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Honorabilidad.

7 Nov

Honorabilidad.

Yo como siempre, metiéndome a “camisa de once varas”, esta vez se me ocurrió opinar sobre la honorabilidad, que es algo muy complejo y que se mimetiza con otras palabras, que también corresponde a la coincidencia entre la conducta personal, la conducta profesional y la conducta pública. Si hay congruencia entre los tres aspectos, o entre dos de ellos —su conducta personal y su conducta profesional—, se tendrá un perfil de honorabilidad, el cual debe ser complementado con su elemento fundante que es la libertad personal, porque de ella depende en última instancia el sentido y el valor de la vida de cualquier ser humano, puesto que sin libertad no hay moral, ya que la primera presupone el ejercicio del libre albedrío, porque no es igual ser ético y honorable por libre elección que serlo por coacción.

 

Como decía Aristóteles, “toda virtud, cualquiera que ella sea, se forma y se destruye absolutamente por los mismos medios y por las mismas causas que uno se forma y se desmerece en todas las artes”. Honor y virtud, se conjugan al mismo tiempo.

 

Ser honesto es ser real, acorde con la evidencia que presenta el mundo y sus diversos fenómenos y elementos; es ser genuino, auténtico, objetivo. La honestidad expresa respeto por uno mismo y por los demás, que, como nosotros, «son como son» y no existe razón alguna para esconderlo. Esta actitud siembra confianza en uno mismo y en aquellos quienes están en contacto con la persona honesta.

 

La mayor honorabilidad no creo que se mida en cuanto a logros, acciones, peso o repercusión, sino que simplemente hay niveles en los que uno cae, y probablemente la mayor honorabilidad sea aquella que se gana o se reconoce como resultado de toda una vida. Una vida completa, porque uno está expuesto a críticas.

 

Hace no muchos años, el honor en un ser humano era la posesión más preciada. No sólo era el valor de su palabra, o las acciones en servicio de sus semejantes. El honor era una forma de vida que implicaba vivir bajo un código de ética y civilidad en el que decir la verdad no se cuestionaba pues no hacerlo implicaba caer en desgracia.  En que la honorabilidad no la daba el dinero o el poder sino la trayectoria de vida.

 

“Mi honor es mi vida” era un mantra, una guía, una meta y una tarjeta de presentación. Un hombre de palabra era respetado y admirado pues se podía confiar en él. No hacían falta documentos o pruebas, sólo hacía falta el compromiso verbal. Junto con la palabra de un ser, venía implícito algo más, ¡venía el honor! Si una persona no cumplía su palabra, caía en desgracia al perder aquello que lo hacía ser honorable y respetado.

 

No obstante, el honor era un concepto más amplio, pues se relacionaba con el valor de lo dicho y se entrelazaba con cada una de las acciones que se realizaban. Así, una persona honorable, era justa, leal, honesta, íntegra, comprometida con el auxilio de los demás, culta y digna de ser escuchada. Veía en su vida una posibilidad de servir, antes que ser servido. Una persona honorable podía obtener lo que anhelaba sin tener que pedirlo, pues le era entregado basado en  la valía demostrada como ser humano, pues si no era correcto, equitativo o justo, lo dado, no sería aceptado y sería devuelto con toda cortesía.

 

Un ser humano ganaba esa honorabilidad día a día con sus acciones, no se heredaba ni se compraba, no importaba ni el color ni la religión, era una forma de existencia que implicaba un compromiso consigo mismo y con los demás. En algún momento de nuestra historia nos volvimos egoístas pues sólo al tener nos veían y así, queríamos más, anhelábamos más, deseábamos más, nos convertimos en materialistas de ojos ávidos, nos convertimos en traidores pues la única lealtad era con nosotros mismos, nos volvimos injustos pues no importaba nadie, excepto nosotros… En algún momento, nuestra palabra dejo de tener valor.

 

No obstante, la esperanza de recuperar nuestra honorabilidad, ahí está, es nuestra, si así queremos, se gana día a día, en cada acción, en cada gesto, en cada compromiso y palabra dada que se cumple. Tenemos que optar por comprometernos con mejorar día a día nuestro entorno. No hacerlo equivale a ser cómplices en el deterioro de nuestra forma de vida, en dejar que el miedo, la corrupción y los tipejos que lo realizan sean quienes manden.

 

Vivir con honor es vivir para y por los demás, es encontrar en esa búsqueda aquello que nos hace convertirnos en esos seres humanos que tocan vidas, que son admirados, escuchados y seguidos pues representan lo mejor de nosotros.

 

Todo lo que expreso en este escrito, no es más que un compendio de lo que he leído, para poder opinar, con bases algo firmes, sobre lo que es la honestidad, la honorabilidad, la ética, la solidaridad, que a mi criterio, son virtudes que se deben cultivar día a día y, que adornan a las personas y, que no se pueden heredar o trasmitir, son virtudes personalísimas. Desde luego que alguien que vive cultivando esas virtudes a su vez da ejemplo a su entorno, para que lo puedan imitar.

 

Miguel Aramayo.

SCZ. 06-11-2014