info@miguelaramayo.com

Un fin de semana en la Costa Azul.

7 Abr

Un fin de semana en la Costa Azul.

Tenía el corazón lleno de esperanzas, no pasaba de los treinta años, por lo tanto lo que más tenia era ilusiones, esperanzas y energías. La muchacha que lo acompañaba no pasaba de los veinticinco, ella también tenía la cabeza llena de ensueños. Estaban sentados frente a la playa, cada uno llevaba un libro en la mano y un bolso al hombro. Estaban juntos, pero era una pareja atípica,  porque no estaban abrazados ni besándose, después de todo era muy temprano, no pasaba de las ocho de la mañana y el cielo estaba bastante nublado, no se notaba más que claridad, el sol no se había despertado.

 

Ambos vestían ropa muy liviana, daba la impresión que estuvieron trotando y que ahora estaba en su etapa de descanso, por eso ambos dedicaban su tiempo a leer. El mar era gris, cosa extraña en esas playas que por el tiempo nublado estaban desiertas, éramos muy pocos los chiflados que estábamos allí, porque incluso la brisa corría fuerte y la temperatura no pasaba de los veintidós grados.

 

Yo observaba a esa pareja, porque a mi mente afloraron recuerdos de cuando yo rondaba la misma edad y vivía en Sudamérica, en un lugar del oriente boliviano, en una preciosa ciudad que se llama Santa Cruz de la Sierra, tenía la mitad o menos, de edad de la que tengo ahora y por lo tanto la forma de actuar era diferente, quizá similar a la de esa pareja.

 

Recordaba estar dando vueltas a la plaza, en auto BMV deportivo descapotable. Sentada en la plaza al frente de la Catedral, una linda muchacha, con los rasgos parecidos a los de la muchacha que observo en este momento en la Costa Azul, la diferencia que la muchacha de mis recuerdos llevaba un vestido celeste bajito, con flores lilas y azules, muy escotado, con simplemente los tiros que se sujetan a sus hombros. Con el cabello largo hasta el borde los hombros, no lleva maquillaje y calzaba unas sandalias muy bajitas, únicamente la suela y las tiritas de cuero que las sustenta en sus talones y el empeine.

 

Después de una cuantas vueltas y muchas sonrisas, me aproximo a la muchacha y la invito a dar vueltas, acepta y se sube al asiento del acompañante, su fragancia era delicada, un perfume muy bajito, con un dejo a madreselvas y lavanda, su piel muy suave, lo noto al darle un beso en la mejilla y rozar sus manos. Sus ojos son negros, con un brillo que me resulta muy difícil de describir, su sonrisa me deja paralizado, porque muestra una tristeza, que en este momento no puedo describir, pero que en el momento que recuerdo, me transmitió una sensación de pesar.

 

Nos presentamos y vimos al momento que teníamos un montón de contactos en común, entre amigos y parientes, por consiguiente nos movíamos en el mismo círculo, con lo cual entramos en confianza con facilidad. No hablamos de nuestra intimidad, porque no venía al caso y porque preferimos hablar de trivialidades y los comentarios de moda, tanto en el cine, como en la vida social.

 

Volví a la realidad y nuevamente mis sentidos percibieron a la pareja que observaba y que por un momento me llevó a la ensoñación. Ya no estaban leyendo, habían cambiado de banco y ahora estaban bien abrazaditos inmersos en un beso, un largo beso apasionado, que mostraba lo mucho que se querían.

 

Me estremecí y todo mi cuerpo se erizo, cuando en mi mente retorno a la mucha de cuando yo era joven y recordé el beso en sus labios tersos, con un sabor dulce y fragancia a flores. Mis manos acariciaron el vestido celeste con flores lilas, también sentí el estremecimiento de su cuerpo y quedé suspendido en el aire.

 

Volví a ver a esa pareja, la pareja de la Costa Azul y recogí mi maletín y mis sueños, continué caminando por la playa, en busca de mis recuerdos y los lindos momentos vividos.

 

Miguel Aramayo

SCZ.07-04-2015