Encuentro con Afrodita
Un grupo de Arqueólogos llegaron de Israel a Grecia, con el objeto de colaborar en algunos estudios al grupo llegado anteriormente que estaban realizando una investigación con el permiso de las
autoridades griegas. En algunos casos, los recién llegados, reemplazarían a algunos que retornarían a Israel y otros reforzarían el grupo.
Todos se alojaban en el mismo hotel, para tener una comunicación fluida y poder organizar los turnos de trabajo. El periodo que estaban estudiando correspondía a la “época clásica”, que es del
500 A.C. al 323 A.C. El grupo israelí quería estudiar restos posteriores a la batalla de las Termópilas y la continuidad de la guerra del Peloponeso
Uno de los israelitas, que además de ser médico era antropólogo y extremadamente aficionado al buceo, una excepción el grupo de trabajo que tenía a su cargo ese proyecto. Como le habían contado
que en ese lugar del mar Egeo el sumergirse en sus aguas era un deleite, para los que gustaban del buceo, decidió comprobarlo y separándose del grupo de investigadores, aprovechando un día libre, busco una agencia turística donde alquilaban equipos de buceo.
Cuando entro al local, grande fue su sorpresa al encontrar una muchacha, muchacha idéntica a alguien que conoció un 15 de diciembre. Vestía con una faldita ploma, una blusa blanca de lino y un pañuelito de seda en el cabello, a la misma que besó después de
haber ido al cine del barrio, un tiempo después perdió su inocencia. Era tanto el parecido, que le habló en su idioma y no tuvo respuesta, porque ella solo hablaba griego y algo de inglés, para poderse comunicar con los turistas y una que otra palabra en árabe,
lo mínimo necesario para poder atender su negocio.
La muchacha lo ayudó a seleccionar el traje de neoprene y las patas de rana, de acuerdo con su talla. El doctorcito era flaco y alto, por lo tanto, les costó un poco conseguir el traje adecuado,
también el tubo fue algo más chico, para que no le incomode el peso. Completando eso y el llenado de formularios y el pago de la garantía, se alejó rumbo a la playa, caminado con algo de dificultad, porque todo lo que llevaba tenía un buen peso. Por suerte
en ese momento pasó una carreta tirada por un caballito escuálido, el mismo le facilitó el traslado hasta la playa más próxima. El carretero que también, hablaba medianamente inglés y un perfecto italiano, porque era siciliano y el antropólogo también hablaba
mucho de italiano.
El carretero vivía hacía mucho tiempo en esa isla, también era aficionado al buceo, pero para sacar crustáceos y por lo tanto lo ayudó al buceador para que elija la playa en la cual se debía sumergir
y quedaron que se encargaría de ayudarlo a ponerse la ropa de buceo y se confiaría cuidándole su ropa, que no era más que una camiseta, el short, el calzoncillo y las sandalias. Lo esperaría una hora a que salga, para llevarlo nuevamente a la agencia de turismo,
para devolver el equipo.
Una vez sumergido en aguas no muy profundas, unos 10 o 15 metros, muy tranquilas de buena temperatura y una claridad asombrosa. La cantidad de peses y crustáceos era extraordinaria, incluso pudo
ver unos caballitos de mar, una estrella y algunos pulpos. Lo que le sorprendió, en una cueva vio a Afrodita, la Venus de Milo, a Neptuno y algunas sirenas, quedó boquiabierto, porque además ellos le hacían señales para que se les aproxime. En un principio
sintió un gran temor, pero después supuso que eran robots colocados allí para animar a los turistas. A medida que se acercaba, las características de lo que le parecían robots, eran tan exquisitamente reales, el movimiento de sus cuerpos, el color de su piel,
de sus ojos y sus cabellos, sorprendía hasta al más osado buceador. Cuando estuvo junto a ellos, mucho más próximo a Afrodita, pudo comprobar que era real, ella le extendió la mano y se la pudo tomar con total delicadeza, observó sus ojos y se retiró la mascará,
para que ella también lo pueda apreciar y quedó anonadado por el brillo de sus ojos, la tersura de su piel y la belleza de ese cuerpo desnudo con una piel extraordinariamente hermosa y al contacto con sus manos, imagino la tersura de toda su piel y la perfección
de sus formas.
No supo cuánto tiempo pasó en ese éxtasis, pero notó que el medidor del oxígeno le enviaba el sonido de alarma indicando que le queda poco tiempo, soltó la mano de Afrodita y comenzó el ascenso
a la superficie. Una vez en la orilla le contó al italiano la experiencia vivida y el otro quedó sonrrizo, porque no le creyó.
Miguel Aramayo
SCZ.06-06-2021