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Por el día de los difuntos

30 Oct

Por el día de los difuntos

Corría, corría y lo hacía a tanta velocidad y total inconciencia, no tenía ni idea de por qué ese mi afán de ir hacia adelante, sin saber porque, sin saber a dónde, pero con la insistencia incontrolada de querer avanzar a algún lugar que no sabía cuál era, ni para qué era. Simplemente era el impulso de mi ser por ir adelante por alcanzar una meta sin detenerme a pensar el objeto de esa loca carrera.

 

Esa sensación la he percibido muchas veces en mi vida y siempre he quedado con la misma incógnita, desde luego que pasado un tiempo vuelvo a la normalidad y supero ese incidente sin darme cuenta que es algo que me alteró por un momento y como ya no continua, lo echo al olvido.

 

Así soy y no sé si eso se puede caracterizar como una inconsistencia o simplemente como una inconstancia. Si, una inconstancia, porque después de sentir esa carrera sin sentido quedo como que no hubiera pasado nada y por lo tanto ya no le llevo el apunte y continuo con mis actividades normales, sin detenerme a pensar y razonar, para encontrar el sentido de esa forma de proceder de mi carácter.

 

En mi vida he sentido dolores profundos, que me han hecho pensar en Dios, en la eternidad, los sucesos que conmovieron mi espíritu y que hicieron que inconscientemente me apegue a lo espiritual, no por temas religiosos, sino simplemente por dolor profundo, pero no dolor físico, ¡no!, ¡por dolor espiritual! La primera vez que sentí eso fue cuando falleció mi abuela Mercedes, que cuando no había nadie en su velorio con tío Jorge destapamos el cajón y besamos y abrazamos su cuerpo inerte y frio.

 

La segunda vez que sentí un dolor similar, pero sin estar junto al cuerpo de mi bisabuela Eloisa, al contrario al estar ella en La Paz y yo en Buenos Aires, Sentí que se me partía el corazón, porque presentí su muerte, sentí como que ella se despidió de mí, al momento de partir a la eternidad y no necesite que nadie me comunique su fallecimiento, porque yo lo presentí. Lo mismo me sucedió cuando se accidentó mi amigo Jimmy Vargas. En ambos casos corría como queriendo alcanzarlos.

 

Cuando falleció mi suegro también mi corazón sintió su alejamiento y estuve muy próximo a él, hasta que lo pusimos en el féretro y el frio de sus manos y su rostro invadieron mi cuerpo, pero más que eso, ese frio me llegó al alma, a mi espíritu, porque lo quería como a un padre, como a mi mejor amigo.

 

Para el fallecimiento de mi padre, también sentí profundamente y el día anterior a su partida, quise rezar el rosario antes de dormir y me dormí sin rezarlo, a la maña me di cuenta y muy avergonzado concluí el rosario, pidiendo al Altísimo que se apiade de ese pobre hombre y le permita partir a su encuentro. Algo similar sentí cuando fue mi madre la que partió a la eternidad, después de su anuncio quedé como vacío.

 

Hace algo más de una semana tuve el anuncio del fallecimiento de mi hermana y fue como sentir una punzada en el corazón y después de tomar conciencia de lo sucedido, fue como que emprendía una carrera descontrolada, sin saber por qué corría, ni saber dónde iba, simplemente corría, corría como queriendo encontrar algo que no sabía que era, ni donde estaba, como queriendo acercarme a Dios para poderle dar un beso a mi hermana, a mi padre, a mi madre, a mi suegro, a mis abuelas y a todos los seres queridos que nos precedieron.

 

Miguel Aramayo

SCZ.30-10-2017