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Los fantasmas

4 Mar

Los fantasmas

Los fantasmas

 

Era uno de los meses de 1974, un pueblito del norte de Italia que se llama Orta San Giulio, en la región del Piamonte, junto al lago del mismo nombre, que envuelve el bello paisaje. Es un pequeño municipio con más o menos 2.000 habitantes. Su encanto radica en que es un pueblo de callejuelas pintorescas y la isla de San Giulio a 400 metros y de unos 250 metros de ancho. De un extremo a otro encontrarán la capilla de Sacro Monte di Orta, Patrimonio Mundial de la Unesco, el ayuntamiento y el casco viejo con las casas de piedra típicas de la región.

 

Un paseo en barca desde Orta llevará a la isla donde se encuentran la Basílica del siglo XII, el seminario de monjes benedictinos de clausura, construido en 1844; y también los frescos del restaurante de San Giulio, un edificio del siglo XVIII.

 

«Orta, acuarela de Dios, parece pintada en un fondo de seda, con su Sacro Monte a sus espaldas, su noble ramala flanqueada por palacios cerrados, la silenciosa plaza con sus compactas fachadas tras el follaje de los castaños de Indias, y la isla de San Giulio al frente, semejante al purgatorio de Dante, dudando entre el agua y el cielo»; así es como el escritor Pietro Chiara describe, y así es como nos parecerá al llegar, con sus callejones estrechos, sus tiendas antiguas y sus balcones de hierro forjado, suspendidos entre el verde de las montañas y el azul del lago. Enclavada como una joya entre las aguas cristalinas, se encuentra la isla de San Giulio, un auténtico museo al aire libre que hay que recorrer para descubrir su belleza artística y medioambiental, pero también para dejarse embelesar por su suave atmósfera, especialmente a la cálida luz del atardecer, cuando todo se vuelve mágico.

 

Quien relata esto es un muchacho de más o menos 30 años, que dice estar de paseo, pero, sobre todo; escapando de un fantasma que atormenta su espíritu y por el cual está obsesionado. Sus amigos le hablaron de este lugar, como si se tratará de recomendar a «Garerik» (actor de la Inglaterra) del poema de Juan de Dios Pesa, «Reír llorando». Le dijeron que era un lugar tan tranquilo, que estando allá se podría sentir cerca del cielo y no como el Purgatorio de Dante.

 

La recomendación de sus amigos realmente fue como un bálsamo para su espíritu. Cuando piso ese suelo se olvidó de todo y lo único que le interesó fue sentirse tan feliz, tan feliz como siempre fue desde que nació y la apariencia de que estaba muy próximo al cielo, se apreció desde el primer momento. Llegó al complejo monástico benedictino, que parece detenido en el tiempo y que tiene su origen en una pequeña capilla del siglo V. Una joya rodeada de jardines que se puede visitar e incluso participar en sus actividades monásticas. Eso era con lo que había soñado desde muy chico y cuando estuvo en el seminario, pensando que podría llegar a la santidad, pero que las circunstancia y el tiempo modificaron en su devenir.

 

Todo era diferente, incluso el aire que respiraba, el sabor del agua, el azul del cielo, el calor, la briza, el ocaso, el orto, todo, todo era muy especial y se filtraba a su interior, llegando los efluimos a su alma, que se sentía henchida de dulzura, amor, paz y muchos atributos más. Lo que le habían dicho era poco, era nada, en comparación con lo que vivía en ese momento. Pensó que podría quedarse a vivir en ese lugar, pero la vida continua y su estancia aquí era efímera y con solo haber experimentado ya había curado su obsesión y se sintió tan fuerte como siempre fue, como si nada le hubiera afectado y por lo tanto después de un tiempo debía regresar a la normalidad, previo paso por el Ristorante San Giulio de un ambiente extraordinario, donde el azul de lago debe ser igual al color del cielo en la eternidad.

 

Miguel Aramayo

SCZ.27-02-2024