultural, 90 – 60 – 90, una cabellera rubia que cubría sobradamente sus hombros, de ojos azules, como el azul de las aguas del lago, unos labios carnosos, con la comisura que delineaba una franca sonrisa, su piel blanca, pero bronceada por el sol de esas latitudes.

 

Emergió del agua mientras nadaba en estilo libre, con una braza larga y un pataleo uniforme. Se fue aproximando a la orilla donde yo estaba atento, no tenía nada de ropa, daba la impresión que estaba con aceite braceador, que impedía que se moje, inclusive el cabello. Cuando salió del agua y camino por la arena gruesa, en dirección a mí. Quedé petrificado, estaba anonadado, me mordía los labios hasta sentir dolor y, convencerme que no era un sueño, que estaba despierto y que eso que estaba viendo no era irreal, era real, ¡una bella mujer…!, la Venus del Nilo, quedaba chiquitita en comparación con esta mujer.

 

Caminó muy lentamente asía mí, con su sonrisa encantadora, con sus ojos que brillaban como si fueran dos gemas, sus labios entreabiertos dejaban apreciar una dentadura nívea y una lengua tan roja que parecía de sangre, al igual que sus labios, el color de su piel era dorado, sus cabellos eran de oro, el encaje de su cara era de tal dulzura, de una dulzura que conmovía. Sus hombres erguidos y sus pechos que eran un primor, sus caderas se contorneaban al caminar sobre unas piernas que estaban labradas en mármol. Su obligo era un primor, adornaba su vientre plano y dejaba apreciar todo lo demás con tonalidades increíbles de describir, que hasta puedo decir que con el reflejo del sol que le daba de frente, daba la impresión de ser nacarada, con un monte venus que irradiaba.

 

Se aproximó y tomó mis manos entre las suyas, y creo que quedé temblando, apegó su cuerpo al mío y primero me acaricio con su fina nariz. Yo no podía ni pestañar había sido transportado al cielo y mucho más, después de que sus labios se posaron en los míos y, comenzó a juguetear con su lengua humedeciendo mis labios y obligándome a que con la misma intensidad y frenesí  yo devuelva sus besos y sus caricias. Apoyó su cuerpo al mío y me sentí transportado a la eternidad.

 

No sé cuánto tiempo pudo durar ese frenesí, por suerte el tiempo es relativo y lo que me pareció una fracción, en realidad fue una eternidad, cuando volví a tomar conciencia ya había oscurecido y yo estaba solo, pero temblaba, mi cuerpo estaba afiebrado, el corazón parecía que me abandonaría, porque mi  pulsación era tan extrema que me asuste, quedé conmovido.

 

La bella mujer ya no estaba conmigo, pero el sabor de sus besos y el perfume de su cuerpo me habían inundado, además en mi pecho quedaban algunos de sus cabellos. Me agache a recoger mi ropa para vestirme y me di cuenta que en cada una de mis manos tenía algo, en la mano derecha tenía unas pepitas de oro, tan grandes como si fueran maníes con su cascara y en la izquierda tenía unos diamantes del tamaño de unos maíces.

 

Me vestí apresuradamente y esas joyas guardé en el bolsillo del pantalón, pero primero las puse en mi pañuelo. Subí a la vagoneta y partí hasta el poblado más cercano, para poder dormir, porque estaba totalmente agotado, pero no quería ni abrir la boca, ni  pronunciar una sola palabra para conservar el sabor de esos labios y el perfume de ese cuerpo. Después me contaron una leyenda y me dijeron el nombre de esa mujer, se llamaba La Chumpall, pero que su aparición era en la laguna Carilafquen, que quiere decir laguna verde, en araucano.

 

 

Miguel Aramayo

SCZ. 10-11-2014