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El día del niño.

10 Abr

El día del niño.

Fui un niño feliz, la riza, la sonrisa y la carcajada, estaban a flor de labios, no necesita esforzarme para estar feliz. Con la voz chillona que poseía, y con el hablar atropellado, que me caracterizaba, además que no dejaba de hablar, porque si no estaba con un interlocutor, grande o chico, hombre o mujer, pariente o extraño, me inventaba uno y hablaba el doble, lo mismo que si era mi amigo “El Ser Chiquito”. Mi abuela me decía “piripipi” (así llamaban a una ametralladora liviana, que producía ese vocablo onomatopéyico), otros parientes decían que me parecía a una “gallina clueca”, (la gallina que cacarea con insistencia cuando van a poner huevos). Vivian ofreciéndome premios, si me quedaba callado por un tiempo, pero nunca pude ganar un premio.

 

También decían que tenía un “culito de remolino”, no podía quedarme quieto y si me sentaba en una silla de esas que tenían su funda, generalmente quedaba sin funda después de un tiempo, de muy poco tiempo. Cuando era chico la abuela Mercedes tenía una solución, ella se zubia a una silla (porque no era muy grande, o mejor dicho era chica) conmigo y me sentaba en la heladera, hasta que me diera sueño de estar quieto, o algo más tranquilo que en otro lugar.

 

¿Cómo no iba a ser un niño feliz? Si todos me querían y adulaban mucho, porque además de lo que ya conté, era muy zalamero, muy cariñosos y siempre tenía gestos y palabras de alago para todos mis parientes, además de ser voluntarioso, obediente, dócil, pese a joder como una mosca junto a un tarro de miel.

 

Tenía mucha memoria e inventiva para contar o inventar cuentos, además que tenía al afán de aprender y querer hacerme el agrandado y por lo tanto, siempre estaba preguntando y observando, cuando los abuelos estaban en el jardín, podando, sembrando o haciendo injertos, tejiendo, yo ayuda a hacer los ovillos de lana, o desatar algunas prendas tejidas, para reusar la lana, observando cuando cocinaban, escarmenando la lana de los colchones o ayudando a quitar el “jipuri” de las plumas, para hacer almohadas o edredones, lustrando los zapatos del abuelo, o quitando el carozo de las semillas de durazno, ciruelas, guindas, para que la abuela hada la leche de almendras.

 

Cuando estaba con la abuela Eloísa, al medio día rezábamos el Ángelus, al atardecer el rosario con las letanías y algunas veces me quedaba escuchando las historias de la abuela, el cuento de sus viajes de Perú a la Argentina, de cómo eran los parientes que no conocía, su marido y sus padres, porque vivían en otro lado o habían partido a la eternidad, la historia de la guerra del Pacifico le escuché innumerables veces. Pero también me hacía leer en voz alta, incluso el periódico.

 

Con todo lo que les cuento se pueden imaginar que no podía ser una otra cosa que un niño feliz y cuando estaba con mi madre, estaba en la gloria, ella también poseía un carácter muy parecido al mío, siempre estaba sonriendo y mucho más cuando estaba conmigo, enseñándome poesías, canciones o haciendo que la ayude haciendo borlas para los escarpines y sin fin de cosas que ella tejía, pero también me tenía con los brazos extendidos soportando la madeja de lana mientras ella hacia los ovillos.

 

Si estábamos escuchando musica y era para bailar, me quitaba los zapatos para no lastimarla y abrazado a sus corvas y con mi cara apega a sus muslos me enseñaba los pasos de baile, algunas veces cantábamos o tarareábamos las canciones que estábamos bailando. ¿Creen que con todo ese amor que tenía a mi alrededor, podía ser un niño triste?, ¡no…!, ¡siempre fui un niño feliz…!

 

Miguel Aramayo

SCZ 10-04.2015